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Una carta abierta al senador Mujica
por Fernando Pintos
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La semana anterior, en la edición de «Informe Uruguay» correspondiente al 2 de mayo, se publicó una carta abierta de Rodrigo Blás (con cédula de identidad número 3.844.921-8), dirigida al tupamaro Mujica, quien hoy se desempeña —para desgracia de este país— como Senador de la República. Esa carta, clara y valiente, provocó entre los lectores de este medio digital una cantidad de comentarios, apoyando en abrumadora mayoría, con un par de excepciones.
En la práctica, el tal Mujica siempre me ha provocado sentimientos que me llenan de confusión. No puedo definir si me provoca más desprecio que repugnancia, o viceversa. Pero eso no es nuevo para mí. Siempre he experimentado tales sentimientos frente a los «heroicos» compinches ideológicos del tal Mujica. En la práctica, desprecio a los mauloides (ni siquiera le llegan a la condición de maulas), y mucho más lo hago cuanto los tales tipejos, para añadir el escarnio a la infamia, se ufanan con reiteración y alevosía en abrir las bocas (ideales refugios para enjambres de moscardones) con el propósito de propalar, a voz en cuello, supuestas hazañas, imaginarios heroísmos, delirantes fantasías de coraje y arrojo. Cualquier cobarde es despreciable, pero uno que añada a tal condición una sucesión de cacareos disonantes sobre presumible bizarría (me estoy refiriendo al idioma español), sobrepasan con creces la condición de bizarro (ahora lo estoy expresando en spanglish). Por si lo anterior fuese poco, la mentira y los mentirosos me repugnan profundamente.
El Senador Mujica y su patética trouppe de «revolucionarios» tupamaros hicieron gala, en tiempo y forma, de una especial forma de cobardía que llegó a rayar en el virtuosismo. Mientras pudieron abusar del Estado de Derecho en Uruguay, infiltrar diferentes instancias de la actividad pública y divertirse jugando al gato y el ratón con la Policía (que por cierto, no contaba con el armamento y la capacidad de fuego que ellos tenían), estuvieron muy cómodos, ensayando la pose del Robin-Hood-latinoamericano-marxista-revolucionario… Ruidosamente promovidos y propiciados por el Mujica de aquella época: el entonces Senador de la República Enrique Erro, cómplice de los tupamaros, un personaje tan escandaloso y gritón como boca abierta. Un completo energúmeno que se dedicaba a socavar el orden institucional democrático aprovechando, para tales canallescos fines, su posición en el Senado de la República. Enrique Erro fue el Mujica de los años 70, al igual que Mujica es el Erro de la primera década del siglo XXI. Exactos, al igual que dos gotas de agua, lo cual equivale a decir que cada uno de ellos ha sido tan horrendo —moral, espiritual y hasta físicamente— como el otro.
Y ha sido este Erro del año 2008, el antaño guerrillero (quien prefirió rendirse a las odiadas Fuerzas Conjuntas de entonces, antes que amarrarse los pantalones para morir con las armas en la mano), es decir, Mujica, un individuo que desconoce lo que son y significan, tanto la investidura de un Senador de la República como la de un Ministro de Estado, quien, en medio de su desenfrenada colitis dialéctica se ha atrevido a llamar «atorrantes» a los uruguayos. Y si tal hizo, utilizando para tales efectos esa lengua de estropajo que ha sido su principal característica de las últimas décadas (las del cacareo desenfrenado sobre «heroísmos», «bravura», «valor», etcétera), cabe inferir que, aún en su patética bellaquería, el individuo ha querido referirse a todos los uruguayos de este mundo: los de Uruguay y los de la Diáspora. Y al mismo tiempo sería válido pensar que, incluso dentro de su monumental ignorancia, el personaje ha utilizado el referido calificativo «atorrantes») en cuando menos sus principales acepciones. La primera es por «haraganes», «flojos», holgazanes», «buenos para nada». La segunda sería por «porquerías», «mugres», «inmundicias». Y puede que también aplique a una tercera: por «callejeros», «vagabundos», «linyeras»… Y dada la riqueza del idioma, unida con el ingenio popular y esa dinámica que mantiene a las lenguas vivas, podríamos indicar o sugerir algunas otras acepciones para el polémico término: pongamos por ejemplo la simpática expresión «arrastrados». Y además esa otra, tan a tono con el desbocado dicente: «sinvergüenzas». Es muy posible que, incluso en su incultura, en su ínfima educación y principalmente en esa primitiva y retorcida astucia que lo ha llevado a tales alturas (ahora me refiero no a la canallería o la cobardía, sino a las funciones del Estado y del Gobierno), el Senador Mujica haya querido endilgar, a todos los uruguayos que habitan el planeta sin excepciones, ese simpático cúmulo de significados que acepta la expresión de marras: «atorrantes».
