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No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
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Año V Nro. 400 - Uruguay, 23 de julio del 2010 |
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NUEVA YORK – Las reuniones de los líderes del G-20 normalmente afirman la importancia de mantener y fortalecer la apertura comercial. La cumbre del G-20 de junio en Toronto, si bien no fue muy efusiva en materia de comercio, tampoco fue un tema del que rehuyó. Sin embargo, los hechos dicen más que las palabras y la política de pronunciamientos explícitos (generalmente a favor del comercio) nunca se tradujo en hechos concretos. La paradoja es que esto ha sido bueno para mantener el proteccionismo. Después de todo, también se necesitan acciones para “hacer retroceder” el comercio abierto. De modo que básicamente nos quedamos paralizados, para usar terminología comercial. Pero la falta de activismo comercial también significó que no estamos avanzando con la liberalización comercial. La Ronda de Doha de negociaciones comerciales multilaterales, que viene de antiguo, parece haberse suspendido indefinidamente. Los gobiernos no sufrieron una erupción de proteccionismo después de que el estallido de la crisis financiera global sorprendió a muchos. En retrospectiva, es fácil ver por qué. La política está impulsada por tres “I”: ideas, instituciones e intereses (es decir, lobbies). En estas tres dimensiones, la política proteccionista quedo sitiada. El progreso en cuanto a pensamiento económico después de 1929 condujo al argumento de que, en una depresión, los aranceles están justificados porque desvían una demanda mundial agregada insuficiente a los productos propios a expensas de los demás. Pero todos podían jugar este juego, agobiando a la economía mundial con aranceles que probablemente afectarían a todos sin lograr reanimar el crecimiento. La solución obviamente fue privarse del proteccionismo y, en cambio, aumentar la demanda agregada. Fue una lección que se aprendió muy bien. Las instituciones también ayudaron. Tras la sanción del Arancel Smoot-Hawley de Estados Unidos en 1930, los países fijaron barreras comerciales en un frenesí de ojo por ojo, diente por diente, sin reglas que limitaran su comportamiento. Los arquitectos del orden global de posguerra, en consecuencia, establecieron el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT por su sigla en inglés) en 1947, que contenía esas reglas –como lo hace la Organización Mundial de Comercio, que absorbió y expandió el GATT en 1995-. De hecho, ningún país ha desafiado las reglas de la OMC en la crisis actual. Por supuesto, tal vez hayamos cedido a la presión por medidas proteccionistas, especialmente teniendo en cuenta que las reglas de la OMC dejan abierta la posibilidad de una respuesta de este tipo. En consecuencia, por ejemplo, las tarifas vinculantes (vale decir, los techos acordados) les permiten a los países aumentar los aranceles reales, que suelen ser más bajos, sin restricción. Lo que ha impedido la erupción de guerras comerciales complacientes con la OMC ha sido la estructura cambiada de la economía mundial, que ha creado fuertes intereses anti-proteccionistas. Por consiguiente, cuando el Congreso de Estados Unidos implementó las estipulaciones “Cómprenle a Estados Unidos” para las compras públicas, muchas firmas estadounidenses, como Boeing, Caterpillar y General Electric –por temor a una represalia en sus mercados extranjeros- hicieron lobby, con éxito, para moderar la legislación. La Ronda de Doha debería sacar provecho de alguna de estas fuerzas fundamentales que favorecen el comercio abierto e impiden el proteccionismo. De hecho, la postura convencional sostiene que, durante una depresión, los ciudadanos se vuelven reacios al riesgo y no respaldan la liberalización. Pero, en un momento en que mucha gente es consciente de que sus empleos dependen del comercio en una economía mundial estrechamente integrada, las encuestas en Estados Unidos y otras partes demuestran un continuo respaldo mayoritario al libre comercio. Mientras los negociadores de Doha han acordado muchas cuestiones importantes, las negociaciones finales se estancaron por primera vez el año pasado, debido a la negativa por parte de Estados Unidos a recortar más sus subsidios agrícolas y la insistencia de India en fijar salvaguardas especiales a fin de no exponer a sus millones de agricultores de subsistencia a una competencia estadounidense injustamente subsidiada. Hoy en día, la política interna tanto en Estados Unidos como en la India hizo que el primero se convirtiera en el único obstáculo para el progreso. La última elección liberó al Partido del Congreso de la India de su coalición con los comunistas, que se oponían al comercio, y así aumentó la flexibilidad del primer ministro pro-comercio Manmohan Singh. En cambio, la última elección en Estados Unidos dio cabida a una mayoría parlamentaria demócrata que está en deuda con los sindicatos temerosos del comercio, limitando así al presidente Barack Obama, un hombre proclive al comercio. Obama también enfrenta un respaldo menguante de parte de los lobbies empresarios en la industria y los servicios –sectores que están exigiendo más concesiones de otros países-. Si optara por cerrar la Ronda de Doha como se ha venido negociando hasta la fecha, podría convertirse en un general sin tropas. Su silencio sobre Doha en la cumbre del G-20 fue ensordecedor. Entonces, ¿cómo avanzamos en materia de comercio? Una solución, respaldada por algunos grupos de expertos de Washington, es seguir adelante y pedir más. Pero eso implicaría varios años de renegociación. La Ronda de Doha estaría así muerta de facto. La otra opción es cerrar la Ronda con la resolución del desacuerdo entre Estados Unidos y la India en materia de agricultura. Se pueden diseñar concesiones mutuas que aseguren una repercusión política insignificante para ambos líderes. Esto también exigiría mejoras marginales en las concesiones por parte de los principales países en desarrollo, y por parte de Estados Unidos y la Unión Europea en el terreno de los servicios. El problema es que los lobistas en Washington rechazarían esta solución modesta si la Ronda de Doha fuera el final del juego. De modo que, parte de la solución tendría que ser la declaración de otra Ronda para negociar nuevas aspiraciones y demandas. Podríamos llamarla incluso la Ronda Obama. Después de todo, Obama debería estar a la altura de su premio Nobel como multilateralista!
© Project Syndicate, 2010. www.project-syndicate.org Compartir este artículo en Facebook
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