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Año I - Nº 40 - Uruguay, 22 de Agosto del 2003

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NO SE OLVIDEN DE CABEZAS

                                   Por Graciela Vera

¿Se acuerdan de Cabezas? Seguro que ni en las salas de redacciones, ni en los estudios de radio como tampoco en los sets televisivos de Argentina y Uruguay se ignora a qué y a quién me refiero.

“No se olviden de Cabezas”, los carteles con su foto y este sencillo mensaje, despertaron la conciencia de muchos, sin embargo, ¿se acuerdan realmente de José Luis Cabezas quienes no pertenecen a la “casta” tan especial que formamos los periodistas y reporteros gráficos?

Una profesión, sin dudas peligrosa, y no solo en tiempos de guerra.

¿Arriesgan demasiado los corresponsales de guerra o confían demasiado en la inmunidad que debería darles su profesión?

Sólo la última guerra, la de Irak, se ha engullido ya diecisiete periodistas. Dentro de estas cifras España aún llora a Angüita y Couso.

El más reciente de todos los muertos, el último después del cese de la contienda, el palestino Mazen Dana, también fue abatido por fuego amigo. ¿Puede un arma de fuego ser catalogada como ‘amiga’?

Couso y Dana eran cámaras de la televisión ymurieron porque supuestamente sus herramientas de trabajo fueron confundidas con armas. En ambos casos se supone que se han abierto investigaciones. Seguro que también en la muerte de Dana se llegará a la conclusión de que ha sido un accidente y de que se está ante un riesgo propio de la profesión.

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Cabezas no era un reportero de guerra, era un periodista comprometido con la verdad y, para ocultar la verdad hubo quién ordenó su muerte y hubo quiénes lo asesinaron e incineraron su cadáver, esposado aún  a su automóvil.

Cabezas no fue ni será el único reportero que paga el precio más alto por decir la verdad.

En los últimos años esa verdad ha cobrado un peaje muy alto y sus banderas, en todos los países, llevan crespones negros.

¿Dónde la prensa no se ha vestido de luto?

El informe anual de ‘Reporteros sin Fronteras’ no deja lugar a dudas: la profesión de periodista es de alto riesgo: “nunca hubo tantos periodistas encarcelados en el mundo” señala catalogando al año 2002 como “un año negro para la profesión”.

El actual no ha sido mejor y no ha hecho más que reafirmar los criterios con 18 muertes desde el primero de enero, día en que fue asesinado en Colombia Jaime Rengifo de Radio Olímpica hasta el dos del mes de mayo de este 2003, en que James Millar fue asesinado en Israel. Y seguimos sumando todas las de Irak y aún más  hasta llegar a Mazen… y quizás mañana debamos agregar otras.

Desde abril del año pasado 128 periodistas han sido encarcelados ¿delito?: buscar e intentar que se conozca  la verdad.

¿Se acuerdan de Cabezas?, también quiso que se supiera la verdad.

En Irak la muerte dividió culpables y los culpables fueron apoyados y exacerbados en todo el mundo,  según el bando de turno.


Se lanzaron consignas, en una inmoral función de politiquería, y se olvidó el  respeto por quienes se juegan la vida en aras de una profesión dentro de la cual hay un código tan particular que solo quienes llegan a ser periodistas por pura vocación,   pueden valorarlo en su justa dimensión. 

Investigaciones, cobertura de conflictos bélicos, pronto estará el reportero también en el espacio, no importa porqué arriesga su vida. Los motivos pueden ser muy variados: vocación, economía, ego, no vamos a enumerarlos ni a descifrarlos, solo importa que son válidos, totalmente legítimos, tan libres como es o debería ser la prensa y en ningún caso deberían sufrir el oprobio de ser embanderados. La vergüenza recaerá sobre  quienes politizan sus muertes.

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¿Se acuerdan de Cabezas?, el ni siquiera pensó en banderías cuando se vistió de Quijote para lanzarse contra las estructuras socio-políticas que dan inmunidad a los delincuentes.

Salvo casos excepcionales los comunicadores conocen los riesgos a que se exponen, tanto cuando van a cubrir una guerra como cuando siguen una investigación, o cuando simplemente se atraviesan delante de un coche para obtener una  mejor toma o, lo que aspiran sea “la foto de la semana”.

El reportero sabe que aún cuando escriba ‘la nota de tapa’, su gloria será  tan efímera como el día. La noticia mañana solamente será parte de la historia, quizás una parte muy pequeña.

Muchas veces el lector no ve un periodista detrás de las letras y asocia más al informativista de estudio de la televisión, con la noticia que, al que, en el anonimato, la descubrió, la siguió y la mostró al mundo.

¿Quién... qué es un periodista?

El periodista no es aquel que tiene un título colgado en una pared. No lo será por estar afiliado a asociaciones gremiales de la prensa ni por mostrar un carné.

Ni es el que se ajusta a un horario, ni el que se cobija en la comodidad de la información condicionada.

El periodismo es una vocación, una de las más hermosas y por eso, cuando el destino marca una hora trágica; “muerte en acción” merece la gratitud, el homenaje y el aplauso de toda la sociedad, pero cuando ese aplauso deja de tener la libertad  de opinión como máximo exponente, cuando las palmas engrosan intereses de demagogos,  el homenajeado ya no es el periodista que inmoló su vida por el preciado tesoro de la verdad.

Una parte de la sociedad está opacando su nombre y trata (aunque sin éxito)  ubicarlo al nivel del que comercia con la noticia. Ese que, aunque tenga el título, el carné y los estudios, puede con la cabeza alta, considerarse periodista.

En el Cono Sur americano, Cabezas representó una bandera. La bandera de la verdad.

En honor a esa verdad ¿puede alguien pensar que su asesino ha muerto? ¿No estará Cabezas aún reclamando justicia?

Mientras haya periodistas que mueren en aras de la información habrá crespones negros en las banderas de la verdad, la democracia, y la libertad. Ninguno será el último. Todos tienen un nombre.

¿Se acuerdan de Cabezas?

No se olviden de Cabezas.

Almería, 19 agosto 2003

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