Formación y oportunidades
por Dr. Marcelo Gioscia Civitate
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Los números del BID dados a conocer sobre el nivel de formación escolar (aprendizaje efectivo y destrezas) de nuestros adolescentes entre los 15 y los 19 años de edad, no pueden dejar de preocuparnos. Pues si pensamos un poco, tenemos en nuestras manos la triste comprobación que, casi seis de cada diez de nuestros jóvenes entre esas edades, no poseen la aptitud suficiente como para aspirar a conseguir un empleo bien remunerado.
El problema no es sólo conseguir dónde trabajar, pues la medición que nos ocupa, apunta a desnudar una realidad: cada vez son menos los adolescentes que poseen una formación escolar que les permita acceder a los mejores puestos del mercado laboral.
Comprendemos entonces porqué la mayoría de lugares vacantes a nivel privado que se ocuparon, fueron los que exigían una casi nula preparación escolar.
Pero esta constatación, lleva a preguntarse ¿Qué ha pasado con nuestro sistema educativo? ¿Adónde han ido a parar los recursos que se han venido destinando y se destinan a esos programas del Presupuesto Nacional? ¿Cuáles fueron los controles que fallaron? ¿Cómo se explica el deterioro que afecta un par de generaciones y que compromete a la sociedad uruguaya en su conjunto?
Porque como contribuyente, he podido advertir que la porción reclamada en la asignación de recursos “para la Educación” parece haberse incrementado incesantemente, pero, por el contrario, la comprobación de niveles de formación y especialización de los cuadros docentes, así como los resultados de rendimiento escolar y aprendizaje efectivo, parecen transitar olímpicamente en paralelo, sin llegar a vincularse jamás.
Advertimos que, los recursos no han ido a incrementar la investigación, ni a lograr un mejor aprovechamiento de los contenidos que se dictan en las horas de clase.
Tampoco, cabe pensar se destinaron a obtener mejores resultados en el desempeño escolar de acuerdo a pruebas de suficiencia, internacionalmente aceptadas.
Nuestros educandos se sitúan actualmente, por debajo de los de Chile y Argentina y si tomamos la región, por detrás incluso que los estudiantes de Asia.
Si a estos magros resultados, le sumamos el alto índice de deserción escolar y la disminución no sólo en el rendimiento, sino también en la capacidad de comprensión lectora, cabe preguntarse: ¿Qué tipo de ciudadanos se están forjando? ¿Serán capaces de formar siquiera su espíritu crítico? ¿Podrán superarse humanamente con tan pobres herramientas? ¿Cómo podrán insertarse en un mundo globalizado?
Encontrarse con un mercado que es cada vez más exigente a la hora de repartir las mejores oportunidades (entre los cuatro de cada diez de nuestros jóvenes preparados o aptos para desempeñarlas) puede llegar a ser motivo de honda frustración para algunos y de profundo e íntimo resentimiento para la mayoría. Muchos de estos jóvenes en estas condiciones de desventaja, sentirán que han sido desplazados, nivelándose hacia abajo y otros, sentirán que pueden desertar o buscar evadirse, renunciando a integrarse socialmente, pues tienen “poco que ganar”. Serán los menos, quienes buscarán superarse en el esfuerzo cotidiano.
¿Quién se sentirá capaz de representarlos políticamente, sin demagogia? ¿Hacia donde se inclinarán estas masas? ¿Serán acaso, acreedores eternos de un Estado asistencial?
Observemos que todo esto, se presenta en un mundo interconectado, donde el consumo en base a planes de financiación que brinda el dinero plástico y las comunicaciones de imágenes y sonidos en tiempo real, dan la impresión, por momentos hasta virtual, de poder tenerlo todo, simplemente, apretando una tecla.
Sabido es que luego, la realidad es muy otra, golpea fuerte y duele.
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