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Año V Nro. 307 - Uruguay, 10 de octubre del 2008   
 

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La falacia de los derechos colectivos
por Tomás Salas

 
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El derecho es, por naturaleza, una atribución del individuo. Cualquier ser humano, por su carácter personal, está dotado de una dignidad que lo convierte en merecedor de respeto y, en consecuencia, en sujeto de derechos. Este el concepto se distorsiona cuando se traslada de lo individual a lo colectivo.

         Cuando hablamos de un grupo de personas y, refiéndonos de forma general a esta abstracción, decimos que “tienen derecho” a algo (por ejemplo, una entidad territorial que reclama su derecho a ser nación o una cultura que reivindica el reconocimiento de sus pautas y costumbres), estamos haciendo una afirmación, cuanto menos, ambigua. El derecho es, por naturaleza, una atribución del individuo. Cualquier ser humano, por su carácter personal, está dotado de una dignidad que lo convierte en merecedor de respeto y, en consecuencia, en sujeto de derechos. Es un colorario jurídico que se deriva de una realidad moral. Éste es un dogma del pensamiento liberal, pero hoy está asumido por conservadores y socialdemócratas y constituye uno de los fundamentos -quizá el principal- de las sociedades democráticas. Si bien la filiación de la idea es liberal, qué duda cabe de que el humanismo cristiano, la idea del hombre como “imago Dei”, está presente el el génesis de esta idea.

         Ahora bien, el concepto se distorsiona cuando se traslada de lo individual a lo colectivo. Ocurre entonces que se habla de un supuesto derecho (derecho histórico, por ejemplo) definido por alguien que habla en nombre de una colectividad y que se convierte, de alguna manera, en su voz profética. ¿Coincide necesariamente esta afirmación de unos cuantos con los deseos de la mayoría? No necesariamente. Normalmente la respresentativad es mucho menor que la que estos portavoces se atribuyen. ¡Cuántos han hablado en nombre del Pueblo, del Proletariado y, sin embargo, han representado una mínima porción de estas realidades sociales!

         Si el primer aspecto de esta falacia es la escasa (o falsa) representatividad, el segundo es el hecho, tristemente demostrado en la historia, de que los derechos colectivos suelen volverse contra los derechos individuales. Las supuestas prerrogativas de un Pueblo, una Raza, una Religión, aplicadas de forma colectiva, casi siempre terminan ahogando la libertad individual y conviertiendo el derecho en opresión.

         Hemos asististido en el siglo XX a sacrificios humanos gigantescos realizado en nombre de grandes abstracciones, el Proletariado, la Raza, representada por líderes que se atribuían el derecho de todos y la posesión indiscutible de la razón. Asistiremos en el siglo XXI -no hay que ser un profeta para verlo claro- a luchas donde van a estar implicadas las ideas nacionales y religiosas. En España, todo el mundo piensa en el ejemplo de nuestras autonomías nacionalistas que reclaman un derecho colectivo casi siempre conculcando los derechos individuales de muchos de sus ciudadanos.

         Para mí la cuestión, dentro de su complejidad, se somete a un criterio claro: el respeto a los derechos individuales, los que cada uno, es el criterio que prima ante cualquier conflicto entre colectivos o grupos. No me sirve que se defienda un uso porque pertenece a una tradición cultural o religiosa, si ese uso conculca un derecho individual, si se el aplica al individuo contra su voluntad. La piedra de toque de todo nuestro sistema, el arco que sostiene este complejo edificio, es el de la dignidad personal. Socavarlo y derrumbar la maravillosa construcción será todo uno.

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Fuente: Diario de América
 
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