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Año V Nro. 363 - Uruguay, 06 de noviembre del 2009
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Las sociedades cambian inexorablemente. Es algo reconocido y dilucidado. Es incontestable que las políticas de los gobiernos –también las propuestas de la oposición- para que sean creíbles y aceptables deben tomar en consideración las cada vez más aceleradas transformaciones que van sucediéndose en la sociedad, debido a los avances de las ciencias y de la tecnología que hacen que varíen las actitudes y las costumbres. Esto lleva a afirmar que “la ausencia de movimiento –es decir no tomar en cuenta las transformaciones en la formulación de modelos políticos y económicos- constituye un mal síntoma”. Pero también hay extremos –¡cuando no!- que enredan la claridad del planteamiento básico, pues se promueven revolucionarismos insensatos, desconociendo la libertad, la justicia y la democracia. Así es cómo se presenta la disyuntiva: revolución o evolución, de acuerdo con la realidad social que se va presentando. En América Latina hay sectas de culto al revolucionarismo, especialmente en los movimientos llamados de izquierda. Revolucionarismo que llevan acuñado en sus nombres y en sus proclamas. Revolucionarismo, unas veces intentado honestamente y, otras, sólo testimonialmente. Y, en última instancia, llegando a un izquierdismo revolucionario que resulta ser, simplemente, populismo. Muchos, que ayer nomás se mostraban radicales, quizá por una pizca de sensatez, han aminorado sus fervores revolucionarios y siguen, con prudencia, modelos moderados, es decir llevan adelante el matiz, pero sin promover los dramáticos cambios que anunciaron cuando proclamaban la revolución. Se quedan, entonces, con modelos de libre mercado, a veces con actitudes vergonzantes, arguyendo que siguen un modelo social de mercado. Esto recuerda la célebre afirmación de José Ortega y Gasset: “Hoy en día, la izquierda habla de dictaduras y la derecha habla de revoluciones”. Y se completa ahora con: “derechas o izquierdas son términos propios de una hemiplejia moral” (Xavier Sáez-Llorens). En Bolivia, la izquierda radical: los partidos comunistas –pro soviético y pro chino-, el Partido Socialista a secas o el PS-1, el trotskista POR en sus diversas facciones, el MBL, y otros, o han desaparecido o intentan distintas opciones, como es el caso de los “foquistas” nostálgicos que se refugian en el populismo. Esto fortaleció –Foro de San Pablo mediante– el intento de reagruparse, esta vez como populismo y con expresiones locales con caudillos “libertadores”. Este es el caso de Hugo Chávez y Evo Morales, que son aliados y dicen encaminarse a consolidar el “socialismo del siglo XXI” de Dieterich, aunque no son idénticos en sus extravagancias. Son raros los que se oponen al cambio por el cambio. Sabiendo que la actual Constitución Política del Estado (plurinacional), impuesta por el Movimiento al Socialismo de Evo Morales es un peligroso mamarracho, no hay muchos que digan que no había necesidad de una constitución completamente distinta. Y así, la nueva ley fundamental boliviana, con graves incongruencias no permitirá alcanzar la modernidad. La anterior constitución política del estado hubiera impedido a los populistas establecer mecanismos para imponer un régimen autoritario y la vigencia del raro socialismo del siglo XXI mezclado con un indigenismo sectario. ¡Cambio! es la consigna del populismo; pero cambio, por el cambio… © Marcelo Ostria Trigo para Informe Uruguay
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