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Larrañaga - Vázquez
por Javier García
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Alguien que lo conoce bien y cultiva una amistad con el presidente de la República, el Sr. Óscar Magurno, aseguró que Vázquez se parece mucho a Pacheco Areco. Como fue amigo de este y lo es del primero tiene una posición privilegiada para hacer la comparación. El parecido es tal que los giros del discurso que uno y otro han usado son los mismos. El gobierno de Pacheco se jactaba de tener también los pantalones bien puestos, como nuestro actual Jefe de Estado.
No obstante ahora el presidente Vázquez ha agregado un aditamento de soberbia que lo ha llevado a un extremo que nadie había llegado. Decidió, esta semana, en una increíble carta, que no aceptaba dialogar con el presidente del Partido Nacional, que le había solicitado entrevistarse.
Sólo un mal momento, posible para cualquier ser humano, puede justificar la barbaridad que escribió el presidente.
Primero señalemos que la investidura presidencial nos merece el más profundo respeto. No importa quien sea el mandatario ni a que partido pertenezca, basta que sea el fruto de la voluntad popular para merecerlo. No obstante sus actos, los del presidente, son opinables y están expuestos a la crítica.
Quien confundió el debate político coyuntural con su obligación institucional de representar a todos los uruguayos fue Vázquez, que decidió no recibir al titular de un partido que mal que le pese representa a cientos de miles de uruguayos y votó el 35% de la ciudadanía. Nunca el país, ni aún en los momentos de mayor tensión política, vio interrumpir el diálogo entre sus dirigentes. Si no es el diálogo, ¿qué es?
Peor fue aun el argumento utilizado para negarlo. Rechazó la reunión por la sencilla razón de que hubo ciudadanos que reclamaron, amparados en la ley, sus derechos ante la SCJ contra la aplicación del IRPF a los pasivos y porque el Partido Nacional anunció que interpelará a Astori.
El presidente se enojó porque hay uruguayos que defienden sus derechos. Le molesta, además, que haya un partido político que ejerza el control parlamentario del gobierno.
El presidente tiene una sensibilidad muy particular y sus niveles de enojo son selectivos. Para sentarse en plena dictadura en el Club Naval no existía tanto prurito ni le parecía que la reunión "estuviera fuera del contexto de diálogo político" como argumentó en su carta a Larrañaga, pero para reunirse con la autoridad de un partido democrático en un Uruguay libre y soberano, sí.
El presidente tiene muchos derechos salvo uno y es el de negarle el diálogo a quienes tiene el deber de representar. Como no puede hablar con los tres millones y medio de uruguayos, lo debe hacer a través de los partidos políticos que los interpretan. Es la base del sistema representativo.
El estilo arrabalero no es propio de la investidura presidencial. Ni los "pantalones bien puestos", ni enojarse porque los jubilados reclaman y los partidos políticos osan ser justamente eso: partidos políticos y no cortesanos del poder, se condice con una institución que todos debemos respetar y hacerlo en primer lugar porque se respeta a sí misma. El bastón que recibió cuando asumió es de mando, no de mandón.
Llegará el día, dentro de poco, que el señor presidente, habiendo ya concluido su período y ejerciendo sus tareas partidarias, solicitará ser recibido por otro mandatario, que no será de su partido, pero que le dispensará el respeto que él no brindó. Será, ese sí, el presidente de todos los uruguayos y no solo de quienes lo votaron.
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