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Año V Nro. 284 - Uruguay,  02 de mayo del 2008   
 

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Coaliciones de Gobierno
por Juan Martín Posadas

 
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         El tiempo electoral largó por debajo de las cintas (como se decía en los tiempos viejos en que no había gateras en Maroñas). Discutir si es prematuro o no ha pasado a ser una discusión teórica: en los hechos ese período está inaugurado e instalado.

         Las preocupaciones electorales –inevitables- tienden a dirigir la atención a lo que viene primero, ganar la elección, y no se acuerdan de lo que viene después, gobernar, en la hipótesis feliz de victoria electoral (hipótesis única que sustenta el esfuerzo anterior). Pensar en el próximo período de gobierno es un ejercicio responsable y necesario, sobre todo para no caer en la trampa de elaborar un discurso electoral que hipoteque las posibilidades posteriores de ejercer con efectividad el gobierno.

         Hay muchas cosas que se pueden especular sobre el próximo período de gobierno, empezando por cuál será el partido político que tendrá esa responsabilidad (quién será el ganador de la elección). Pero si bien todavía hay más incógnitas que certezas, de algo hay seguridad absoluta: quien sea que gane el próximo gobierno no tendrá mucha ventaja sobre el que llegue segundo. Por tanto, no tendrá mayorías propias, tendrá necesariamente que tejer acuerdos; de lo contrario no podrá hacer ni lo que prometió en la campaña electoral ni nada. Este pronóstico, que sólo los ilusos podrán descartar, lleva al replanteo del tema de las coaliciones.

         Este asunto ocupó infinitas cavilaciones hasta hace relativamente poco tiempo pero ahora ha desaparecido del análisis político y de la discusión. Me refiero a las coaliciones de gobierno o a los gobiernos de coalición como objeto de discusión teórica y/o como programa o propósito político concreto.

         Según Romeo Pérez y otros politólogos el Uruguay tiene una larga tradición de conciliaciones y acuerdos, no obstante el ardor que tradicionalmente ha inflamado la polémica política y las contiendas electorales. Esa tradición ha legitimado, facilitado y sustentado una disposición a aceptar como válida y operativa la idea de coaliciones de gobierno.

         Dejemos que los académicos procedan con sus exposiciones: lo cierto es que, a partir de la restauración democrática, se han planteado sendos gobiernos de coalición o semi coalición. La razón de ello fue que, en su momento, se consideró razonablemente que era la mejor manera –quizás la única- de encarar el ejercicio del gobierno en un país que salía desgarrado del período de facto y harto de disputas y enfrentamientos. Además de esa circunstancia, la legislación electoral entonces vigente hacía que el Presidente no contara más que un veinte o veinticinco por ciento de respaldo electoral y parlamentario. Había, pues, una necesidad de arreglar porque, de lo contrario, no se podía gobernar, no habría gobierno y, con todo trancado, el país caería indefectiblemente en un inmovilismo destructivo.

         Así fue que se consolidó un primer período con un gobierno “de entonación nacional”, con algunos Ministros indicados por el Partido Nacional, sin ser militantes blancos. (Iglesias en la Cancillería, el Dr. Ugarte en Salud Pública). El segundo gobierno de Sanguinetti fue aún más claro en este sentido a causa de la convicción de Volonté de los beneficios que para el país otorgaba la ayuda de la oposición blanca al gobierno colorado y así procedió en toda la duración del período. No había sido ni tan generosa ni tan desinteresada la actitud de los colorados con el gobierno anterior de Lacalle. Que cada uno cargue con sus responsabilidades y reputaciones.

         En todos esos años desde la restauración de las instituciones, a excepción del primer período de Sanguinetti, el Frente Amplio quedó afuera, no sólo del gabinete, sino también de los directorios de los entes autónomos. En el período de Batlle quedó afuera hasta de los organismos de contralor como la Corte Electoral y el Tribunal de Cuentas. Esta situación de miopía política -amén de poco respeto por el ordenamiento jurídico- dura hasta hoy sin que se note demasiado arrepentimiento.

         La última cooperación -espuria ésta y malparida- que se debe incorporar a la lista de acuerdos interpartidarios con el gobierno fue la última reforma constitucional. Se trató en ese caso de una reforma básicamente de orden electoral. Se modificaron los procedimientos electorales mediante una reforma constitucional concebida en el miedo a que ganara el Frente y que, como toda decisión de pusilanimidad, atrajo lo que quería evitar.

         El Frente Amplio ganó las elecciones y está en el gobierno. Pero hay algo nuevo. El ganador de las últimas elecciones no necesita de nadie para ejercer el gobierno: tiene las mayorías. Esto lleva a que algunos concluyan que sobran y están de más las coaliciones como también sobra la oposición. Pero: ¿sobra?

         El tema de las coaliciones, de su aceptación no como mal menor sino como clima normal de ejercicio del poder en un sistema democrático, va a ser replanteado en nuestro país por la fuerza de los hechos; es mejor adelantarse a los hechos y manejar las virtudes intrínsecas que esa disposición encierra. No se trata de un cálculo, asunto aritmético molesto; se trata de un futuro gobierno que no tendrá mayorías holgadas y que, consecuentemente, tendrá que plantearse no sólo tácticas de gobierno y administración, sino sus obligaciones para con la cuasi mitad de los orientales que no lo habrán votado.

         En cierto sentido el gobierno del Dr. Vázquez ha estado en esa situación. No la situación de no contar con mayorías propias (como seguramente será el caso del próximo gobierno, gane quien gane) sino la de no prestar atención a la importante porción de la ciudadanía que tiene otras preferencias políticas. Pensemos un poco.

         ¿Qué malformaciones se pueden llegar a dar (o se han dado) en un país donde el gobierno tiene todo el poder pero representa solo a la mitad de la gente? ¿Qué consecuencias acarrea a la sociedad nacional el que la mitad de la ciudadanía no esté con el gobierno, no sólo en virtud de los votos, sino porque ninguna fuerza política ni ninguna figura política que no pertenezca a los ganadores ocupa lugar en el gobierno? ¿Qué consecuencias, qué transformaciones políticas, se van a ir dando en una situación en que el partido de gobierno tiene todo el aparato pero no tiene a medio país, sus figuras, sus banderas, sus afectos políticos, y sus tradiciones?

         Más vale volver a revisar todo lo que se ha escrito sobra las coaliciones y la vieja tradición nacional de inclusión. Un país en donde se han dado fuertes divisiones recientes, si no abre camino a formas de coalición, tomará –me temo- el rumbo del desprecio recíproco. Hay ciertas situaciones que vale más pensarlas con cierta antelación, (por lo menos la antelación indispensable para no arrancar por caminos irremediables hacia donde pueda llevarnos el fervor pasional de las campañas electorales. La coalición es parte esencial del lenguaje con el que el Uruguay aprendió históricamente a entenderse y expresarse políticamente. Es la parte mejor de su modo de decirse políticamente a sí mismo.

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