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Año V Nro. 368 - Uruguay, 11 de diciembre del 2009
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Según la FAO (que tiene más de 3,500 burócratas con altos sueldos) unas mil millones de personas pasan hambre en el mundo, y aumentan cada vez más a un ritmo de varias decenas de millones anuales. Ahora, esto ocurre cuando el mercado de la producción de alimentos crece al 5% anual y la población mundial solo al 2%. Hay, sin dudas, un problema de distribución de la riqueza (y alimentos) provocado por el Estado. Por citar dos casos, los subsidios a la producción de etanol provocan un aumento en la demanda de cereales mientras la Reserva Federal baja tanto las tasas de interés que los inversores especulativos encontraron en los commodities agrícolas mayor rentabilidad, haciendo subir los precios. El hambre no es un problema “natural” ni resultado de este cosmos en el que está inserto el hombre. Para la escolástica, el orden natural ha sido creado para el desarrollo de la naturaleza, principalmente humana, de modo que provee de las fuerzas creadoras y productivas necesarias para paliar la falta de alimentos. Es la violencia la que destruye el orden espontáneo de las cosas. Así, la “redistribución de la riqueza”, que realizan los Estados utilizando el monopolio de la violencia que sostienen provoca el efecto contrario: sacarle a los pobres para entregárselo a privilegiados. William Easterly, profesor de economía de la Universidad de Nueva York, demostró el fracaso del asistencialismo estatal: Estados Unidos y sus aliados destinaron más de un billón de dólares para ayuda externa desde 1945, pero los países que más recibieron tienen hoy más problemas, mientras los que mejor se han desarrollado recibieron menos ayuda. Benjamin Powell y Matt Ryan, señalan que “EE.UU... (y) sus socios en la OECD han contribuido con... ayuda a… regímenes (como el) de Sudán… el peor dictador del mundo... (otorgándole) más de US$ 6 mil millones… ayudaron a los 20 peores dictadores del mundo, que recibieron US$ 55 mil millones”. Chile es el único país en América Latina que redujo la pobreza a la mitad creando riqueza a partir de la actividad privada. En Venezuela, en cambio, la pobreza creció del 43% al 56%, a pesar de que el petróleo pasó de costar 8 dólares por barril, cuando Chávez llegó al poder, a casi 80 dólares hoy. Argentina, con solo 40 millones de habitantes produce alimentos para cerca de 300 millones y, sin embargo, ocho niños de menos de 5 años mueren a diario por desnutrición. El plan del gobierno argentino de una ayuda de 50 dólares mensuales por hijo, dirigida a trabajadores desocupados o que se desempeñen en el sector informal y perciban una suma inferior al salario mínimo, con un máximo de cinco hijos por familia y siempre y cuando los menores concurran a la escuela supone que las familias más necesitadas, las que tienen más de cinco hijos y los que no pueden ir a la escuela, precisamente, por su extrema pobreza, se queden fuera de la asistencia. El gobierno cree que la ayuda llegará a 5 millones de niños pero unos 2 millones no la alcanzarán. Este plan requerirá unos 2,600 millones de dólares que provendrán de la Anses, el organismo estatal dedicado a los jubilados. Es decir, los impuestos, de fondos coactivamente (con base en el monopolio estatal de la violencia) retirados a los ciudadanos. Ahora, los impuestos son dinero arrebatado a los pobres, que termina en corrupción o sueldos de burócratas y del que sólo reciben una mínima parte. Efectivamente, cuanto mayor es la capacidad económica de una persona, más deriva las cargas coactivas hacia abajo, por ejemplo, para pagarle al Estado, un empresario sube precios, baja salarios o cualquier otra cosa que desvíe la presión fiscal hacia abajo. Mientras que los más pobres tienen que soportar el aumento de precios. Si ese dinero de las ayudas estatales no se le quitara a través de impuestos al sector privado, ello resultaría infinitamente más beneficioso porque multiplicaría el proceso creador y de redistribución del mercado natural. Fuente: Fundación Atlas 1853
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