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Año V Nro. 363 - Uruguay, 06 de noviembre del 2009   
 
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Visión Marítima

 

Brasil, potencia latina
por Federico Ysart

 
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          ¿Qué proyectos de Brasil existen? ¿Qué papel juegan las ideologías, lo público y lo privado? ¿Hay capacidades institucionales y políticas para arbitrar conflictos? ¿Qué cuellos de botella pueden estrangular su desarrollo social, económico y político-institucional?

          Y la gran cuestión: ¿están dispuestos sociedad y Gobierno a jugar el papel de gran potencia? El régimen militar, 1968-1985, dejó a la democracia brasileña una bomba de relojería: caída del producto interior bruto (PIB), moratoria de la deuda externa, inflación de tres dígitos, fuga de capitales y, naturalmente, degradación de las condiciones de vida de la población.

          El Plan Real, con sus luces y sombras y más allá de las metas estabilizadoras, fue clave para redimensionar el papel del Estado, hacer viables reformas político-institucionales, consolidar el "presidencialismo de coalición" para impulsar las reformas y pasar de un modelo de "nacional-mercantilismo" autárquico a otro de capitalismo abierto y globalizado.

          Se abrieron las puertas a la empresa privada y a las inversiones extranjeras, y Brasil alcanzó credibilidad y prestigio internacional. Este eje de la política del Gobierno Cardoso, mantenido y potenciado por el actual, han hecho de Brasil un país confiable. El pragmatismo del presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, en su Carta al pueblo brasileño, 2002, donde se renunció a rupturas e incumplimientos de contratos y obligaciones con las instituciones financieras internacionales, fue una auténtica palanca de desarrollo.

          Como también lo han sido la responsabilidad fiscal en los niveles de Gobierno municipal, regional y federal, y la existencia de una clase empresarial integrada en los circuitos mercantiles y financieros internacionales, atenta a la innovación tecnológica y a las oportunidades de negocio.

          La experiencia brasileña demuestra las virtudes del mantenimiento de políticas de Estado más allá de los cambios de acento de cada Gobierno. Los frutos recogidos en el campo político-social tienen su correlato en la arena internacional. El discurso oficial habla de una política exterior de no intervención / no indiferencia, "activa" y "altiva". ¿Asumirán el Gobierno y la sociedad brasileña los costes de esta ambición?

          Brasil puede ejercer una influencia constructiva en la resolución de conflictos regionales y frenar el deterioro de las libertades y las injerencias del eje bolivariano en terceros países. Es pieza clave en el futuro de Mercosur, con el ingreso de Venezuela pendiente, y de Unasur, la región hablando con una sola voz. ¿Y todo ello sin abandonar su soft power?

          Una agenda internacional de esta naturaleza hace pensar que la frase del presidente Lula "nos cansamos de ser una potencia emergente" quizá vaya más allá de la retórica. La dirección que tome Brasil podría determinar el futuro de América del Sur. Unidad territorial, grandeza física y confianza en su futuro son ideas-fuerza que han conformado históricamente la política exterior brasileña.

          En el siglo XX, esa política se articuló sobre dos ejes. En el primero, el asimétrico, estarían las relaciones con países con un significativo diferencial de poder, como los Estados Unidos o las grandes potencias europeas y luego la UE. Para preservar sus márgenes de maniobra, Brasil buscó elementos de autonomía y por ello participó activamente en los foros multilaterales; para aprovechar los efectos protectores de los tratados que neutralizan las políticas unilaterales de las grandes potencias.

          En el eje simétrico figurarían los vínculos con aquellos Estados de recursos de poder similares a los de Brasil, incluyendo los vecinos latinoamericanos y otros en vías de desarrollo. Y ahí están las dos últimas décadas, con sus estrategias regionalistas: aproximación a Argentina, creación del MERCOSUR y el impulso de por Cardoso, profundizado por Lula, para crear la Unión Suramericana de Naciones.

          En otros términos: a partir de los años 90, Brasil comienza a superar una política exterior de tipo defensivo, el modelo de "autonomía por el distanciamiento", es decir, la ausencia en el gran juego político internacional, y comienza a participar selectivamente en las cuestiones internacionales, pasando a la "autonomía por la inserción" de que habló Cardoso.

          La realidad es que hoy la política exterior de Brasil es uno de los aspectos más exitosos del gobierno Lula, en el que destaca el gran activismo presidencial, viajes, discursos y articulaciones diplomáticas por todo el mundo.

          Suramérica ha sido la prioridad básica de la política exterior; el desarrollo de la región está estrechamente vinculado al desarrollo de Brasil. La política exterior es expresión y elemento estructurador de una nueva concepción de desarrollo, como definió hace unos años Marco Aurelio García:

          "El desafío para el gobierno Lula, especialmente en el ámbito de América del Sur, fue ajustar el foco de la política exterior a un nuevo proyecto de nación que hacía de la inclusión social, del desarrollo económico, de la profundización de la democracia y de la afirmación de la soberanía nacional, combinada con el deseo de integración regional, los ejes de un nuevo proyecto nacional"

          Pero hay un segundo foco de atención: las relaciones con otras potencias emergentes, dentro de un modelo de cooperación Sur-Sur, donde entrarían la India, China y Sudáfrica. Objetivo político: promover un sistema multipolar, funcional para Brasil y con capacidad para contrarrestar la supremacía de los EE.UU. Y otro económico: preservar espacios de crecimiento y autonomía para su propia economía. Lula lo sintetizó en una frase: "queremos cambiar la geografía comercial del mundo"

          Por otro lado, Brasil podría ser un socio activo dentro de la estrategia del gobierno norteamericano de reunir países capaces de resolver conjuntamente cuestiones espinosas de difícil solución en asambleas globales.

          ¿Ejercerá su peso específico regional en la resolución de conflictos, o para echar el freno al deterioro de las libertades en el eje bolivariano? ¿Se pondrá fin a las ingerencias en terceros países?

          En cualquier caso, Brasil es pieza clave en el futuro de MERCOSUR, con el ingreso de Venezuela en puertas, y de UNASUR, para que la región pueda hablar con una sola voz. ¿Puede hacer todo ello sin abandonar su soft power, o la alianza con Francia para suministro de material militar cabe ser interpretada como el comienzo de su rearme?

          Parece que Brasil se cansó de seguir siendo el país del futuro y se apresta a jugar el papel de gran potencia. Sociedad y Gobiernos llevan años reduciendo desequilibrios sociales y regionales, vulnerabilidades económicas, problemas de gobernabilidad, y generando políticas públicas por encima de la contienda partidista.

Fuente: Infolatam

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