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Lo único que crece es el riesgo país
por María Zaldivar
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Machismo. Eso es lo que, en el fondo, está impidiendo el lucimiento de la administración de Cristina Kirchner. Porque mientras fue Néstor el presidente, no había inflación, inseguridad, hostigamiento internacional, reclamos sindicales, maestros enojados ni piquete campero. Nada. Todo era crecimiento y bonanza. Los medios no traían más que buenas noticias. Los índices nos sonreían. Las reservas aumentaban. Las exportaciones crecían. Parecía cumplirse la sentencia premonitoria del elector de Néstor; la condena al éxito que pendía sobre Argentina se hacía realidad.
No terminó Cristina de aterrizar en la Rosada y le revolearon nada menos que una valija cargada de dólares y los involucrados, todos hombres, empezaron “¿Yo señor? No señor”. Resultó que había 800.000 dólares que no eran de nadie. Uberti silbó. Chávez hizo un par de chistes y dio vuelta la página. Antonini se tomó una copa en el Salón Blanco con Cristina y Chávez y se volvió a Miami. De Vido compartió el mismo brindis con Cristina, Chávez, Uberti y Antonini (no se tiene precisado qué cosa festejaban) y guardó sepulcral silencio.
Ok, aceptado como más que extraño el hecho de que nadie haya reclamado la nada módica suma de casi un millón de dólares, pero aparte de eso, ¿quién reparó en que los dólares siguen a buen resguardo bajo custodia del Banco Central a diferencia de los millones que los santacruceños le confiaron a Néstor y que siguen con paradero desconocido, tan buscados y desaparecidos como Julio López? ¿Fue la diferencia resaltada a favor de la flamante presidenta, por ejemplo? Como diría su marido, “Minga!”. Nadie tuvo la grandeza de decirlo en voz alta como lo hacemos hoy desde esta columna.
Porque los detractores de la presente administración, que hacen fila para denostar a Cristina poniendo en duda desde su capacidad para gobernar hasta la existencia de su título universitario, nada dicen de su contra-record Guiness en materia de decretos de necesidad y urgencia, gimnasia en la que Néstor fue poco menos que birome veloz. La estadística indica que, a lo largo de 130 años, en el período 1853-1983, se firmaron un total de 25 DNU, mientras que entre 1983 y 2006, en poco más de 22 años la cifra asciende a 955, un promedio de 42 por año. Dentro de tal maratón, Kirchner aportó lo suyo, con un ritmo similar al de Carlos Menem, con perdón de la comparación, en una intensidad de entre 4 y 5 por mes.
Cristina ha repetido casi puchereando y madre al fin, hasta el hartazgo, que nadie resalta su estadística “cero DNU”. No falta el recalcitrante que se pregunta si deberíamos, si hay que felicitar a quien no comete excesos. De última, si el mecanismo es una prerrogativa constitucional, tampoco es para espantarse si se aplica. El problema es la legitimidad de la ocasión; la “necesidad” y la “urgencia” de echar mano de una herramienta que, en la práctica, avanza sobre la función específica del Legislativo. Ni tanto ni tan poco. La idea sería usar pero no abusar. En una de esas, la diferencia entre los cónyuges no radica en el apego a las instituciones sino en la dedicación obsesiva de uno y errática de la otra a la gestión. En una de esas, si Cristina se pasara quince horas en Casa de Gobierno como hacía Kirchner, la cosa sería distinta. ¡Mire cómo venimos a celebrar que la señora llegue a su despacho a media tarde!
El bardo que armaron los chacareros merece un capítulo aparte. Esos sí que son el prototipo del macho argentino. Se le plantaron a Cristina porque, como ella explicó tiempo después, la sorprendieron en su buena fe. Desconocía la fuerza de los intereses que se movían en el sector. Pobre Cristina. Nueva y para colmo, inocente en manos de esos machistas irredentos que le desacomodaron el vergel que le había legado su marido al punto que a seis meses de haber asumido, el país era un caos; desabastecimiento, inflación, cortes de rutas, manifestaciones rurales y cacerolazos urbanos en simultáneo hasta que el Vicepresidente, otro varón, vino a darle a la sufrida Cristina, el golpe de gracia con su voto “no positivo” a las retenciones disparatadamente móviles que había pergeñado el pollo de la presidenta, Martín Lousteau.
Recientemente, la mandataria instruyó a su ministro de Economía que se manotearan reservas del Banco Central para cancelar deuda con el Club de París. Al margen de la diferencia entre lo que reclama la entidad y la suma que reconoce nuestro país, está la imposibilidad expresa por parte del Ejecutivo de disponer de esos fondos y el pésimo negocio de pagar “cash” lo que se podría financiar. Pegadita a la noticia, viene la desconfianza en los mercados traducida rápidamente en un dólar cotizando el alza y el índice del riesgo país que sube sin prisa y sin pausa.
Ahora se han puesto de moda los tiroteos a cielo abierto entre narcotraficantes de peso internacional y la aparición de cadáveres a la vera de las rutas. La sensación de inseguridad se instala entre los habitantes de zonas urbanas densamente pobladas. ¿Será posible tanta chicana a una mandataria?
Le demonizan a su esbirro del control de precios, sostenido más por fiel que por eficiente. Le parten el movimiento sindical. La atacan del exterior, los españoles con informes apocalípticos sobre la economía cercana y Estados Unidos, implicando su gobierno con dineros mal habidos, mal ingresados al país y cuyo dueño parece ser el rey latinoamericano del petróleo, aliado incondicional de Cristina.
Hasta María José Lubertino, mientras brindaba en el mediático casamiento del modisto Roberto Piazza con su novio Walter, se preguntaba indignada "¿qué más le van a inventar los hombres a Cristina Kirchner para hacernos creer que su gestión es un rotundo fracaso?"
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