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Año V Nro. 294 - Uruguay,  11 de julio del 2008   
 

 
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Visión Marítima

2012

 
Helena Arce

EL DIA DEL PADRE
En recuerdo de dos seres entrañables
por Helena Arce

 
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         En estos días donde asistimos denostados, a las múltiples denuncias sobre abusos contra niños e incluso bebes, por sus padres o padrastros, quiero hacer un especial homenaje a dos hombres maravillosos.

         Mi madre se divorció de su primer esposo, el Sr. Eduardo Abreu, padre de mi hermana mayor. Habían sido novios desde la infancia, y por esas cosas de la vida su matrimonio no funcionó.

         Luego conoció a mi inolvidable viejo: “Mr. A” (Aníbal Arce) y se casó con él. De este segundo matrimonio de mi madre, realizado en el año 1943 nacimos otras dos hijas. Este matrimonio fue para siempre, solo la muerte separó a Mr. A de la “de los ojos más lindos”.

         Sin embargo, más allá de haberse divorciado de mi madre, por la lógica del amor filial, Eduardo siempre estuvo unido a nuestras vidas.

         Mi hermana mayor, obtuvo la dicha de contar con el cariño infinito de  dos padres, a quienes adoraba por igual, y ellos se respetaban mutuamente, sin dejar traslucir resentimientos, al contrario se trataban con suma consideración.

         Aun recuerdo los comentarios de una querida amiga de mi hermana, amistad surgida en sus épocas escolares, “De chicas me volvías loca, un día tu padre era gerente en x, otro día trabajaba en tal otro lado, al fin cuando crecimos entendí que en realidad tenías dos padres”. Así siempre se refirió mi hermana a su padre y al nuestro, sintiéndolos a ambos sus “papás”. Cuando ella decía: “Papá me dijo…” había que prestar atención para saber a cual de los dos se refería.

         Yo misma rescato en  mi memoria, mi imagen pequeñita esperando ansiosa,  detrás de la puerta cancel de aquella casa de la calle José Hernández, la llegada de Eduardo, pues sabía que invariablemente me traería una bolsa repleta de caramelos. Obviamente el venía a ver a su hija, pero siempre estaba atento a hacer sentir a las hermanas de ella, que también las quería.

         Me río todavía, de aquel día que caminando por 18 de julio con una amiga, al cruzarnos con Eduardo, nos dimos un abrazo enorme y cariñoso, y se lo presenté diciendo: “Es Eduardo, el padre de Myrians”. Luego  mi amiga me dijo que no entendía nada, pues nunca había notado que mi padre no era su padre, además se había emocionado por  la ternura con que nos saludamos. Yo la miraba extrañada, pues era tan normal y dulce su existencia para mí, que no entendía que a alguien pudiese llamarle la atención.

         Recuerdo a mis sobrinos adorando por igual a sus dos abuelos, y a mi hijo que idolatró a su abuelo (Mr. A)  con locura,  dirigirse a ese amable ser como su  “abuelito Eduardo”.

         Estos dos señores, quienes habían  nacido a principios de siglo, pusieron por encima de posibles desencuentros, el amor incondicional a sus hijas, buscando siempre que las tres creciéramos  en amorosa armonía.

         Nosotras, las tres hermanas,  nos sentimos amadas, respetadas y valoradas por esos dos increíbles seres, y nunca hubo entre nosotras el más mínimo sentimiento,  de ser más o menos hermanas. Así nos trataron ellos, así nos inculcaron el amor, sin diferencias. Nos protegieron, nos cuidaron y nos quisieron. Cualquiera de los dos,  hubiesen sido capaces de destrozar a quien quisiera dañarnos.

         No se que está ocurriendo en este mundo, si es la droga, o las personas están naciendo con insuficiencias cerebrales, pero tengo claro por mi historia de vida, que la violencia y el abuso de niños nada tiene que ver con la existencia de padrastros, ni segundos matrimonios.

         Doy gracias a la vida por mi inolvidable e inigualable padre, ese ser de luz quien me dio tanta ternura durante mis primeros 38 años, como para conservarla intacta en mi alma para el resto de mi vida. Cierro los ojos, escuchó su voz y siento la caricia de su  infinito amor, hoy.

         Pero también doy gracias a la vida por la existencia de Eduardo, quien dio vida a mi hermana, y mantuvo una relación afable  y solícita con mi padre, prudente y respetuosa con mi madre.   Haciéndonos sentir siempre, el cariño por ser las hermanas de su hija, al punto de nosotras también disfrutar su compañía, sentir hacia su persona ternura y respeto, y haber llorado su pérdida.

         Ambos, dos CABALLEROS maravillosos, capaces de darnos tanto amor, nos dejaron  una lección de vida que nos acompañará por siempre.
 
         Feliz día Eduardo, gracias por haber existido en mi vida.

         Feliz día Pap, donde quiera que estés, más allá de mi corazón.                  
 
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