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Año V Nro. 294 - Uruguay,  11 de julio del 2008   
 

 
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Fernando Pintos

Servicio de Inteligencia… (…)
por Fernando Pintos

 
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         El pasado viernes 4 de julio, «Informe Uruguay» publicó un artículo de Helena Arce titulado «¿Servicio de Inteligencia del MLN?». Y después de leerlo, me cuesta creerlo. Bueno, aclaremos una cosa: digamos mejor que me costaría, siempre y cuando Uruguay tuviera en estos momentos un Gobierno como la gente. Pero, pensándolo bien y conociendo los bueyes con que hoy día estamos arando en nuestra res pública, lo denunciado por Helena Arce me parece normal, corriente y lindante con rutinario. Primero reproduciré los párrafos siguientes del artículo de Helena, y después haré mis observaciones con respecto de tan delicado tema:

«…Según parece alguien le acercó una denuncia al Senador Mujica, este hizo andar el servicio de inteligencia del MLN, y se determinó que la persona que realizaba la denuncia era “confiable”. Por lo tanto Mujica entregó al Presidente de la República el número de teléfono del denunciante.
Es obviamente  correcta la denuncia de los hechos de corrupción, y más aun que los parlamentarios y el gobierno de la República los atiendan.
Esto no admite más de una opinión.
Lo que no entiendo es el procedimiento. Una persona le hace una denuncia a un Senador de la República y este para darle curso, verifica mediante ¡¿su aparato de inteligencia?! , o sea que ¿quien denuncia un hecho de corrupción debe pasar por el escrutinio de un aparato, del cual ni siquiera conocíamos su existencia?
¿Quién financia ese aparato de inteligencia? ¿Cuál es la garantía que tenemos a los ciudadanos ante esto? ¿Quiénes les ha dado a esas personas la potestad de averiguar cuan confiables o no somos, quienes habitamos en este país?
Parece que el Senador José Mujica y sus afines, siguen convencidos ser los elegidos, vaya a saber por quien, como símbolo de honestidad para determinar cuando y en que condiciones las personas son confiables…».

         Ahora bien. Estamos de acuerdo en que el Senador Mujica se encuentra al borde de una figura que, en el ámbito de la judicatura civil se conoce como «Incapacidad». El término exime de mayores comentarios, pero por si alguien no entendió bien, lo explicaré un poco más crudamente: el individuo está completamente desquiciado. Aunque aquello se sabía desde antes, a partir del momento en que Mujica asumió su escaño como Senador de la República quedó en evidencia que el personaje ostenta un dramático desconocimiento de lo que significa tal investidura. Y peor todavía: desde el principio de su tenebrosa gestión (ni hablemos de su pintoresco pasaje por el Gabinete de Ministros) demostró, bien a las claras, que tal investidura le tenía muy sin cuidado, que creía estar más allá del bien y del mal (exento de esas molestas limitaciones que afectan a los mortales comunes y corrientes), y que pensaba someter a la ciudadanía con un variado repertorio de groserías, ordinarieces, patanerías, disparates y patrañas del más grueso calibre. En realidad, todo ese cúmulo de barrabasadas me trae a la memoria aquella tradicional sastrería montevideana: «Old Style»… Porque, a partir de este nefasto gobierno frenteamplista, los uruguayos deberemos recordar, por mucho tiempo, el desaliñado, desatinado y desfasado «Mujica Style»: una indigesta combinación de incoherencias, germanías y blasfemias que los sufridos ciudadanos harto conocen, de tanto sufrirla.

