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Año V Nro. 363 - Uruguay, 06 de noviembre del 2009
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Todas aquellas conductas que conducían nuestra coexistencia, y que aunque no siempre fuera logrado tal cometido, aspiraban hacia la convivencia pacífica, al parecer fueron abandonadas por el bien de la ignorancia y el atropello, o transformadas en la burla al progreso humano. Nos convertimos, ya que hay quienes nos dicen que el hablar bien y no menospreciar al otro es de tarados, en mediocres que a la mínima de cambio salen a gritar a la calle convencidos de que aquello que nos pintaron en el rostro es así de cierto como una verdad revelada. Pues, no existen las verdades reveladas. Y si bien nadie tiene por qué forzar mi voluntad a reaccionar según me de la gana, creo que tampoco puedo yo. Por lo que primero viene el respeto. Respeto hacia aquellos que no piensan como lo hago yo, porque siendo distintos nos encontramos entre iguales, y también respeto por quien piensa igual, porque aunque pensemos lo mismo no tenemos porque apoyar los mismos medios ni inclusive los mismos fines, y raramente dos o más personas cavilan igual en absolutamente todos los tópicos. Así que escuchemos, frenemos nuestro ímpetu hablador y detengámonos para la comprensión; tarea que de ninguna manera es sencilla, el respetar, pues cuando creemos que el otro esta equivocado deseamos de convertirlo a fin de que no solo entienda lo que le queremos trasmitir sino además que lo acepte como cierto y poniendo en duda sus convicciones. Analicemos nuestra psiquis para encontrar nuestros propios errores, ya que por lejos no adquirimos ningún intelecto superior que nos haga representar a todo lo que sea cierto y verdadero en este universo, y que por supuesto, nos de derecho a tildar de ignorantes a aquellos que no creen lo que nosotros. Y no perdamos el tiempo en quien pierde los estribos en el ímpetu indomable, pues quien no controla sus impulsos no se encuentra preparado para conllevar una discusión a la par. Entonces permitámosle que en su mundo fabule lo que para su persona sea cierto y deseemos, por su bien, que en algún momento pueda prescindir de su ceguera fanática así obrar a favor de la tolerancia. Tolerancia, ardua la tarea que nos compromete a correspondernos con el otro, en relación al grado de aceptación que realizamos por la capacidad de entendimiento que poseemos hacia los demás. El respeto hacia las creencias, prácticas e ideas ajenas. Pero la tolerancia no es permisibilidad, complicidad o negligencia, no es indiferencia, no es indulgencia. Es una virtud que deviene de nuestra condescendencia como don y se trasmuta por el camino de la razón tal que es comprensión y entendimiento, respeto. Y así como he de respetarte tú me respetaras, en caso contrario sigue tu camino que yo seguiré aprendiendo para construir el mío. No permitamos que violentos y sinvergüenzas utilicen los medios para conducir su ira y frustración hacia nosotros, no les permitamos convertirnos en peones de su vanagloria, digámosles que ya basta, que es innecesario continuar por el camino aberrante del necio. Y no permitamos que nos titulen despectivamente por no aceptar un punto de vista que pueda parecernos erróneo no permitamos que nos hagan enemigos únicamente por pensar distinto, creer o llevar una práctica distinta. Convirtámonos en albañiles de los puentes que se han de construir a favor de la comunicación entre partes, de manera de que si bien nos entendamos distintos nos reconozcamos como iguales. Debemos de reconocernos como iguales, siendo libres y ante todo, siendo seres que poseen la suficiente capacidad para idear su propio pensamiento. No permitamos que los dogmas nos atrapen y no permitamos que otros nos excluyan y nos intimiden ¿Quién cree poseer un intelecto o capacidad por natura superior a algún otro? Pobre de él, digo yo. © Andrés Bogorja para Informe Uruguay
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