El Rincón de los Recuerdos
RECUERDOS DEL ASISTENTE PRIETO
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Uno de estos pasados días de primavera volví a encontrar, en La Paz de Canelones, punto de su residencia, al viejo conocido Francisco Prieto, que participó en aquella peregrina aventura atlántica conocida por la Deportación a La Habana. (Artículo escrito alrededor de 1930).
El, don Pedro Riva y don Joaquín Puig, forman ahora el pequeñito núcleo de supervivientes de los viajeros del transporte de guerra nacional "Puig".
El primero era en 1875 un joven guardiamarina, y la travesía le sirvió de excelente práctica de mar.
Joaquín Puig, era hijo de Juan Puig, patrón de la barca y contaba 16 años.
Francisco Prieto marchó en calidad de asistente del jefe militar de la expedición del Coronel Courtin.
Nacido en la villa de Rocha, era un mocetón robusto y ágil que trabajaba de cuarteador de las diligencias de la carrera del Este cuando un día, durante la guerra de Timoteo Aparicio, una comisión del gobierno lo tomó - en la Unión - destinándolo al servicio de las armas.
Soldado a la fuerza esta vez y por toda la campaña, el viaje a La Habana y Estados Unidos lo hizo de voluntario.
Para formar el piquete militar que debía custodiar a los 15 ciudadanos deportados por el gobierno extralegal de Varela habíanse preferido elementos que hubieran tenido trato con el mar, un viaje transoceánico siquiera, circunstancia concurrente en los extranjeros europeos.
Por lo pronto toda la plana mayor de transporte estaba compuesta por extranjeros: Courtin, el jefe, era francés; el teniente Nicasio Bareñs era catalán; el alférez de artillería - antiguo marino - Juan Ferreiros, era español (tal vez gallego); el médico, José Campana, era un italiano garibaldino; el practicante, José de la Rocha, era un andaluz alegre y guitarrero; Puig, el patrón, era catalán; José Alsina, práctico, también español.
Y entre los tripulantes y soldados, varios extranjeros así mismo.
La condición de embarcadizo no concurría en Prieto.
- A vous no te llevo porque te vas a marear, dijo Courtin a su asistente.
- Donde el coronel vaya yo también quiero ir, respondió Prieto gritando, pues Courtin era muy sordo.
-Entonces aprontáte y te venís conmigo.........
A las 12 horas y 50 minutos del sábado 27 de febrero de 1875 la barca "Puig", remolcada por el vaporcito de guerra "Fe", dejaba el puerto de Montevideo con rumbo S.E.
La despejada memoria de Prieto permítele recordar muchos pormenores de aquel viaje que casi duró 4 meses, pero no voy a hacer alto sino en ciertos detalles pintorescos y que rezan eminentemente con Prieto en calidad de ayudante del coronel Courtin.
Y en primer término mentaré la consigna especial de vigilar cuidadosamente "que no le envenenaran al jefe".
Parece cierto que el fantasma del tósigo estaba arraigado entre los viajeros de la "Puig".
Desde luego en el libro en que Agustín de Vedia narra la travesía se habla de que el teniente Bareñs había tomado en serio lo de la "conspiración de puñal y veneno".
Los ciudadanos deportados, a su vez, abrigaron por largos días la sospecha de que el doctor Campana (en quien reconocieron después a un caballero y un amigo) pudiera ser algo así como un doctor Borgia, encargado por el gobierno usurpador - o más propiamente por Isacc de Tezanos - de envenenarlos a todos. Fue por eso que al principio, se rieron, sin aceptar los ofrecimientos profesionales del médico italiano.
Prieto tenía - a causa de idéntica sospecha - la severísima consigna dada por la señora esposa del coronel Courtin de dar razón de cuánto éste llevara a la boca y, sobre todo, la de no dejarle tomar ningún remedio del doctor de a bordo, aunque se le recetara por los achaques de la enfermedad crónica que padecía.
El doctor Campana, según puede inferirse, era sospechoso por tirios y troyanos.........
Cumpliendo la consigna dice el asistente que tiró al agua todo lo que el doctor le recetó, fuese por cucharadas o papelitos......
- Y vea lo que son las cosas, comenta Prieto, el doctor Campana era un hombre buenísimo y lo más sencillo.
El lo trató bien de cerca cuando le cuadró acompañarlo la vez que el doctor fue de Cabedelho a Pernambuco a llevar unos telegramas y las cartas de los viajeros, pues Courtin lo eligió para asistente de Campana.
Saliendo del puerto de Cabadelho en una pequeña embarcación, remontaron el río Parahiba hasta la población del mismo nombre, allí alquilaron caballos contratando a un guía que los llevó hasta una localidad cercana a Pernambuco o Recife, donde ocuparon un coche y siguieron a destino.
Los inmensos árboles tropicales que bordeaban la ruta quedaron impresos- tal se constata- en la retina del asistente; los árboles y las bandas de monitos chillones que saltaban entre las ramas.
En Pernambuco el Dr. Campana tuvo que hacer muchas diligencias - sabemos que se entrevistó con las autoridades locales y con el cónsul uruguayo, que interesó por la suerte de los deportados al periodista liberal José Vasconcellos: pero en esas circunstancias Prieto no pudo valerle ni para un mandado.. Este, que por primera vez había comido ostras- servidas en una posta del camino - era víctima de una aguda intoxicación.
-Todo fue, explica, porque no le quise hacer caso al doctor, cuando me decía:"Tomá bastante caña después de lo que has comido".
Pero nuestro hombre sabía el feo delito de un militar ebrio y le tenía miedo a la caña del país, una caña - se acuerda bien - "clarita y muy liviana".
Por la tarde vino a la posada el Dr. Campana con una noticia que parecía alegrarlo mucho. Horas después salía el vapor brasilero "Pará", que iba hasta el Amazonas, y en ese vapor debían emprender marcha y llegar a Cabadelho ahorrándose las molestias de la venida y sobre todo ganando tiempo.
Los deportados habían partido de su país bajo un signo funesto que continuaba torciendo sus destinos.......
Si no cuadra a la fatalidad ensañada aquella salida del "Pará", el doctor tiene que permanecer toda una noche en Pernambuco y disponer al otro día el retorno en carruaje o tal vez a caballo, con obligada búsqueda y ajuste de guía, todo lo cual, dando paso a las horas, hubiera permitido recibir ya en Pernambuco, ya en Parahiba, el telegrama de Varela que ponía fin al viaje de la "Puig", orden que le había sido arrancada más por los buenos oficios personales del caballero Andrada, ministro imperial en Montevideo, que por lo que el imperio en sí mismo hubiera hecho para liberar a los presos políticos.
Pero la orden de liberación. Como se sabe, llegó sólo después que la barca hubiese partido.
"¡Quién diría entonces - escribió melancólicamente Agustín de Vedia - que una dilación de 24 horas hubiera bastado para operar en nuestro destino la más completa transformación!. La barca "Puig" huía, huía empujada por el viento enemigo, de la noticia que corría a nuestro encuentro!"
"¿Porqué, entonces, no fue encadenada por aquellas calmas que más tarde habrían de abrumar nuestro espíritu?......"
José María Fernández Saldaña
Alvaro Kröger