Todo tiempo pasado fue mejor
por Aquiles Diggo
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Se supone que todo tiempo pasado fue mejor.
Con lo bueno y lo malo que he vivido y con la perspectiva que me da la lejanía brutal a que me encuentro he llegado a la conclusión que esa discutida frase se cumple cabalmente en Uruguay.
Quizá sea porque fuimos demasiado vanguardistas.
Cada día que pasa, me pregunto qué pasó en mi Patria, qué la hizo hundir el esa abisal profundidad.
Y me duele reconocer que seguramente, fue ese afán natural del pueblo de querer probarlo todo, de tenerlo todo antes.
Tal vez se deba a que es un país joven, con sangre cosmopolita, donde convergen los adeenes de todas las etnias, o a que aprendió a leer muy temprano, y se sintió un niño prodigio.
Otros países con historia de varios siglos, han conservado su idiosincrasia, han mantenido férreamente sus tradiciones, y tal vez por mucho tiempo, persistirán orgullosos de ellas.
¡O sucumbirán como la mayoría, que también han caído como nosotros!
¡Y cuánto hemos caído!
Ha sido un castigo de Dios, el haber vivido lo suficiente para haber sido testigo de la paulatina y segura destrucción de todo el proceso de creación de un país que a pesar de su juventud, aventajaba en mucho a los demás en lo social, laboral, deportivo, cultural e intelectual.
Uruguay era el “niño prodigio” de América y un faro de Libertad y Paz, en el mundo entero.
Su población vivió la guerra y la post guerra, sin conmociones, y especulaba con un futuro venturoso, lejos de espanto y el horror.
Finalizó la guerra y los triunfadores se repartieron Europa.
Lo que estuvo en manos de EEUU, en poco tiempo se levantó fuerte con su ayuda, y comenzó a vivir mejor de lo que estaba antes de la guerra.
El Comunismo dueño de la URSS y los países que quedaron bajo su égida se hundieron poco a poco en una decadencia fue minando paulatinamente, el poder de Moscú.
Testigo de la recuperación de Europa, paulatinamente, nuestro pueblo, fue siendo víctima de absorción en una lenta polarización entre 2 intereses ajenos a los suyos.
Y fue cayendo poco a poco en la dialéctica egoísta y capciosa, que lo convenció de que lo que tenía era insuficiente, podía ser mucho más, si se defendía de quien nos robaba: “el Imperialismo yanqui”.
¡Y Uruguay lo creyó, se sintió despojado, y aunque no entendía como era que lo robaban, creyó!
Y le picó el bichito de la envidiosa codicia.
No midió lo que tenía, eso que le bastaba para vivir y guardar para su futuro.
¡Y la codicia rompió el saco!
Olvidando además su historia, algunos alucinados quisieron vivir la aventura de otro pueblo, Cuba, donde sí reinaba el despotismo y la opresión.
Y quisieron tener una revolución como la del Superman barbudo, aunque no se estuviera viviendo en este país, como aquel, alguna arbitrariedad peligrosa.
Y como dice el refrán: “A río revuelto, ganancia de pescador” saltaron los más codiciosos, los menos capaces, los que con sus vidas opacas, sus frustradas ambiciones personales, creyeron llegado el momento de figurar, y se pusieron los trajes de héroes de pacotilla.
El niño Uruguay se escondió bajo la cama, asustado, y recién sacó la cabecita, cuando otros uniformados ambiciosos y también resentidos de su anónima vida social y sus nunca reconocidas capacidades, haciendo valer su fuerza, pusieron a los súper ratones de nuevo en las cuevas del olvido.
Pero los nuevos héroes, se embriagaron de soberbia, y sintiéndose los más capaces se proclamaron los mejores superhéroes.
Y se adjudicaron la patria potestad del niño Uruguay.
Y pasaron 12 años de serena, pacifica, pero impuesta paz.
Hasta que imposibilitados de mantener su poder, debilitados por la “criptonita” del error cometido, superados por los problemas que no podían resolver, los nuevos superhéroes pactaron con los demócratas sobrevivientes y los súper ratones, una paz artificial, con promesas de dedos cruzados por parte de estos últimos, que siguieron hilando fino, subliminalmente, la telaraña de la antigua ambición de someter al ingenuo niño, el pueblo, bajo su tutela para siempre.
Y mamá Democracia olvidando con demasiada generosidad sus antecedentes y prontuarios, les permitió usar la credencial cívica, y a pesar de que ellos no la reconocían como madre, y la odiaban, hasta los dejó que la golpearan, mientras trataban que todo el pueblo también la odiara.
Tocando la flauta de melodiosas promesas, fueron inculcando su filosofía de “divide para reinar” y lo logró, convenciendo a todos y cada uno de que somos cual baldosas, todos exactamente iguales, y que el derecho de cada uno era absoluto y totalmente ilimitado.
Al delincuente se le reconoció el derecho a delinquir.
Al honrado el de cuidarse, con limitaciones extremas, no permitiéndoles lesionar los derechos de los delincuentes.
Nadie pondría de ahora en más objeciones a nada.
Lo tuyo es mío – nos dijeron – y por el bien del pueblo, también es del Estado.
Y metieron la mano en el bolsillo a todo aquel que pudo, y mientras repartían a diestra y siniestra, tampoco se olvidaron de llenar sus propios bolsillos.
Las minorías fueron saciadas y hambreadas las mayorías.
Y así fue que llegaron los CAMBIOS prometidos.
Por supuesto, hubo muchos nuevos ricos, la mayoría de ellos, piojos resucitados, integrantes de la elite redentora, y también hubo muchos, pero muchos nuevos pobres.
Por eso, luego de vivir en distintos tiempos de mi Uruguay perdido, no puedo dejar de pensar, con gran desaliento, que todo tiempo pasado fue mejor…
¡SÍ! ¡Lo juro! ¡Mucho mejor!
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Gentileza de: Uruguay Perdido |
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