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Año V Nro. 368 - Uruguay, 11 de diciembre del 2009   
 
 
 
 
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El negocio del CO2
por Ludovic Delory

 
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         Reducir las emisiones de CO2: ese es el ambicioso desafío para los participantes en la conferencia de Copenhague. Hace ya algunos años que los especialistas del clima señalan con el dedo ese  gas inodoro e invisible responsable, según ellos, del calentamiento de las temperaturas de la superficie terrestre.

co2europa

         Recientemente el CO2 también se ha situado en medio de las disputas financieras. El mercado del CO2 se ha desarrollado a una velocidad astronómica en los últimos años. ¿La razón? Es el principio de “el que contamina, paga”. Los estados o las empresas que contaminen por encima de una determinada cuota (fijada normalmente por los poderes públicos) compran derechos de contaminar en el mercado de carbono que funciona como una bolsa de valores. Las empresas más limpias, a cambio, podrán revender sus excedentes. En Europa, el mercado de emisiones de CO2 existe desde el año 2005.

         Pero, hay que tener en cuenta que todo mercado genera especulación. Muy rápidamente, hemos asistido a uniones de otro modo improbables entre multinacionales financieras y pequeñas empresas generadoras de créditos de carbono. Y así vemos que la banca americana Goldman&Sachs ha invertido en Blue Source, una sociedad especializada en la captura de CO2. Para muchas PYMES, la aportación de estos fondos ha permitido financiar proyectos ecológicos en países en vías de desarrollo. Bionersis, pequeña sociedad francesa especializada en el tratamiento de residuos en América Latina colabora desde hace tiempo con EDF Trading. Es un juego en el que ambos ganan.

         Pero la bolsa del carbono también genera innumerables efectos perversos. Los que creen ingenuamente que el sistema va a contribuir a la reducción global de los gases de efecto sierra lo tienen claro. Al revés. Los grandes contaminadores no se ocultan para dar la vuelta al sistema y hacer que funcione a su favor. Gracias a un grupo de presión con suficiente empuje, ArcelorMittal ha podido comprar en el año 2008 permisos de emisión para más de 85 millones de toneladas, mientras que ha emitido 64,7 millones. Hagan los números: el número uno de la siderurgia mundial ha terminado el año con un “bono contaminador extra” de 20 millones de toneladas de CO2. Para que se hagan una idea, una tonelada de CO2 es lo que contamina un europeo medio cada mes. El Sunday Times estima que ArcelorMIttal ha obtenido una plusvalía de un billón de libras esterlinas (es decir, un billón , 100 millones y 400.000 euros en total) en los últimos cuatro años. Un enorme regalo de los poderes públicos, legal a todos los efectos, a uno de los más grandes contaminadores mundiales.

         La pregunta del millón: ¿quién paga la factura al final? Una pista: las principales compradoras de “permisos del carbono” son las centrales térmicas alimentadas con energía fósil…

         Después de algunos años experimentando, el mercado del carbono aparece como un negocio muy jugoso para las multinacionales que ejercen presión sobre los poderes públicos. ¿Amenaza de deslocalización versus subida de las cuotas? Es el eterno debate entre lo social y el desarrollo económico. En cualquier caso, el consumidor pagará la factura de una forma o de otra, vía un aumento discreto de los precios de la energía, o a través de un impuesto sobre el carbono.

         Uno de los objetivos de Copenhague es fijar el precio mundial de las emisiones de carbono. Pero ¿quién se pregunta acerca de la oportunidad de hacer perenne este sistema de bolsa que no incentiva a las empresas más contaminantes a cambiar de actitud?¿Quién se pregunta verdaderamente acerca de la toxicidad del CO2, ese gas no contaminante? Al Gore, que está a punto de convertirse en el primer billonario del carbono gracias a sus participaciones en el mercado de Chicago, ha declarado recientemente que el CO2 de origen humano nos es responsable nada más que del 40% del calentamiento de la Tierra. La noticia ha pasado casi inadvertida. No hay que echar las campanas al vuelo en Copenhague.

Traduccción libre de María Blessing
Fuente:
Desde el Exilio

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