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Triángulo no siempre amoroso
por Rubens Ricupero*
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La inauguración de una nueva página en la historia argentina y la propuesta de negociar un acuerdo directo Mercosur-EE.UU., ponen en relevancia la actualidad del último libro de Moniz Bandeira, "Brasil, Argentina y Estados Unidos", con los subtítulos "Conflicto e integración en América del Sur - De la Triple Alianza al Mercosur, 1870-2003" (Editora Revan). No es posible, en efecto, captar algunos de los aspectos más cruciales de las relaciones entre los dos mayores países sudamericanos si nos abstraemos del rol determinante que en ellos desempeñan los EE.UU.
Esa misma figura del triángulo estaba presente en un trabajo que dediqué hace tiempo a la historia de los lazos entre el Brasil, América Latina y los EE.UU., en el que sugería constituir una relación triangular inseparable. Aunque el propósito geográfico del libro de Moniz Bandeira pueda dar la impresión de más limitado, su ambición es, en realidad, mucho mayor. El foco es de preferencia concentrado sobre las dos naciones del Cono Sur, pero el haz de luz se ensancha gradualmente a fin de abarcar, siempre que sea relevante, no sólo a todos los demás países del continente, sino también a cada una de las grandes cuestiones internacionales que desafiaron a las diplomacias sudamericanas inclusive fuera y más allá del ámbito hemisférico. En ese sentido, es una obra original, una auténtica historia conjunta de las relaciones diplomáticas de Brasil y Argentina durante 133 años.
Tiene razón, por lo tanto, el historiador americano Frank Mc Cann, al presentarlo como "lectura indispensable". No conozco, ni creo que exista, otro trabajo de esta dimensión - cerca de 680 páginas - que cubra de ese modo tan completo y analítico el período contemporáneo, que los estudios clásicos acostumbran ignorar por elegir, casi invariablemente, el pasado colonial o los acontecimientos del siglo 19, estudiados de forma más exhaustiva. Una de las superioridades que hacen indispensable la contribución de Moniz Bandeira está justamente ahí, en haber traído la narrativa hasta los días actuales, literalmente, hasta ayer. El supo combinar la historia tradicional amparada en los documentos de archivos con juicios nítidos, interpretaciones personales, que no todos compartirán pero que no son arbitrarias, pues se inspiran en las teorías modernas de las relaciones internacionales y en la sociología política.
El problema de este triángulo es que dos de los polos - el Brasil y la Argentina (o América Latina, no importa) - giran en torno de un eje de relativa igualdad de poder, pertenecen a la misma división, para usar un lenguaje futbolístico. Al tiempo que el tercero ocupa en el mundo la posición impar de única e incontrastable hiperpotencia. Sus relaciones con los dos sudamericanos están marcadas por un diferencial de poder inconmensurable, muy superior al que había tenido en la fecha elegida para el inicio de esta historia - 1870. Lo que se torna, de hecho, diferente la evolución argentina y brasileña de la historia de las naciones europeas o de los asiáticos y africanos, ex colonias de Europa, es que, en el hemisferio occidental, crecemos (?) todos a la sombra avasalladora de la potencia hegemónica americana, primero regional, hoy planetaria y exclusiva.
Frente a esta escandalosa desigualdad, tres posturas básicas o sus variantes son concebibles. La primera fue la de Río Branco, de la "alianza no escrita" con los EE.UU., la opción preferencial por parte de Washington, con carácter pragmático y utilitario. A cambio del apoyo diplomático, el Barón contaba con recibir de los americanos amparo o neutralidad en las cuestiones fronterizas, sobretodo con los europeos y soporte al prestigio internacional de Brasil. En la era de Vargas, se simplificaba la ecuación en términos de alianza en la guerra, recompensada por la siderúrgica de Volta Redonda, símbolo de la industrialización.
Una segunda posición, degeneración de la primera en la concepción extremada e irrealista, así como en el lenguaje desabrido e insultante, fue la del "realismo periférico" del período Menem, la de las "relaciones carnales", en su expresión más deshonrosa. La sumisión era explítica y desvergonzada pero ni siquiera por eso los servicios prestados fueron retribuidos, como ya se viera antes en la guerra de las Malvinas y se volvió a repetir en el desdeñoso abandono e indiferencia con que fue recibido el colapso financiero argentino.
La tercera es la de la edificación del Mercosur, quien sabe extendida a otros sudamericanos, no como gesticulación quijotesca contra los EE.UU. sino porque el proyecto se justifica por méritos propios, por lo mucho que tenemos para ganar en complementación económica, integración energética, vinculación física, en suma, porque es a favor de nosotros mismos. Es la única de las tres actitudes que implica la superación definitiva de la rivalidad estéril entre Brasil y Argentina, en su sustitución por el papel de ambos a favor del desarrollo de los más vulnerables, permitiéndoles, mediante el acceso a los dos mercados mayores, ampliar la dimensión de los mercados domésticos demasiado apretados.
En el caso que el Mercosur se consolide, su desdoblamiento futuro sería, en la lógica de la unificación europea, inspirarse en el "mito creador" de la búsqueda de una política externa convergente, del enriquecimiento cultural recíproco. Antes, sin embargo, de dejarnos mecer por "sueños intensos", es preciso reconocer la debilidad de los dos principales socios, su constante tentación de dejarse manipular por los más fuertes, de recaer en la ilusión de que es posible salvarse solito. De todas las debilidades, una de las más inquietantes es la persistente falta de claridad en la definición estratégica de los proyectos nacionales o regionales de desarrollo a largo plazo. Si no fuésemos capaces de decidir, en Buenos Aires y Brasilia, lo que queremos ser en el futuro, no pasará de un devaneo, de "fuite en avant", pensar que el Mercosur nos salvará de nuestra perplejidad.
En el fondo, sólo existen dos alternativas, ambas dependientes de las opciones macroeconómicas. La primera es la retomada del crecimiento y la reducción de la vulnerabilidad a la globalización financiera. La segunda es la radicalización de la inserción comercial y financiera, que nos llevó a las casi mortales crisis recientes. O negociamos juntos en el tablero comercial y financiero, con personalidad de Mercosur y solidaridad económica y política para dar al triángulo alguna consistencia. O nos resignamos a los designios del mercado financiero, la aceptación de un ALCA desigual, en el cual seremos relegados a la última categoría, conduciendo en poco tiempo a la liquidificación de la identidad económica y de la soberanía monetaria, a la disolución inevitable de todas las figuras geométricas en una especie de jalea general.
Traducido para LA ONDA DIGITAL por Cristina Iriarte *
Rubens Ricúpero Secretario General de la UNCTAD en septiembre de 1995 y, por recomendación del Secretario General de las Naciones Unidas, volvió a ser nombrado para el mismo puesto por la Asamblea General por otros cuatro años en 1999. Anteriormente, durante una prolongada carrera en el Gobierno del Brasil, fue Ministro del Medio Ambiente y Asuntos Amazónicos, antes de pasar a ser en 1994 Ministro de Finanzas, cargo desde el que supervisó la puesta en marcha del programa de estabilización económica del Brasil.
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