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No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
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Año V Nro. 399 - Uruguay, 16 de julio del 2010 |
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BRUSELAS – Europa sigue siendo el epicentro del Acto II de la crisis financiera global, que ahora ha mutado para convertirse en una crisis de deuda soberana dentro de la eurozona. ¿Cómo pudo pasar esto cuando, al menos en los papeles, todos los problemas aparentemente habían quedado resueltos durante la cumbre extraordinaria de la UE en mayo, que creó un Instrumento de Estabilidad Financiera Europea (EFSF por su sigla en inglés) y aseguró una financiación total de casi 1 billón de dólares? Aquellas promesas de mayo, en el ínterin, se han vuelto más concretas. En Luxemburgo se ha establecido un "vehículo para un propósito específico" (SPV por su sigla en inglés) que ya cuenta con cientos de miles de millones de euros en garantías de parte de los estados miembro. Si todos los recursos prometidos (750.000 millones de euros, incluido un financiamiento del Fondo Monetario Internacional) se utilizaran plenamente, la UE podría financiar por completo a todos los países en problemas (Portugal, España e Irlanda) durante un par de años. Es más, el Banco Central Europeo ha manifestado su voluntad de comprar bonos del gobierno (y privados) si considera que el funcionamiento del mercado se ha visto perjudicado. No obstante, esta artillería financiera oficial no ha impresionado a los mercados. Los diferenciales sobre los bonos de la deuda española siguen subiendo, y hoy están más altos que antes del anuncio del EFSF. Y existen señales fatídicas de tensión en el mercado interbancario, conforme más y más bancos -en lo que refleja una escasa confianza en que la estabilidad del sistema se haya restablecido- preferirían depositar su dinero en el BCE que prestárselo a otros bancos. La explicación es simple: los problemas que son la base de la crisis (el estado precario de las finanzas públicas griegas y del sector inmobiliario español) no han sido resueltos, aunque deberían ser fácilmente manejables en un contexto pan-europeo. Grecia representa aproximadamente el 2% de la economía de la eurozona; aunque incumpliera en el pago de su deuda pública, y el valor de recuperación fuera de sólo el 50%, las pérdidas representarían alrededor de 150.000 millones de euros, o apenas el 1,5% del PBI de la eurozona. Los problemas en España probablemente sean un poco mayores, aunque las estimaciones oficiales de las pérdidas en el sistema bancario español representan apenas 100.000 millones de euros. El problema real en España, en cambio, podría residir en otra parte: la exposición de los bancos franceses, alemanes y otros al sector inmobiliario español. Muchos préstamos a empresas constructoras españolas tendrán que considerarse deudas incobrables. Pero, aún en el peor escenario, las pérdidas combinadas de bancos españoles y otros en el sector inmobiliario español no deberían exceder los 300.000 millones de euros, o aproximadamente el 3% del PBI de la UE. De modo que el verdadero interrogante es por qué los problemas de una fracción manejable en la periferia de Europa están paralizando todo el sistema bancario de la eurozona. Después de todo, uno no esperaría que el sistema bancario de Estados Unidos colapsara sólo porque hubo una burbuja inmobiliaria en California y el estado de Michigan (similar en tamaño a Grecia) se volvió insolvente. Una razón clave para que los mercados financieros de Europa sigan nerviosos es que, oficialmente, no existe ningún problema. En términos oficiales, Grecia no tiene un problema de insolvencia, y la reestructuración de su deuda pública no es una opción. De la misma manera, en España, la línea oficial es que el sector bancario doméstico está bien capitalizado. La primera regla a la hora de lidiar con la turbulencia del mercado financiero debería ser admitir la verdad y la magnitud de los problemas a mano. La experiencia de Grecia ha demostrado que simular que los problemas no existen puede resultar en una espiral de autofortalecimiento de primas de riesgo crecientes y confianza menguante. En este sentido, la publicación de los resultados de las "pruebas de resistencia" realizadas a los 100 bancos más grandes de la UE, prometidas para fines de julio, es un claro paso hacia delante. Sin embargo, existe una segunda razón, y más perturbadora, por la cual los mercados financieros siguen inquietos: grandes franjas del sistema bancario europeo aún están ampliamente subcapitalizadas. De acuerdo con las estadísticas del BCE, los bancos de la eurozona tienen alrededor de 20 euros de pasivo (incluida deuda interbancaria) por cada euro de capital y reservas. Esto implica que por cada pérdida de capital de un euro al acecho en algún banco, habrá aproximadamente 20 euros de deuda dudosa. Aún un escenario catastrófico para Grecia y España implicaría pérdidas de 450.000 millones de euros como máximo. Los fondos movilizados hasta ahora bajo el EFSF (750.000 millones de euros) bastarían ampliamente para hacer frente a todo eso -siempre que esas potenciales pérdidas se identificaran claramente y se reservaran los fondos necesarios para lidiar con ellas-. Pero no es la estrategia que se está siguiendo. Por el contrario, el financiamiento europeo se utilizará solamente para rescatar gobiernos, que a su vez necesitan el dinero para rescatar a sus bancos. Pero, dada la relación deuda-capital de 20:1 en el sector bancario, este enfoque implica que los requerimientos de financiamiento se volverán astronómicos: en comparación con la factura de 450.000 millones de euros si las potenciales pérdidas siguen ocultas y dispersas, se necesitarían 9 billones de euros en garantías de deuda para asegurar la estabilidad del sistema bancario de la eurozona. En resumen, aplicar pruebas de estrés rigurosas a los bancos de la eurozona (seguidas de una recapitalización obligatoria) exigiría mucho menos financiamiento público de lo que implicaría seguir extendiendo garantías globales a todo el mundo. Europa no puede escapar de la crisis en sus mercados financieros hasta que no recomponga sus bancos. Desafortunadamente, los estrategas políticos de Europa se han dejado engañar dos veces por las opiniones políticamente convenientes de la crisis –primero en 2007/2008, al suponer que el contagio financiero provenía de Estados Unidos, y hoy, al echarle la culpa a una política fiscal imprudente en el sur de la eurozona. El problema real, más bien, es que el sistema bancario de la UE tiene una capitalización tan débil que no puede asumir ninguna pérdida, al mismo tiempo que está tan interconectado que los problemas en un país rápidamente ponen en riesgo a todo el sistema. Hasta que no se resuelvan de manera decisiva los problemas de balance de los bancos, los mercados financieros seguirán al borde.
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