         Y expliqué lo anterior por un motivo muy sencillo: es muy posible que cuando « alguien le acercó una denuncia al Senador Mujica», y entonces «éste hizo andar el servicio de inteligencia del MLN», en realidad las declaraciones del polémico personaje hayan respondido a un retorcido sentido del humor o, en su defecto, a esa condición que evidentemente afecta al declarante: una evidente incapacidad psicológica, que, sea por omisión o incapacidad o complicidad, todavía no ha sido decretada en el terreno jurídico. A principios del siglo XX la sociedad uruguaya asignaba unos calificativos muy simpáticos a la gente aquejada con tales achaques. Vejete chocho era uno de ellos. Viejito gagá era otro muy socorrido. Pero había otro que, ¡no sé por qué!, a mi me parece mucho más funcional para el personaje que nos ocupa: colifato (a secas). De manera tal que, si esa declaración de Mujica sobre un Servicio de Inteligencia del MLN responde a una aguzada condición de chochera, gagaísmo o colifatez (se me perdonen los neologismos), lo más grave que tendríamos es una terrible omisión por parte del Gobierno de la República, el cual debería tomar de inmediato los recaudos pertinentes. Y ello sería: separación del susodicho de todos los cargos que en la actualidad desempeña e internación inmediata en un asilo para dementes seniles (de paso, podrían encerrar ahí mismo a todo el resto de la cúpula del MLN, que se quedó anclada en la mitad de los años 60 del siglo pasado). Y si me preguntaran, recomendaría algunas precauciones adicionales, tales como babero, celda acolchada y camisa de fuerza.

         Sin embargo, si el «Servicio de Inteligencia del MLN» no es el simple exabrupto de una mente sobrecargada por el peso de la senilidad y alucinaciones varias, entonces el asunto es de suma gravedad y requiere de acciones bastante más profundas que lo recomendado en el párrafo anterior. En primer término, cabe preguntar lo siguiente: ¿qué demonios podría estar haciendo un aparato de inteligencia que opera con carácter clandestino y, además, paralelo a los del Estado uruguayo? Porque Uruguay tiene varios servicios de inteligencia. Que yo recuerde, estaban el CID (Servicio de Información de Defensa); la DNII (Dirección Nacional de Información e Inteligencia, de la Policía Nacional); y los servicios correspondientes a la Marina y Fuerza Aérea. No sé si los mismos siguen operando por separado o en plan conjunto. Ignoro si alguno de los genios embotellados que proliferan en nuestra preclara clase política tuvo la ocurrencia de eliminar alguno de ellos. Pero lo que sí sé, a ciencia cierta, es que el Estado —igual que cualquier otro en el mundo— cuenta con un aparato de inteligencia y que éste responde a controles y es perfectamente legal. En consecuencia, repito: ¿en razón de qué, el MLN tiene que estar manejando un aparato de inteligencia clandestino?

         Por supuesto que existen muchos otros interrogantes de similar dimensión. Y el principal es: ¿en qué parte de la Constitución o de cualesquiera otras leyes de la República se permite que un partido político maneje, al margen de los controles del Estado, un aparato clandestino de inteligencia? Estoy seguro de que no sólo en Uruguay, sino en cualquier otro país civilizado del mundo, la respuesta será un rotundo: «¡En ninguna parte!». En realidad, un asunto de tal índole tan sólo podría haber surgido de esas mentes enfermizas y febricitantes que conforman la vieja guardia del MLN. Y si la posibilidad de que tal aparato de inteligencia en verdad exista es grande, ello se debe a que la organización que aparece involucrada en tamaña aberración es ni más ni menos que la guerrilla criminal que pretendió, en los años 60 y 70, hacer de nuestro país un adláter de la Cuba castrista y un obediente satélite de la Unión Soviética comunista. Después de todo, los tupamaros de la vieja guardia nunca abandonaron las cloacas que tan bien conocieron en sus épocas doradas. Puede que, físicamente, hayan salido a la superficie de un buen tiempo a esta parte. Pero en cuanto tiene que ver con moral, ética e ideología, aún prosiguen recorriendo el sumidero. Después de todo, bien parece que el desesperante hedor de la cloaca es capaz de ejercer, sobre ciertos individuos débiles de mente y espíritu, una atracción adictiva.

