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¿Es el Islam compatible con la democracia?
por Daniel Pipes
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Existe la impresión de que los musulmanes sufren de manera desproporcionada a consecuencia del gobierno de dictadores, tiranos, presidentes impuestos, reyes, emires y diversas formas de hombres fuertes más -- y es precisa. Un análisis cuidadoso de Frederic L. Pryor, del Swarthmore College, en el Middle East Quarterly ("¿Son menos democráticos los países musulmanes?") concluye que "En todos los países excepto los más pobres, el islam está asociado a derechos políticos inferiores".
El dato de que los países de mayoría musulmana son menos democráticos hace tentador concluir que la religión del islam, su común denominador, es en sí misma incompatible con la democracia.
Yo discrepo de esa conclusión. El desaguisado musulmán de hoy en día, en su lugar, refleja más las circunstancias históricas que los rasgos innatos del islam. Dicho de manera diferente, el islam, al igual que todas las religiones pre-modernas, es de espíritu antidemocrático. No menos que las demás, sin embargo, tiene potencial para evolucionar en un sentido democrático.
Tal evolución no es fácil para ninguna religión. En el caso cristiano, la batalla por limitar el papel político de la Iglesia Católica se prolongó dolorosamente demasiado. Si la transición arrancó cuando Marsiglio de Padua publicaba en el año 1324 el Defensor pacis, se necesitaron otros seis siglos para que la Iglesia se reconciliase por completo con la democracia. ¿Por qué debería ser más fácil o más tranquila la transición del islam?
Hacer al islam consistente con las costumbres democráticas exigirá cambios profundos en su interpretación. Por ejemplo, el antidemocrático Derecho del islam, la sharia, se encuentra en el corazón del problema. Desarrollada hace un milenio, presupone dictadores autócratas y súbditos sumisos, pone el acento en la voluntad de Dios en lugar de la soberanía popular, e insta a la jihad violenta para expandir las fronteras del islam. Además, concede privilegios antidemocráticamente a los musulmanes sobre los no musulmanes, a los varones sobre las mujeres, y a las personas libres sobre esclavos.
Para que los musulmanes construyan democracias en pleno funcionamiento, básicamente tienen que rechazar los aspectos públicos de la sharia. Atatürk hizo precisamente eso en Turquía, pero otros han ofrecido enfoques más sutiles. Mahmud Mohamed Taha, un pensador sudanés, se desembarazaba de las leyes públicas islámicas reinterpretando el Corán de manera fundamental.
Los esfuerzos de Atatürk y las ideas de Taha implican que el islam está en permanente evolución, y que considerarlo inamovible es un error grave. O, en la viva metáfora de Hassán Hanafi, profesor de la filosofía en la universidad de El Cairo, el Corán "es un supermercado donde uno coge lo que quiere y deja lo que no quiere".
El problema del islam no es tanto ser anti-moderno como que su proceso de modernización apenas ha comenzado. Los musulmanes pueden modernizar su religión, pero eso exige cambios importantes: desaparece el emprender la jihad para imponer el gobierno musulmán, la ciudadanía de segunda clase para los no musulmanes, y la pena capital por blasfemia o apostasía. Entran las libertades individuales, los derechos civiles, la participación política, la soberanía popular, la igualdad ante la ley y las elecciones representativas.
Dos obstáculos se interponen no obstante en el camino a estos cambios. Especialmente en Oriente Medio, la afiliación tribal conserva una importancia supina. Como explica Philip Carl Salzman en su reciente libro Cultura y conflicto en Oriente Medio, estos vínculos dan lugar a un complejo patrón de autonomía tribal y centralismo tiránico que obstaculiza el desarrollo del constitucionalismo, el estado de derecho, la ciudadanía, la igualdad entre los sexos y otros prerrequisitos de un estado democrático. Hasta que este arcaico sistema social fundamentado en la familia sea superado, la democracia no podrá hacer verdaderos progresos en Oriente Medio.
A nivel global, el poderoso e irresistible movimiento islamista obstruye la democracia. Busca lo contrario a la reforma y la modernización -- a saber, la reinstauración de la sharia en su totalidad. Un jihadista al estilo de Osama bin Laden puede explicar este objetivo de manera más explícita que un político del estamento como el Primer Ministro de Turquía Recep Tayyip Erdoğan, pero ambos pretenden crear un orden integralmente antidemocrático, por no decir totalitario.
Los islamistas responden a la democracia de dos maneras. En primer lugar, la denuncian por anti islámica. El fundador de la Hermandad Musulmana, Hasán al-Banna, consideraba a la democracia una traición a los valores islámicos. El teórico de la Hermandad Sayyid Qutb rechazaba la soberanía popular, al igual que Abú al-A'la al-Mawdudi, fundador del partido político de Pakistán Jamaat-e-Islami. Yusuf al-Qaradawi, imán de la cadena de televisión Al-Jazira, sostiene que las elecciones son heréticas.
A pesar de este desprecio, los islamistas no tienen problema ninguno en utilizar las elecciones para ganar poder, y han demostrado ser captadores ágiles de votos; hasta una organización terrorista (Hamas) ha ganado unas elecciones. Esta trayectoria no convierte a los islamistas en demócratas, sino que indica su flexibilidad táctica y su determinación a la hora de hacerse con el poder. Como ha explicado Erdoğan reveladoramente, "La democracia es como un tranvía. Cuando llegas a tu parada, te bajas".
El trabajo duro podrá hacer democrático al islam un día. En el ínterin, el islamismo representa la principal fuerza antidemocrática del mundo.
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