En la práctica, cuando el senador Mujica se refiere a que los uruguayos son atorrantes («El Uruguay es un país de atorrantes», dijo textualmente), lo hizo bajo los efectos de las patéticas enfermedades que a él lo aquejan, de varias décadas a esta parte. Entre las principales (no todas, pues necesitaría el espacio de iuna guía telefónica), citaré apenas algunas: cobardía, caradurismo, condición de farsante, tartufismo en grado terminal, demagogia exacerbada, ignorancia enciclopédica, sinuosidad conceptual, grosería innata, afición desmedida por el disparate, tortuosidad mental… Y, en vista de ello, no debe extrañar que sus expresiones sean inexactas. Porque existe una parte de verdad en lo que dijo, mas debería haberlo expresado de la siguiente manera: «El Uruguay es un país donde hay una cantidad de atorrantes»… Aserto que, en vista de cuántos (uruguayos) le ha dado su voto o manifiestan la intención de seguir dándoselo, resultaría absoluta, completa y dramáticamente verídico. En efecto, en Uruguay hay una cantidad de atorrantes, para los cuales no existe mayor diferencia entre el voto y el papel higiénico. Es más: en vista del Gobierno que hoy sufre el país, parecería que todos estos atorrantes no aciertan todavía a saber en qué momento se debería hacer uso del voto, y en cuál se debería hacer uso del papel higiénico… Y, en vista de tan dramática confusión, los intercambian (el voto y el papel higiénico), con los resultados que ya sabemos: un energúmeno de circo, elevado a la categoría de Senador de la República. No hay duda de que tenemos, en Uruguay, un montón de atorrantes. Pero, expresar con tal soltura que todos los uruguayos lo son (atorrantes) no sólo es una formidable falacia. Es, además, la perfecta expresión de un perfectísimo atorrante. Como es bien sabido desde siglos a esta parte: «el león juzga por su condición». Y las ratas también.
En fin, hecha esta pequeña introducción al tema, reproduzco a continuación la carta de Rodrigo Blás, quien me parece una mente clara y un corazón firme, al estilo que siempre hemos mantenido los uruguayos… Y el que seguimos manteniendo muchos (yo creo que la mayor parte), pese a todos los atorrantes que puedan invadirnos:
«…Ayer, en el mismo momento en que nos decía que su partido, el país y todos nosotros precisábamos de él por que era el más votado, en un tremendo gesto de soberbia en harapos (la humildad parece venir de la vestimenta que usa y no de lo que dice) el Senador Mujica nos sorprendía con una maravillosa definición: … “El Uruguay es un país de atorrantes “. No le permito señor Senador. Atorrante (vago, perezoso, desvergonzado esa es su definición) será usted. Mi país , su país se compone de gente que trabaja, que busca superarse, que soporta estoicamente mazazos impositivos que le sacan las ganas de trabajar y que soporta Senadores —como UD.— que los rezongan y califican de las más ofensivas maneras —atorrantes, platudos, chorizos, sabandijas— en virtud del mito de su supuesta sabiduría adquirida en la Universidad de la Calle, que usted día a día se ocupa en demostrar —con éxito— que es un mito equivocado y que su supuesta sabiduría no es otra cosa que chabacanería y ordinariez. Atorrante será usted, vago que ha vivido siempre a costas del Estado, su partido, o el producto de sus saqueos tupamaros. Perezoso será usted, que no tiene la sensibilidad o la fuerza para peinarse o cambiarse la camisa. Sólo usted asocia la suciedad y la desprolijidad a la humildad, la misma es propia del trabajador cuando sale de la obra o de la chacra, consecuencia de la tarea realizada, para llegar a su casa a empilcharse, no de un oficinista que sale del Ministerio o el Senado. Su investidura (que es de todos nosotros) merece otro trato y otro respeto. Desvergonzado será usted, que levantó armas contra regímenes democráticos, que hace de su prisión un apostolado pese a reconocerse culpable. Nunca fue usted un preso inocente como otros, que se inmola en los tiros que tiene en su cuerpo como prueba de su sacrificio olvidándose que usted también tenía un arma en sus manos y le pegaron de frente y en balacera, que prometió irse para su casa si el dólar bajaba los 23 pesos y sigue campante en el Senado y en el gobierno, con el dólar a 19 y bajando, que ha instaurado el insulto y la ordinariez en el diario vivir. No se equivoque Senador, los uruguayos somos mucho más que lo que usted dice y pretendemos ser más aún, pese a su intento y el de su partido de transformarnos en atorrantes mediante políticas que nos saquen las ganas de trabajar, pagando a la gente para ser vagos mediante el Plan de Equidad, destruyendo la dignidad del uruguayo de trabajar por su sustento haciéndolo dependiente de la limosna estatal, robando el fruto del trabajo de los uruguayos mediante impuestos exagerados que desmotivan al que quiere superarse y crecer Sr. Senador, si de definir a los uruguayos vamos a hablar, me quedo con Wilson (y no lo comparo, porque sería una ofensa para Wilson), que nos definía como una gran comunidad espiritual conformada por los valores, gustos y principios comunes de sus ciudadanos, los mismos ciudadanos a los que usted llama atorrantes, ATORRANTE…». |
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