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La democracia entre la propiedad
privada y la cosa pública II
por Pablo Martín Pozzoni
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Indice de Capítulos
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Introducción
1 - El lenguaje político y las formas de gobierno. Poniendo el caos en orden
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2 - La diferencia esencial entre sociedad y pueblo
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3 - El talón de Aquiles del socialismo democrático y de la socialdemocracia
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4 - La dividuación ciudadano-habitante y un ejercicio de imaginación política
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5 - Todo poder ejecutivo es autocrático
6 - El despotismo político en las democracias
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7 - Las condiciones antidemocráticas de la democracia
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a) Tres formas no conciliables de adjetivar la democracia: republicana, democrática y popular
b) La tesis de las libertades orgánicamente contradictorias y el clasismo populista
c) La aporía de un poder público capitalista
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Conclusión
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2. La diferencia esencial entre sociedad y pueblo
La ciudadanía, se nos dice, es la participación de un individuo en la comunidad política en la que vive. ¿Acaso no es eso todo habitante de un país? No. La participación activa implica una toma de decisiones acerca de la forma de la comunidad política. Pero ¿la forma de la comunidad política no nos incluye? ¿No toma forma con cada decisión que tomamos? No en tanto política; en tanto construcción colectiva. Pero esta construcción, la sociedad como estructura colectiva ¿es algo distinto de los habitantes? Si es así ¿en qué difiere? ¿Cómo dependemos de ella en calidad de habitantes? ¿Debemos tomar control conjunto de ella? ¿O intentar liberarnos de la misma? ¿Es esto posible? Y si, en cambio, no es así; si, por el contario, y como creen muchos marxistas, la sociedad no es otra cosa que la suma total de “relaciones sociales” orgánicas de determinados tipos específicos, entonces en tanto totalidad sistémica la “sociedad” no existe más que como ilusión de ciertos sociólogos y sólo son reales estas “relaciones”. Si, más aun, la sociedad no es otra cosa que la suma de sus individualidades interactuando en forma interpersonal, entonces la sociedad en sí misma no existe ni siquiera como suma. En cualquiera de estos dos últimos casos ¿por qué debemos tomar decisiones conjuntas sobre acciones individuales que cada uno puede tomar por su cuenta o que están determinadas a su vez por nuestra forma de relacionarnos debido a procesos económico-tecnológicos que nos son autónomos y necesarios?
He aquí que, si no podemos resolver tan fácilmente estos dilemas, al menos podamos seguir adelante tomando popperianamente[1] lo que sí podemos dar por seguro más allá de que luego elijamos caminar en cualquiera de las distintas direcciones.
Si la sociedad es una estructura superior distinta de sus partes constituyentes, de las cuales estas dependen y viceversa ¿acaso necesariamente somos más libres en tanto individuos si en forma conjunta pretendemos construirla voluntariamente? No. Primero, porque la construcción es una conjunción de voluntades. Segundo, porque nuestra dependencia a dicha estructura o sistema no variará: simplemente haremos que nuestra dependencia varíe de forma. Tercero, porque si no existe esfera de autonomía alguna de los individuos con respecto a la totalidad que los determina, las voluntades que actúen alterando la construcción se terminarán afectando a sí mismas a su vez en un proceso de realimentación. Una ingeniería social total en tal caso sería un disparate por el cual unas consciencias subordinadas en forma determinista a procesos sociales estarían alterando esos mismos procesos.
Otra posibilidad es que esa autonomía exista, no en un sentido indeterminista, sino de la siguiente forma: las consciencias individuales han podido evolucionar sólo mediante una mecánica interna racional, y estas consciencias son los “núcleos atómicos” cuyo interactuar en “moléculas sociales” formará su contenido pero no violará las leyes estructurales a su naturaleza individual. La naturaleza social de los hombres, y la sociedad que implícitamente se genera por ella, es anterior a los hombres. Es la sociedad la que llena el -y posibilita la existencia de- contenido para sus consciencias, y, sin embargo, esta naturaleza de las estructuras sociales debe ser compatible y connatural a su naturaleza racional previa, naturaleza que se “activa” socialmente pero hace posible a la sociedad misma. Hasta no haber encontrado una explicación mejor, considero que la idea de orden espontáneo[2] es la única que nos evita entrar en un círculo vicioso de búsqueda al estilo de la del huevo y la gallina sobre los orígenes del hombre en sociedad que con claridad nos describía Aristóteles.
Teniendo esto en cuenta es que podemos distinguir entre, por un lado, a la sociedad como estructura integradora en su seno de todo un conjunto de relaciones humanas a lo largo de una extensión de división del trabajo que la haga posible y autónoma desde un mínimo posible según el alcance del desarrollo tecnológico y, por el otro, a la noción de pueblo como contenido individual, interpersonal y cultural a través de dicha estructura. El pueblo no es la sociedad, y no debe confundirse la existencia de una estructura social con la existencia de una consciencia colectiva. Con mucho se pueden producir fenómenos de estructuras de relaciones de ideas y pensamientos individuales, pero estas “estructuras” no tendrán un contenido deliberativo racional ni teleológico consciente o inconsciente que pueda expresarse a través de los individuos sin una deliberación individual previa. Para que quede claro a muchos: puede haber un “Mundo 3” popperiano pero no un “Geist” hegeliano.
El pueblo como voluntad diferente a la de sus individuos, no existe. Sí, tal vez y muy probablemente, como cultura. En cualquier caso, en el proceso político de toma de decisiones son las voluntades individuales las que tienen la última palabra cada vez que con la información que tengan culturalmente a su disposición actúen según las determinaciones emocionales y lógicas de su volición y racionalidad, y expresen así sus deseos políticos de acuerdo a ésta. Sus voluntades individuales podrán expresar, en términos rousseaunianos, los “intereses generales” de la sociedad como estructura mayor, o la suma de sus “intereses personales”. En cualquier caso nada cambiará acerca del proceso autónomo de las consciencias individuales. Siempre y en todos los casos serán voluntades que no podrán cambiar arbitrariamente -sin destruirla- una estructura social cuya mecánica interna es el soporte previo y condición de existencia de la acción política y conjunta de sus voluntades. Por otra parte los intereses generales y particulares no tienen por qué ser mutuamente contradictorios ya que se han desarrollado entre relaciones interpersonales de partes capaces de armonizar sus fines.
[1] Cfr., Karl Popper, La miseria del historicismo, España: Alianza Editorial, 1992, pp. 90-97.
[2] Cfr., Friedrich Hayek, Nuevos estudios, Argentina: Eudeba, 1981, pp. 64-67.
Publicado con autorización del autor: Propiedad Privada
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