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Año V Nro. 399 - Uruguay, 16 de julio del 2010 
 
 
 
 
 
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Julio Dornel

Oscar W. Tabárez
Al maestro con cariño
por Julio Dornel

 
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         Había dirigido al Uruguay del Enzo en Italia 90, pero la mala suerte los enfrentó a los locales en octavos de finales donde fueron eliminados. Participaron  24 selecciones en este  Campeonato Mundial donde habíamos pasado   a la segunda fase en una serie compartida con España, Bélgica y Corea del Sur.

         A su regreso, el Maestro se fue del país dirigiendo a  Boca, Milán y  Oviedo volviendo a la celeste en el 2006. Logramos la clasificación en el Estadio Centenario con un agónico empate  ante Costa Rica en un tanto por bando. Nadie imaginaba  que el gol de Abreu en el Estadio y el de Lugano en Costa Rica, que nos daban el último cupo en la cuota sudamericana, nos estaban llevando a esta consagración mundialista que disfrutamos hoy.

         Para llegar a estar entre los cuatro mejores del Mundo, mediaron varias circunstancias entre las que podemos señalar la dirección técnica a cargo del Maestro Oscar W. Tabares. El periodista y escritor  Jaime Bayly desde su columna en Perú 21 reflexionaba sobre el entrenador uruguayo y analizaba tres momentos  cruciales  en que la selección uruguaya demostró su “heroísmo y arrojo torero”.

         "Tabárez es un maestro, Tabárez siempre fue un maestro. Escuche, usted, una conferencia de prensa de Tabárez y notará enseguida su humildad, su prudencia, su inteligencia con las palabras, su lucidez para decir sin jactancia ni aspaviento lo poco que tiene que decir". "Como Tabárez es ante todo un hombre inteligente y educado, la selección uruguaya es la prolongación de su inteligencia y su educación y es también, por supuesto, la suma de once hombres entrenados en esa noble tradición uruguaya de que el juego del fútbol, cuando es al país al que se representa, lleva consigo el peso del honor, pone en entredicho ya no solo las aptitudes de esos hombres para jugar el juego, sino también su coraje, su nobleza, su lealtad, su entrega incondicional, como si esos once elegidos para llevar el emblema del país fueran un regimiento, un batallón, un cuerpo de élite que va a una guerra sin armas en la que habrán de demostrar heroísmo además de habilidad para prevalecer sobre los otros". 

         "Siendo un juego y estando sin armas, los uruguayos entienden el fútbol como una prueba de coraje y heroísmo, y solo por eso, no por ser más dotados técnica o físicamente, prevalecieron sobre los de Ghana, que a punto estuvieron de doblegarlos en esa batalla feroz". 

         "Pero hubo tres momentos cruciales en los que Uruguay demostró que, no siendo superior a su rival, poseía sin embargo esa cuota extra de heroísmo o de arrojo torero: cuando Luisito Suárez, en el último minuto del tiempo suplementario, sacó una pelota de la línea de su arco con los pies y otra con la mano, casi como Kempes contra los polacos en el 78, de pronto un delantero haciendo de arquero y perpetrando una trampa no para burlar las leyes del fútbol sino como un recurso desesperado para evitar la caída de los suyos, cosa que al parecer intuyó que habría de ocurrir cuando, ya expulsado, camino al vestuario, advirtió que el penal ejecutado con menos pericia que vehemencia pegó en el travesaño y entonces la mano de Luisito Suárez no fue una mano tramposa, mañosa, reprobable, sino una que expresaba la voluntad de inmolarse en aras del triunfo de su batallón; cuando, ya en la tanda de penales, el portero Muslera supo que la suerte del regimiento dependía ahora casi enteramente de su astucia para adivinar el destino de la pelota y su determinación para ir a desviarla y en efecto atajó dos penales tirándose hacia la izquierda y erigiéndose en el segundo héroe del pelotón uruguayo; y cuando, puesto a ejecutar el quinto y último penal, Abreu no se intimidó, no se puso nervioso, no se acobardó, sino que recordó que por algo Uruguay fue dos veces campeón del mundo y tal vez recordó que por algo tiene fama de loco, y entonces hizo lo que solo los locos y los genios podrían hacer en un momento cargado de tal dramatismo, un momento del que dependía la felicidad entera de un país, millones de miradas y corazones y alientos entrecortados que de pronto Abreu representaba en ese penal, millones de almas en vilo que cifraban su ilusión en que Abreu convirtiera, y entonces vimos lo que vimos y no olvidaremos: que Abreu, más que valiente, fue insolente en correr con su aire desgarbado, amagar un disparo potente y luego picar la pelota en cucharita para que hiciera un vuelo manso y aterrizara como una masita desdeñosa en el arco de Ghana, demostrando de ese modo quién sabía más, quién podía más. En ese momento, Uruguay fue campeón del mundo y es ya campeón del mundo, no importa lo que pase después".

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© Julio Dornel para Informe Uruguay

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