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Año V Nro. 368 - Uruguay, 11 de diciembre del 2009
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A lo largo de los años pasamos de ser prometedores eslabones para la construcción de cualquier futuro posible a una pieza obsoleta de una gran maquinaria. Segmento adormecido que se aferra al resto derrapando su camino porque se le han oxidado los pasos ¿Y qué esperamos para dar ese salto final al gran vacío compuesto de la no-existencia del transeúnte que ya no se pregunta por dónde va ni para qué? “Conejo se acerca al bordillo… Y corre. Fijaos corre.”[1] Nuestro genio nos hace creer que ha de existir una realidad alterna, la cual justificara la negligencia a la que nos mantuvimos fieles a lo largo de nuestra vida, sobre nosotros mismos y aquello que nos debió importar en algún momento dado. Y esa vida ulterior nos promete recompensa, donde la información de nuestras vivencias será revisada por el juez último que sostendrá el fiel de la balanza entre nuestras acciones y quienes pretendimos ser, así se recompondrá el karma y los hilos de una trama entretejida por la agonía y el aferro a lo sutil se volverán hacia un punto imaginario e implorarán por justicia.
El futuro se compondrá de remordimientos y penitencias a las que nos habremos de sujetar para entonces saldar nuestra deuda. El teatro que hemos montado se hace dueño de todo lo que conocemos, pues los sentidos se cierran a toda posible incursión en la realidad para ser público de lo que en el escenario se presenta. Y en el espíritu de todo lo que podía ser cierto, hoy solo comprendemos aquello que nos presenta digerido por el mercader de la desinformación. Sujetemos el prisma, descompongamos en una gama multicolor la trama de cualquier bandera que ondee en los pedestales situados en los alrededores de nuestra colina, así obtener una visión más amplia de la realidad, labrando nuestra historia al tiempo que el ser y el hacer se hacen uno. Sujetemos el compás en nuestro corazón, tracemos y ordenemos los puntos que parecen haberse distribuido de forma azarosa, más constituyen las oportunidades que se nos presentan. Cada acción lleva a una refracción, única que trasmuta en la retribución adecuada para cada acto. Viremos hacia el caos primigenio para poder discernir los matices en la escala de grises, del aparente planteo monocromático que realizamos y no nos contentemos en convertirnos en una maquinaria inútil. “Caminante, no hay camino, [1] De la obra de John Updike, “Corre, Conejo”. © Andrés Bogorja para Informe Uruguay
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