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El poder cicatrizador del mercado
por Carlos Alberto Montaner
 
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Los enemigos de la libertad económica están felices. Ven la actual crisis financiera norteamericana y europea como la demostración de la superioridad del socialismo planificador sobre el mercado.

         Los enemigos de la libertad económica están felices. Ven la actual crisis financiera norteamericana y europea como la demostración de la superioridad del socialismo planificador sobre el mercado. Celebran el entierro de algo muy confuso a lo que llaman ''neoliberalismo'', y sueñan con implantar gobiernos fuertes que dirijan las actividades económicas y controlen el aparato productivo mediante un enjambre de funcionarios brillantes y bienintencionados de la estirpe ideológica de Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega, gente amorosamente dedicada a construir el bienestar de la sociedad por medio de sus nobles impulsos altruistas.

         El error intelectual surge de no entender lo que es el mercado. En las sociedades en las que existe propiedad privada y funciona el Estado de derecho, millones de personas, libremente, toman constantemente billones de decisiones en busca de la satisfacción de sus propias necesidades, dando lugar a lo que el premio Nobel F. Hayek llamaba ''el orden espontáneo'', una organización infinitamente más apta para crear riquezas, asignar bienes y servicios y disminuir los niveles de miseria, que las colmenas artificialmente dirigidas por los ingenieros sociales, como puede comprobar cualquiera que hoy se asome a las dos Coreas o que conozca las diferencias que existían entre las dos Alemanias.

         Por supuesto que ese orden espontáneo no es perfecto, ni produce un equilibrio económico (otra fantasía), dado que no hay nada más revolucionario y, a veces, impredecible que el mercado, pero los errores, crisis y contramarchas forman parte del método habitual de trabajo y aprendizaje en las sociedades libres. Los individuos y las empresas, en su afán de competir por las preferencias del consumidor con el objeto de beneficiarse, recurren al aleccionador método de tanteo y error, exploran diversas intuiciones e hipótesis, e intentan distintas estrategias guiados por los aciertos y por los descalabros, hasta alcanzar el triunfo o hundirse en el fracaso, dos resultados, además, que generalmente son provisionales.

         De las cien empresas principales que existían en Estados Unidos a mediados del siglo XX, sólo veinte sobreviven hoy en posiciones dominantes. Las ochenta restantes se consumieron en la ''destrucción creadora'' del mercado, como muy gráficamente señaló Joseph Schumpeter, pero no sabemos cuántas nuevas y valiosas iniciativas surgieron de las cenizas de los empeños que no llegaron a buen término.

         Lo que sí podemos asegurar, a principios del siglo XXI, es que en las naciones del primer mundo organizadas en torno al mercado, la base material que sostiene al conjunto de la sociedad es mucho más rica, saludable y educada que la que existía a mediados del XX, pese a las guerras, las crisis cíclicas, las catástrofes naturales y las estupideces periódicamente cometidas por los gobernantes y por los individuos que conforman la sociedad civil.

         ¿Cómo se produjo este avance en medio de tantos disparates y calamidades? Muy sencillo: el orden espontáneo tiene un efecto cicatrizador asombrosamente efectivo, algo que no debemos olvidar en medio de la llamada ''crisis de las hipotecas''. No estamos, por supuesto, aproximándonos al fin del mundo ni del mercado, sino enfrentándonos a un obstáculo pasajero del que saldremos, como siempre, mediante una mezcla de innovaciones, decisiones acertadas y medidas de gobierno sensatas.

         Habrá (ya hay) perdedores y ganadores, desaparecerán fortunas y surgirán nuevos triunfadores, pero el mercado continuará su camino ascendente para beneficio de la mayoría. Así ha sido desde finales del siglo XVIII, cuando comenzaron a imponer su superioridad las sociedades libres fundadas en la competencia, y así seguirá ocurriendo en el futuro.

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Fuente: Diario de América
 
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