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Año V Nro. 367 - Uruguay, 04 de diciembre del 2009   
 
 
 
 
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Las incógnitas sobre el futuro después del triunfo del Frente Amplio
por Hebert Gatto

 
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         Como era previsible, el plebiscito confirmó lo que las encuestas adelantaban. La fórmula Mujica-Astori se impuso claramente, prolongando la permanencia de la izquierda en el poder por los próximos cinco años. Una campaña desafortunada por parte de los opositores nacionalistas más la enorme ventaja ya adquirida por el Frente Amplio, que llegó a la segunda vuelta rozando la mayoría absoluta y con predominio legislativo en ambas cámaras, hicieron añicos cualquier esfuerzo de sus adversarios.

         Cuando esto se escribe, el pueblo frentista celebra ruidosamente por todo el país la confirmación de un triunfo que –pese a las apariencias– no resultó tan sencillo como el de 2004. La coalición de izquierda no solamente perdió dos legisladores, sino que además, con una favorable coyuntura económica y buen manejo en este campo, detuvo el crecimiento electoral que mantenía desde el reestablecimiento de la democracia. Un suceso que hizo creer a algún incauto que algún día alcanzaría poco menos que la unanimidad.

         Para una mirada macro, el país poselectoral no se diferencia demasiado del anterior a estas elecciones, ni siquiera en los apoyos electorales de las distintas fuerzas, salvo –pero ello no es menor– en la composición interna de su izquierda. Superficialmente, tal como ocurre ahora, el Uruguay sigue dividido en dos sectores: frentistas por un lado, blancos y colorados por otro. Estos últimos alineados con los blancos para la segunda vuelta que acaba de concluir. Como si en el Uruguay político las permanencias fueran mayores que las rupturas y las alianzas –como ya ocurrió en 2004– tuvieran tendencia a perpetuarse.

         Sin embargo, pese a estas semejanzas, la izquierda parlamentaria electa no constituye una mera continuidad de la que sustituye. Por primera vez desde el reestablecimiento de la democracia en 1985, predominarán en ella los grupos más radicales, entre ellos el Movimiento de Liberación Nacional–Tupamaros (MLN-T), por lejos su núcleo fundamental. De allí proviene el actual presidente electo. Si hasta ahora representaban aproximadamente un tercio de la coalición frentista, desde este momento los ex guerrilleros superan la mayoría de la misma, 36 en 66 legisladores de izquierda.

         Por más que ya no los distinga una neta definición ideológica como la de antaño, cuando el Frente estaba lejos de la democracia liberal y el entorno de Guerra Fría propiciaba que cada puja electoral se asemejara a capítulos locales de una contienda mundial. Ni siquiera el MLN-T mantiene la pureza doctrinaria y –con la excepción del jurásico Partido Comunista del Uruguay– nadie adhiere netamente a las perimidas teologías políticas de antaño. Lo que no impide a los radicales manifestarse como anticapitalistas, adherir a una línea internacional cercana a Chávez y al resto de los populismos latinoamericanos, o saludar –como hizo Mujica– la presencia de Ahmadineyad en el continente.

         Es cierto que José Mujica, siempre contradictorio, ha intentado atenuar en algunos aspectos ese programa, manifestándose como un populista pobrista con toques evangélicos, lo que no conformó a sus socios más cercanos, públicamente comprometidos a vigilar su gestión. Lo cierto es que, de ahora en más, todo se dirimirá en esta soterrada pugna interna. O lo que es lo mismo: el desenlace descansará en la fortaleza y/o el deseo de Mujica para resistir a la mayoría de su propia coalición. Por más que nadie desafíe públicamente los ritmos de la democracia liberal.

© Crónicas de la Argentina

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