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De la esperanza…
por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
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Qué bueno sería poder escribir, sin timidez ni miedo, sobre nuestras ilusiones.
Podríamos saludar un próximo advenimiento de una nueva etapa en nuestras vidas y en la de nuestros países. Confirmaríamos que “nuestra América” –como la llamaba José Martí– es el “continente de la esperanza…”, de esa esperanza que “es el sueño de un hombre despierto” y que puede ser “la realidad del sueño o el sueño hecho realidad…”
Subyacentes en la otra cara de la esperanza, nos embargan las frustraciones y, en un ir y venir sin término: ilusiones y temores se suceden como cuentas opuestas de un rosario inevitable.
Pero nada, absolutamente nada, hace desaparecer la esperanza de nuestra condición humana: es decir la certeza de que vendrán mejores días, que habrá paz, que reinará el respeto mutuo, que se alcanzará el bienestar, que reinará la armonía, la justicia y la solidaridad y que, en fin, habrá libertad. Esto tiene expresiones en cada ser, en cada agrupación; y se manifiesta hasta en la política que, ciertamente, se basa en la ilusión –justificada o no– de alcanzar el poder para lograr postulados superiores.
Vivimos de esperanzas. Poquísimos son los que se debaten en el total descreimiento. En lo más recóndito del alma, siempre hay lugar para aguardar soluciones a lo que nos agobia, a la salida honrosa para nuestros desafíos, a nuestras ansiedades, a nuestras tribulaciones, en fin, encontrar el camino que nos lleve a la ansiada y esquiva –o imposible– felicidad.
La esperanza supera el temor, porque “en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente.” (Khalil Gibran).
Nada se alcanza sin esperanza. Tampoco se logra algo con la sola espera pasiva, indolente y contemplativa, ni se justifica “sentarse en el umbral de le la puerta de su casa y esperar que pase el cadáver del enemigo”, cuando se puede tender puentes para el entendimiento y la reconciliación. La pretendida justicia, si toma la faz de la venganza, como sucede frecuentemente, no es justicia, es un sentimiento inferior.
Si se espera y alienta lo positivo para una existencia honrosa, se habrá embellecido el espíritu y dignificado la condición humana. La acción, si se inspira en la virtud que trae dignidad y si se desprende de uno mismo en su objetivo de paz con bienestar para todos, será la que dé la recompensa final; es decir saber que se ha servido y se ha vivido… Qué bueno sería escribir, sin temores, que nuestros sueños pueden convertirse en realidad en nuestras vidas; y que América, todavía atribulada, sigue siendo “el continente de la esperanza...”
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