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Para todos los interesados en saber sobre el Medio Oriente.
Shimon Paran
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Salvavidas de plomo para la causa palestina.
Por Marcos Aguinis
15/9/2003 |
Se ha dicho que "los palestinos no pierden la oportunidad de perder la oportunidad". Es muy triste volver a denunciarlo, pero desde 1947 los palestinos desechan las ocasiones para erigir su Estado independiente, próspero y feliz. Hace unos años elaboré un trabajo sobre los pueblos que prefieren ser víctimas porque eso los provee de ríos de lástima y los exime de responsabilidad. Es una manifestación del masoquismo y, como tal, nada saludable.
En este maravilloso paisaje universalizado por San Francisco y donde Juan Pablo II reunió a representantes de las principales religiones del mundo, cobra dolorosa claridad el pésimo manejo de las reivindicaciones palestinas. Los integrantes del sufrido pueblo palestino vienen cayendo de frustración en frustración, se hunden en una miseria creciente y las principales ayudas que reciben son salvavidas de plomo tan demoníacamente fabricados que hasta los más lúcidos se dejan embutir en su abrazo letal.
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La mayoría visible de los dirigentes palestinos actúa como un bebe que se ha golpeado contra la mesa y, siguiendo las indicaciones de una madre estúpida, pega al mueble gritando "¡Mesa mala! ¡mesa mala!" Una buena madre consolaría al hijo con amor y le diría que en el futuro tenga más cuidado, pero no que la culpa es de la mesa. Tiene consecuencias negativas poner siempre la culpa afuera, porque uno pierde objetividad, se convierte en víctima |
sempiterna y se siente impotente para tomar decisiones en beneficio propio.
El principal salvavidas de plomo lo ha confeccionado la prensa propalestina del mundo. Con el afán de apoyar su justa causa, ignora los errores cometidos por sus dirigentes y presuntos amigos. Colabora para que el destino de los palestinos quede al arbitrio de fanáticos que no desean una solución, sino una utopía irrealizable (perdón por el adjetivo, obvio, pero útil). Esa prensa irresponsable y tendenciosa confunde a la gente del común -harta de bombas, pobreza, desempleo, inseguridad, desprestigio- con líderes voraces de poder, muchos de ellos convertidos al fundamentalismo islámico y para quienes nada es suficiente sino la total destrucción de Israel.
Se ha dicho que "los palestinos no pierden la oportunidad de perder la oportunidad". Es muy triste volver a denunciarlo, pero desde 1947 los palestinos desechan las ocasiones para erigir su Estado independiente, próspero y feliz. Hace unos años elaboré un trabajo! sobre los pueblos que prefieren ser víctimas porque eso los provee de ríos de lástima y los exime de responsabilidad. Es una manifestación del masoquismo y, como tal, nada saludable. |
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Los Estados árabes y musulmanes, que se llaman sus hermanos, les vienen fabricando salvavidas de plomo desde hace más de medio siglo, además de batir el récord en el asesinato de palestinos: balas jordanas, sirias y libanesas los masacraron de a miles en sucesivos conflictos, como el Septiembre Negro de 1971 y la guerra en El Líbano. Además, no les permiten integrarse en sus territorios, como si estuvieran apestados. En este punto, la excepción es Jordania.
Vayamos a la historia que se puede encontrar en los diarios de la época. En 1947, hace 56 años, la comunidad judía de Tierra Santa extremó su lucha contra la ocupación británica y forzó la intervención de las Naciones Unidas. Los judíos eran los únicos que exigían el fin de la ocupación colonial, en contraste con los Estados reunidos en l! a Liga Arabe que, en 1945, se formó bajo el estímulo de Gran Bretaña. Las Naciones Unidas votaron la partición del territorio en dos Estados, uno judío y otro árabe. Ellos debían convivir en armonía. La división no les quitaba nada a los árabes, porque se realizaba siguiendo la distribución demográfica de cada pueblo. En compensación por conferir la mayor parte de los sitios bíblicos a los árabes, se entregó el desierto de Néguev a los judíos, que ya mostraban pasión por cultivar y forestar el páramo. La propuesta era ecuánime.
Los judíos la aceptaron enseguida. Los Estados árabes, en cambio, no sólo no la aceptaron sino que decidieron "echar a los judíos al mar". A los árabes de Palestina les dieron un salvavidas de plomo porque, contra lo que se podía suponer, los judíos de entonces, casi sin armas ni apoyos, muchos de ellos espectrales sobrevivientes, consiguieron vencer a siete ejércitos inmisericordes. No fue gratis, porque los judíos sufrieron un diez por ciento de bajas mortales, equivalente a 3,5 millones de argentinos o a 30 millones de norteamericanos. De no haber sido por ese salvavidas que les impusieron a los palestinos, no hubiera existido guerra, ni refugiados, ni el trágico distanciamiento de dos pueblos condenados a vivir juntos.