         De existir el aparato de inteligencia tupamaro, cabría preguntarse unas cuantas cosas acerca de su infraestructura y capacidad operativa. Ninguna organización de tal tipo opera a los saltos, de manera intermitente y alimentándose con fósforos apagados. Montar un servicio de inteligencia significa una operación onerosa. Y mucho más, todavía, cuando se trata de uno que opera encubierto. Se necesitan recursos considerables para montar una organización de tal tipo. Se debe establecer y obedecer un organigrama riguroso. Se requiere un aparato que administre los fondos. Pero también se necesita toda clase de elementos, tales como vehículos de diferentes clases, sofisticados aparatos para escuchas telefónicas clandestinas, equipos para grabar conversaciones personales (o para ser disimulados en viviendas particulares y oficinas), armamento… Y además, un nutrido pago de facturas para: viáticos, telefonía fija y móvil, Internet, alquileres, sueldos, etcétera, etcétera. Todo eso no se arma en un solo día y, una vez puesto a funcionar, se debe gastar muchísimo dinero en acciones de cobertura (mantener disimulada e inadvertida la operación completa). ¿De dónde sacaría, el MLN, la enorme cantidad de dinero necesaria para montar un aparato de inteligencia y mantenerlo en funcionamiento? ¿Desde cuándo estaría funcionando el Servicio de Inteligencia del MLN en territorio uruguayo?

         Si el dinero salió de las arcas del Estado, entonces tenemos ahí varios delitos que se agregan al más grave de todos, que es uno harto conocido por los militantes del MLN: Atentado a la Constitución en el grado de Conspiración. Existiría evidente malversación de los fondos extraídos del Erario. Habría, también, desviación de fondos aprobados para el funcionamiento de entidades oficiales pero utilizados para financiar actividades de inteligencia clandestinas del MLN. Y, de ser así, es obvio que no sólo Mujica y sus cómplices estarían involucrados en tan bochornoso asunto: también lo estarían numerosos funcionarios del desgobierno frenteamplista (lo cual no me extrañaría en lo absoluto). Sería muy saludable que se ventilara debidamente todo este asunto y que, de comprobarse los diferentes delitos que pudieran ser imputados a todos los comprometidos, se les castigara con el máximo peso permitido por las leyes de la República. Porque los impuestos salen del bolsillo de los contribuyentes, quienes son los ciudadanos. Y cualquier manejo irregular de dineros públicos constituye un delito grave.¡Con razón aquella locura por importar maestros cubanos! (Los cuales, de paso, también pudieran ser espías)… ¡Y con más razón la enajenada reforma tributaria frenteamplista! Tamaños disparates, y otros por el estilo, se explicarían toda vez que parte del dinero destinado a financiar la educación y otros rubros esenciales se pudiese estar empleando en aparatos clandestinos de inteligencia… Eso constituye uno de los peores delitos que se pudieran imaginar. No sólo de lesa patria. También de lesa democracia.

         Cabe, sin embargo, que Mujica y el MLN sean inocentes del delito de sustraer fondos del Estado para su servicio de inteligencia. En tal caso, el dinero necesario habría llegado —y seguiría llegando— del exterior. ¿Y quien otro sino el inefable Hugo Chávez sería capaz de hazaña semejante? Posiblemente de ahí se explique el ahínco con que tupamaros y otras sabandijas ideológicas de similar índole se empeñan en besar con unción tanto sus manos como sus botas (viniendo de ellos, tal muestra de extremado mal gusto ni me extraña ni me inmuta). Mas, de ser así, estaríamos frente a un gravísimo caso de injerencia extranjera en los asuntos internos de la República Oriental del Uruguay. Ya se tratase de Chávez, Khadaffi u Osama Bin Laden, resultaría desde todo punto de vista  inconcebible que gobiernos u organizaciones del Extranjero estuviesen financiando actividades delictivas en nuestro país y para perjuicio de nuestros ciudadanos. Entonces, tratándose de Mujica y compañía, se les debería tipificar con uno de los delitos al cual están más que acostumbrados: traición a la patria.

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