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Año V Nro. 367 - Uruguay, 04 de diciembre del 2009
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El presidente electo en Uruguay el domingo 29, José Mujica, ya comenzó a probarse la banda presidencial que lucirá su pecho durante cinco años a partir del 1º de marzo del 2010 luego de haber sido votado por más del 50% del cuerpo electoral. Más de 40 años después de haber intentado alcanzar el poder por las armas con el Movimiento de Liberación Nacional- Tupamaros, del que fue uno de sus jefes, Mujica encontró por la vía electoral que entonces desestimó, la posibilidad de llevar a la práctica sus ideales. Con ese respaldo se convirtió en el tercer presidente electo de América Latina en llegar al poder por las urnas luego de haber intentado hacerlo por la vía violenta. En 1984 Daniel Ortega, en Nicaragua, luego de una revolución que en 1979 derrocó al dictador a Anastasio Somoza , y Hugo Chávez en Venezuela en 1999, que en 1992 había encabezado un intento de golpe de Estado contra el presidente constitucional Carlos Andrés Pérez, lograron ser electos en sus respectivos países. Ortega, Chávez, y los presidentes de Argentina, Cristina Fernández, de Paraguay, Fernando Lugo, de Brasil, Lula Da Silva, de Bolivia, Evo Morales, y de Ecuador Rafael Correa, serán, junto con el régimen cubano, los principales respaldos gubernamentales que tendrá Mujica en la región. No es poca cosa, especialmente si se considera la posición geopolítica del consolidado Brasil, la vecindad de Argentina y el dinero que como maná del cielo fluye de las arcas de Chávez. Pese a los empecinados datos coincidentes de las empresas de encuestas en su contra, Lacalle no bajó los brazos hasta el último momento, consciente sin embargo, de que en la batalla resultaría frustrado. ¿Ganó Mujica o perdió Lacalle? Una pregunta de compleja respuesta y múltiples lecturas. Ganó el Frente Amplio, pese a los riesgos que generó la candidatura de Mujica y sus caóticas declaraciones previas en las que aparte de populacheras expresiones de deseos para el futuro del país no le planteó a la ciudadanía propuestas concretas y no aceptó debatir con Lacalle, consciente de su inferioridad en este terreno. Sin embargo, la gran popularidad cosechada por la gestión del actual presidente Vázquez, por un lado, y la enorme popularidad política, emocional y romántica del veterano tupamaro, por otro, lo llevaron a la victoria. Lacalle no hizo una buena campaña, ni desde el punto de vista de la estrategia política, ni desde el plano publicitario. Tampoco su imagen del último tramo de la campaña fue la de un transmisor de confianza. Pero aunque estos aspectos hubieran sido mejores, el contexto político, económico y social sembrado por el Frente Amplio era tan favorable a la coalición de izquierda oficialista, que era muy difícil que perdiera la elección. Sólo en un momento el Frente Amplio se vio en riesgo de ser derrotado. Fue cuando se debía definir la fórmula presidencial y el alcance del acuerdo con el economista Danilo Astori, enconado rival de Mujica en las elecciones internas de junio, el cerebro intelectual y económico de la ahora pareja ganadora. Pasado ese momento tenso, la izquierda reafirmó su unidad, al menos hacia fuera, y puso en juego su formidable máquina propagandística, su inalterable estructura militante y el capital político generado por Vázquez en los últimos cinco años. La votación de las elecciones generales del 25 de octubre había dejado ya marcada la definición del balotaje. Entonces el Frente Amplio quedó con mayoría absoluta en las dos cámaras parlamentarias y la diferencia en votos de Mujica con la de los dos candidatos de los dos partidos tradicionales sumados era significativa. Muy difícil de descontar. Nacionalistas y colorados votaron juntos el domingo 29 para intentar cerrarle el camino a Mujica en el balotaje. Los observadores extranjeros y ocasionales, podrían suponer, inadvertidos, que la mayoría de los uruguayos se convirtieron en partidarios de los tupamaros. No es así. Mujica ganó porque el Frente Amplio, pese a sus crisis y a las pujas internas, es la agrupación política más fuerte del país alejada del Partido Nacional y del Partido Colorado. Las urnas indican con claridad que la mayoría de los ciudadanos está conforme con la gestión del gobierno y elogia su sensibilidad hacia los fenómenos de pobreza y exclusión que antes no eran atendidos en forma debida. Desde el gobierno, además, la izquierda proyectó una hegemonía cultural en varios niveles: en la educación formal, en los medios de comunicación, en la intelectualidad, en el arte popular, en el deporte y en el trabajo de las organizaciones sociales. En todos los fenómenos masivos, la cultura frenteamplista se coló y dejó su sello. Los partidos tradicionales, una vez más como hace cinco años cuando fue elegido Vázquez, quedaron muy lejos de todo eso y parecen no haberse dado cuenta; como en una vieja victrola continúan dándole incesantes vueltas a la manija hasta que el disco se raya y se hace inaudible. Por otra parte el estilo campechano, simple, con un discurso pletórico de metáforas folclóricas y de raigambre popular, sintoniza con la mayoría de una sociedad uruguaya que cambió mucho. Cayó la cultura general al mismo tiempo que variaron gustos, preferencias musicales, orientaciones discursivas y preferencias por la imagen personal de los candidatos. La mayoría del electorado se incomoda y rechaza formalidades que surgen desde los candidatos colorados y nacionalistas. Habrá que observar con atención el desglose de las votaciones en los sectores medios y medio-bajos de la sociedad para profundizar en estos aspectos. Fuente: Mirador Nacional
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