Hurgando en la Web
El Uruguay que no conocemos
Sencillas costumbres de la época (Erwin Hodel, N. Helvecia, 1962)
En la constante evolución de Colonia Suiza, se han perdido muchas costumbres
de cuyos hechos hemos sido, aunque muy jóvenes, testigos. Queremos reeditar las que regían a comienzos del Siglo, en modo especial lo que tiene relación con los casamientos entre los colonos de entonces y que muchos de los estimados lectores han de recordar perfectamente. No existía entonces entre los contrayentes, la costumbre actual de enviar tarjetas de participaciones: ello se explica probablemente por no existir en la zona circunscrita a la colonia, hasta 1914, ninguna imprenta. |
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La pareja que iba a formar nuevo hogar, de acuerdo con las indicaciones precisas de los respectivos padres, formaban una lista de invitados a los cuales luego visitaban personalmente para hacerlas efectivas.
El medio de locomoción empleado en la época era la volanta, el charret o aún a caballo, pues la era el automóvil no se había iniciado aún.
Los invitados se sentían obligados a testimoniar su simpatía y su adhesión a la joven pareja, en la víspera del casamiento, a manera de despedida que entonces no se practicaba con una nutrida y estrepitosa pirotecnia, a base de bombas de fabricación casera, que se hacían explotar después de la puesta del sol, como hemos dicho, en la víspera de la fecha del casamiento.
Generalmente en el domicilio de los padres de la novia, se realizaba, a mediodía del día de la boda, un bien servido almuerzo del que participaban los familiares y amistades más íntimas de los contrayentes, antes y después del cual, jugaba un rol importante, en los alrededores de la residencia, la infaltable pirotecnia, como una ruidosa expresión de alegría y satisfacción por el acontecimiento que se celebraba.
Si los contrayentes eran de familia de posición económica desahogada, los festejos continuaban, mediante un banquete por la noche, en uno de los hoteles de Colonia Suiza, generalmente el Hotel Suizo, preferido por su antigüedad, banquete que casi siempre agrupaba a más de un centenar de comensales. Luego de terminado el banquete, transcurrido siempre en el más franco y ameno ambiente festivo, se hacía un pequeño paréntesis para luego iniciar un animado baile, amenizado por una conocida banda de música u orquesta local.
Durante el baile, que inciaba la pareja solamente, era una especie de obligación moral, sopena de cometer un acto de incorrección o falta de atención, bailar luego, uno por uno, con la novia, la que se sentía obligada a corresponder de buen grado, a sí sucedía, que el novio, con la que menos bailaba, era con su propia y
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flamante esposa, haciéndolo él a su vez, con cada una de las invitadas.
No se estilaba entonces y no era bien mirado la fuga de la pareja a media noche, sino que era de rigor esperar a que los invitados se retiraran para luego hacerlo ellos, los últimos, recibiendo previamente los plácemes y las congratulaciones por
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el feliz acontecimiento.
Tampoco eran conocidos entre los colonos, los viajes de luna de miel, sino que finalizados los festejos, la joven pareja se trasladaba en coche, al domicilio fijado de antemano, para iniciar ambos, al día siguiente, cada una de las tareas propias de una vida de trabajo unidos por el indestructible lazo de amor conyugar: ella, la del hogar y la cocina; y él reiniciaba bajo una nueva esperanza de fe y amor, las rudas tareas del campo. |
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