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Año V Nro. 351 - Uruguay, 14 de agosto del 2009
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Mi padre era pequeño cuando quedó huérfano, fue en un triste octubre de 1921, el tenía apenas 5 añitos. En esa época cuando la tragedia visitaba un hogar, sucedían estas cosas, la vida no era fácil para los inmigrantes, y a veces para palear la situación diferentes familiares se hacían cargo de los hermanos, siendo estos separados. No se era conciente evidentemente de lo difícil que la situación podía volverse para ellos, además quienes habían partido dejando atrás padres y hermanos, si bien sabían cuan doloroso era, estaban acostumbrados a seguir adelante con ello. Mi abuela tenía una hermana que residía en Río de Janeiro, ella se hizo cargo de uno de sus sobrinos, de 17 años, llevándolo con ella.. Ese adolescente, creció al amparo de su tía materna, dejando atrás al perder a su madre,: su vida, el lugar donde creció y a sus hermanos. Los hermanos crecieron, formaron su hogar, tuvieron hijos, pero siempre los acompañaba el recuerdo del hogar de la infancia, cuando todos estaban juntos en su casa familiar, viviendo con su madre, y el dolor de la separación del hermano que partió con su tía, tan lejos en aquellas épocas. Aquel hermano, de nombre Francisco también formó su familia, una hermosa familia, a veces le hablaba a su esposa recordando sus hermanos, y su hogar, le contaba sobre la diferencia de las alturas que se contemplan en donde vivían, ya en la ciudad de San Pablo, con el Cerro de Montevideo donde había crecido, pero entonces la tristeza lo ganaba y no podía seguir hablando. Como el amor todo lo puede, al fin pudieron volver a reunirse, mi padre viajó a Río a visitar a su hermano, para alegría de ambos la visita se repitió. Todos retomaron contacto, las cartas iban y venían, las fotos con ellas. Luego el mal familiar, el que afecta a ese maravilloso órgano cuyos latidos nos mantienen con vida, se llevó a mi tío, antes de cumplir los 50 años. . Si bien no lo conocí, pues nací unos años después de su partida, siempre estuvo presente en mi vida, pues en las paredes de mi casa de niña estaba junto a otros retratos familiares, el de mi tío Francisco con su esposa e hijos. Cada tanto llegaban cartas, y alguna foto que nos actualizaba su apariencia junto a las noticias sobre sus vidas. Las noticias de sus bodas y el casamiento de sus hijos, incluso el temprano fallecimiento de uno de mis primos, Gilberto, duelen en mi memoria las lágrimas de mi padre ante aquella triste noticia. También resuena en mi, la felicidad con la visita del mayor de mis primos, José Carlos, cuando en su luna de miel, viajó a nuestro país para conocernos y el abrazo apretado con mi padre que parecían no querer, terminar nunca. Al irse mi padre, perdimos el contacto, no sabíamos nada de la vida de aquellos primos hermanos, tan presentes en nuestra vida. Pero Dios inventó Internet, y nos trajo amigos de todas partes del mundo, mi amigo Daniel quien reside en Río de Janeiro ante mi comentario, prometió encontrar a mis primos, y así fue, consiguió sus direcciones de correo y desde ese momento, volvieron a nuestras vidas. Ahora ya no eran las cartas, ni las fotos únicamente que nos contaban de su vida, ahora podíamos hablarnos, mirarnos mientras lo hacíamos gracias a la maravilla de los adelantos tecnológicos. Así un día, aquella prima que llevaba el nombre de mi abuela, a quien veía siempre en fotos en el transcurso de la primera mitad de mi existencia, un día tomó vida a través de mi computadora, se bajó de la foto, conocí su voz y sus gestos. Estuvieron aquí con nosotros, con todos, 12 hermosísimos días, nos contamos nuestra vida, compartimos recuerdos y comida, miramos fotos, armamos nuestra historia a través de nuestros padres, salimos a pasear, hicimos compras, por sobre todo estuvimos juntas. No solo las primas, también compartimos esta felicidad con nuestras familias, las que formamos. Fue hermoso descubrir los parecidos, una nariz similar, el inconfundible corte de las mejillas, tantas características físicas que nos legaron esos seres tan queridos…..Pero más allá de los parecidos físicos, descubrir de pronto una costumbre heredada de nuestros padres en ella, o ella en nosotras, de alguna manera los hacía presentes, y nos afirmaba nuestros orígenes. Fuimos al Cerro, tan recordado por el tío Francisco, guiadas por “alguien” posiblemente más de un ángel, dimos con la casa donde nuestros padres tuvieron su casa materna, una casa que yo nunca había visto, pero que gracias a un piso conservado misteriosamente perfecto por más de 100 años, ese piso inmortalizado en la foto de la comunión del tío Francisco, pudimos reconocer. Y allí dos señoras grandes sintieron como sin poder evitarlo, las lágrimas rodaban por sus mejillas, ese piso de alguna forma les hablaba de las risas y juegos de aquellos hermanos, juegos de niños inocentes y felices. Esos padres nuestros tan queridos, tan lejanos en su rol de tíos y tan presentes a la vez gracias al amor fraterno, que ni la separación ni la distancia logró apagar. Fue un cálido y tierno regalo que estas primas, hemos recibido al poder vernos por primera vez, pasado para todas ya, la mitad de la vida. Y ese domingo, el primero que Antonieta pasó en nuestro país, cuando nos reunimos todas las descendientes de esos hermanos, puedo decir con propiedad que al mismo tiempo que chocábamos nuestras copas brindando por la alegría del encuentro, como el fiel reflejo de aquello que es abajo es arriba, “hubo fiesta en el cielo”. © Helena Arce para Informe Uruguay
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