Ese salvavidas fue el primero de la serie. . Durante 19 años, la Franja de Gaza fue administrada por Egipto y toda Cisjordania por el reino de Jordania, incluso Jerusalén Este. A ningún líder árabe se le ocurrió exigir que en esos territorios ocupados por Jordania y Egipto se erigiese un Estado palestino. El nuevo salvavidas de plomo -la nueva ilusión- era destruir a Israel para proclamar el Estado palestino donde habitaban los judíos, arrebatándoles todo lo que habían construido y forestado.
En 1967, Egipto, Siria y Jordania decidieron borrar del mapa a Israel, por lo cual se bloqueó el golfo de Akaba y se lanzaron continuos ataques contra Galilea desde las alturas del Golán. El presidente Nasser exigió a las Naciones Unidas que se retirara n del Sinaí. La sorpresa fue que esa guerra de exterminio se transformó en la más inesperada victoria del pequeño Israel. Sin esa guerra estimulada por los delirios árabes no hubieran existido los "territorios ocupados" de Gaza y Cisjordania.
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Tras los combates, hubo otro salvavidas de plomo en respuesta al ofrecimiento israelí de retirarse de la mayor parte de las áreas conquistadas a cambio de una paz definitiva. Los líderes árabes se reunieron en Khartum y proclamaron los famosos y arrogantes Tres No: no reconocimiento, no negociaciones, no paz con Israel.
En 1993 surgió otra oportunidad para crear un Estado palestino exitoso y pacífico: se firmaron los acuerdos de Oslo y se puso en marcha la Autoridad Palestina. Con esto, resucitó el agonizante |
liderazgo de Arafat, que ya cansaba con sus ataques terroristas y que había dado su apoyo a Saddam Hussein cuando éste invadió Kuwait. El finado Yitzhak Rabin dudó en estrecharle la ma! no, porque sospechaba que Arafat no era un socio hon esto para la paz. Tuvo razón. Desde que Arafat tomó el poder no desplegó un proyecto nacional ni se puso a construir la infraestructura de una nación unida, democrática, laica y tolerante, como había sido su prédica anterior, sino que estimuló el odio y la proliferación de grupos armados. Usó dos idiomas con absoluta impunidad: en inglés condenaba los atentados y en árabe los elogiaba. Ahora se puede comprender que su presunto deseo de paz era -como confesó al presidente de Indonesia- equivalente a la tregua que utilizó Mahoma para rearmarse y lanzar su asalto final a la poderosa tribu de los kuraysh. Una paz verdadera y definitiva no entra en sus cálculos. Arafat cargó a su pueblo con otro salvavidas de plomo: la intifada, nada menos que contra Ehud Barak, el más paloma de todos los jefes israelíes, luego de haber obtenido en Camp David mucho más de lo que hubiera concedido el difunto Rabin.
El actual salvavidas de plomo ! en el que insisten muchos periodistas e intelectuales consiste en culpar del conflicto a la insoportable ocupación israelí, al muro de división y a los asentamientos. Centrarse ciegamente en esos puntos impide entender que la ocupación ya podría haber desaparecido y que desaparecerá apenas se llegue a un acuerdo de paz. Ese acuerdo se demora sólo por culpa de los atentados terroristas. ¡Basta de poner el carro delante de los caballos! También la mayoría de los asentamientos será eliminada o desarmada con un |
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acuerdo de paz: Israel retiró los asentamientos del Sinaí cuando el presidente Sadat y el primer ministro Beguin firmaron la paz, y fue Ariel Sharon el encargado de deportar a los israelíes. No olvidarlo.
En cuanto al muro, ¿no se trata de algo lamentable y maravilloso a la vez? Lamentable porque hubo que erigirlo para proteger a los civiles de las incursiones terroristas. Y maravilloso porque es la mejor prueba de que Israel no es un Estado expansionista, sino que se está poniendo límite: no irá más allá de ese muro. Se debería bailar d e alegría.
La Hoja de Ruta y la independencia del Estado palestino en 2005 corren riesgo sólo por causa de los fanáticos que aman la destrucción y la muerte. Deseo, desde este paraje cargado de bondad y pisado por venerables sandalias, que los amigos del pueblo palestino dejen de perjudicarlo con sus salvavidas y plomo y se animen a denunciar el crimen de quienes los fabrican para alienarlos y eternizar su tragedia.
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