Uruguay en el mundo
por Francisco Faig
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La política exterior debería afirmarse desde el ministerio de relaciones exteriores. No ocurrió así en este gobierno.
La crisis con Argentina fue clara ilustración de la cacofonía gubernamental. Los interlocutores fueron el presidente, el secretario de la presidencia, el ministro de ganadería, el ministro de deporte, el vicepresidente, el ministro de relaciones exteriores, cuando no el propio ministro de medio ambiente. En vez de hablar poco y claro, hablaron mucho distintos actores con una Argentina avasallante.
La conducción de la política exterior del país dio la sensación de estar a la deriva. Lo mismo ocurrió cuando se planteó la posibilidad de un tratado de libre comercio con Estados Unidos. El ministerio de economía por un lado, el de relaciones exteriores por el otro, y la metáfora del tren pasando por última vez nos dejó parados en la estación.
El gobierno ha fracasado entonces en la política exterior. El esfuerzo del canciller Fernández pasa ahora por intentar ser un poco más ordenado. Parece lograrlo. No significa que tengamos un rumbo claro e inequívoco de inserción internacional.
Uruguay debe replantearse su relación con la región.
Argentina, nuestro país espejo desde siempre, ha entrado en una lógica antirrepublicana que tiene viejas raíces, pero que surge con renovados y peligrosos bríos. La reelección matrimonial presidencial se conjuga con una desarticulación del sistema político y sobre todo, con una incapacidad sistémica de llevar adelante una lógica de convivencia que respete el estado de derecho. La mentira cada vez más grave en torno a las estadísticas de las cuentas públicas ha venido a distorsionar gravemente la lógica económica de ese país, y por mucho tiempo. Y esto va a complicar a la Argentina de los próximos años.
Brasil está jugando un partido distinto. Interlocutor privilegiado de Estados Unidos, busca consolidarse como potencia regional ineludible y ordenador de una pax brasileira en el continente. En este sentido va la iniciativa de conjunción militar regional; en el mismo, su cada vez más desembozada intervención en Bolivia o su mediación en el conflicto Colombia- Ecuador.
La tentación populista antirrepublicana atraviesa con relativo éxito todo el continente. De raíces históricas innegables, se trata de un fenómeno ligado al problema del Estado, a la consolidación de identidades nacionales y a la menguada posibilidad de construcción colectiva sobre bases igualitarias.
En este contexto, Uruguay no puede pretender cambiar de vecindario. Está claro por ejemplo, que nuestra dependencia energética pasa por la región. Sin embargo, también es claro que nuestro modelo de país no puede conjugar valores reñidos con nuestra tradición nacional.
La exigencia nuestra debe ser la de mirar con ojos inteligentes lo que pasa en países desarrollados. Así como ocurrió a principios del siglo XX, importa que nos demos cuenta de que la inserción del Uruguay en el mundo pasa por una percepción distinta de los modelos de convivencia social.
No es Argentina, ni es Venezuela, ni es el inmenso Brasil. Será un modelo cercano a una España moderna, a una renovada Irlanda, a una productiva Nueva Zelanda. Será con un instrumento de apertura comercial mayor con Estados Unidos. Pero en todos los casos, la inserción del Uruguay en el mundo debe hacerse desde una perspectiva renovada de republicanismo consciente que es distinto, radicalmente, al modelo que se disemina en Latinoamérica.
Lamentablemente el gobierno de izquierda no ha insistido en esta dimensión de las cosas. Se ha visto tentado, incluso, en ponerlas en tela de juicio por causa de la cercanía ideológica con tal o cual.
Será responsabilidad del Partido Nacional reconstruir la dimensión internacional del país sobre estas bases tradicionales en este contexto regional distinto.
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