Duelo De Actitudes Inútiles
Razón y religión
por Leonardo Girondella Mora
|
|
|
El Racionalismo es otro de esos “ismos” que resultan tan difíciles de definir y con tantas gradaciones que el lector ocasional termina por renunciar a la curiosidad que le ha llevado a leer al respecto. En lo que sigue espero no cometer ese error de dificultad innecesaria para el no especialista y satisfacer una curiosidad intelectual.
El Racionalismo tiene una significación sencilla de comprender —su definición diría que se trata de una manera de pensar que considera a la razón humana como el más alto, supremo y único criterio de la verdad: lo que no se conozca por medio de la razón no es parte de la verdad y resulta ser algo sin valor.
En el uso cotidiano que puede tener la palabra, ella revela un apego absoluto a lo que puede producir la razón por sí misma, o bien a lo que la razón puede comprender de la realidad captada por los sentidos y la experiencia. Tratar el tema obliga a hacer una distinción entre dos posturas que espero demostrar como indebidas:
La razón debe ser la única vía de conocimiento válido de la verdad
Esta postura es la entendida por el racionalismo en su interpretación común —y equivale a desechar cualquier otra vía posible para el conocimiento de la verdad, lo que la coloca en una posición opuesta a la verdad revelada que sostienen las religiones.
Es decir, el racionalismo en su extremo desprecia a la religión y la niega fuertemente al ser ella imposible de un análisis racional absoluto bajo pruebas científicas —a lo que agrega una confianza extrema en razonamientos que pueden ser especulaciones tentativas o contener errores de lógica.
La fe debe ser la única vía de conocimiento válido de la verdad
La posición opuesta es también extrema —y mantiene una sospecha perenne de cualquier producto de la razón a la que considera una herramienta peligrosa y hasta opuesta al verdadero camino hacia el conocimiento de la verdad.
El anti racionalismo en su extremo desprecia a la razón y sus resultados, de los que desconfía siempre y muy especialmente cuando ellos parecen contradecir verdades que son sostenidas por medio de la fe religiosa.
¿Una posición salomónica?
Entre las dos posiciones extremas se encuentra oculta una suposición no probada, la de la razón como una cualidad meramente humana —necesariamente pero por motivos diferentes quien desecha a la razón y quien la admira sin reservas, suponen que el poder pensar propio de los humanos es sólo una característica de la naturaleza. Para unos es la única herramienta válida, para otros es un instrumento maligno.
Sin embargo, al desechar esa hipótesis común para ambos bandos, es posible dar a la razón un papel más certero —esta posibilidad pone en aprietos a los que desconfían de la razón, a quienes reta sosteniendo que la razón es un don de Dios dado al hombre, a quien creó a su semejanza. ¿Será posible que Dios haya creado al hombre con una cualidad como la razón siendo ella maligna en su esencia? No lo creo.
Este argumento de la razón como un don divino de Dios, desde luego, no altera la posición del racionalista extremo, quien desecha la existencia de Dios por ser imposible de probar racionalmente. Este racionalista no se inquieta ante esta afirmación de la creación del hombre a semejanza divina pues no acepta esa creación —pero sí debe aceptar necesariamente otro razonamiento.
Si la razón es la única manera de conocer la verdad, entonces debe ser aceptado que ella puede conocer esa verdad de inmediato y sin dudas, ni errores —tanto que el primer ser humano racional debe haber determinado esa verdad con certeza absoluta en su primer acto racional. Habiendo esto sucedido en los albores de la humanidad, ya no existiría necesidad de razonar más pues la verdad sería ya conocida por todos.
Lo anterior, sobra decirlo, no ha sucedido. La razón ha sido usada por los seres humanos, quienes a través del tiempo de su existencia han ido ampliando sus conocimientos y refinándolos —esta trayectoria continúa en el presente con nuevos descubrimientos que confirman o desechan explicaciones anteriores consideradas ya no apegadas a la realidad. Más aún, si la razón fuera suprema no podrían explicarse desavenencias de pensamiento entre dos personas: ambas tendrían que coincidir en lo mismo.
El racionalista que aplica su mentalidad debe reconocer que no disfruta de la posibilidad de determinar la verdad total en un momento determinado y sin errores —más bien lo hace en el tiempo razonando, investigando, analizando y sosteniendo productos de la razón que en su mayoría no son exactos ni absolutos; tiene que reconocer que existen explicaciones mutuamente exclusivas de la verdad. La razón, por su propio ejercicio, se sabe útil e insustituible, pero también sujeta a errores y mejoras futuras.
Un creyente en Dios como autor de la vida estaría en una posición absurda creyendo que la razón, un don divino, es un instrumento por esencia maligno —y también, un racionalista extremo cometería un error de razonamiento creyendo que la razón es omnipotente.
Todo lo anterior me lleva a concluir que las dos posiciones extremas no son racionales ni religiosas —contradicen lo que intentan defender. Y si la rivalidad existe, eso tiene una explicación no sustentada en principios religiosos ni racionales —es una cuestión de inquina y animosidad entre ellos. Unos por defender a la religión atacan un don de Dios y los otros por defender a la razón cometen un error de raciocinio.
Addendum
Conocer la verdad puede ser definido como el tener una total correspondencia entre lo que algo es y lo que la mente entiende que eso es. El problema, por supuesto, radica en cómo determinar el nivel de esa correspondencia.
Por ejemplo, en 1936, el New York Times sostuvo que jamás un cohete podría salir de la atmósfera terrestre; en 1895 un experto científico aseveró que no podrían volar los objetos más pesados que el aire —dos pensamientos que pretendían una correspondencia entre lo expresado y lo real, y que fueron erróneas: su razón se equivocó, como ha sucedido infinidad de veces que han sido posibles de corregir con el uso de la razón sin garantía de dejar de cometer errores.
» Arriba
Gentileza de: ContraPeso.info |
|
|