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El voto inútil
por Oscar Almada
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La teoría del “voto útil”, que tan generalizada está y que frustra las expectativas de los grupos políticos provisoriamente minoritarios, está fundada en la convicción de que sólo interesa, en el momento de los comicios, cuál Lema ha de “ganarlos”, o sea, cuál de los Partidos logrará la mayoría necesaria para que su candidato (único, de acuerdo a las normas hoy vigentes) acceda a la Presidencia de la República. Véase, como primera objeción, que precisamente en la primera vuelta electoral NO se produce aquella situación: ni es seguro que se elija presidente, ni es lo único que se vota, porque también se elige el Parlamento. Por lo tanto, el “razonamiento” expuesto es absolutamente falso. Si la presencia de sólo dos lemas a los que las encuestas le asignan posibilidades de triunfo no tuviera ese irracional efecto subyugante, es probable que la ciudadanía eligiera realmente de acuerdo a su opinión, al partido que mejor lo representa o defiende sus intereses, y no en base a un criterio más conveniente para al acertar el caballo que gana una carrera el domingo.
Este sentido más deportivo que político que maneja mucha gente, parte de una base falsa, pero incorporada en la conciencia colectiva por razones más psicológicas que intelectuales: la de que la elección del Presidente es no sólo lo más importante, sino lo decisivo en materia de administración de la cosa pública. Es un criterio que viene de lejos, desde la época de los grandes caudillos o líderes que acaparaban el poder y las facultades de gobierno. Un concepto virtualmente monárquico, mantenido a pesar de que la monarquía como sistema ha desaparecido prácticamente de las sociedades modernas y sólo es conservado en forma simbólica o con facultades muy retaceadas para el “monarca”.
En los sistemas que rigen las sociedades del presente, el poder y las funciones del Estado están equilibradamente distribuidas entre distintos centros de actividad, entre los cuales el Presidente no es más que el principal de uno de ellos (el Poder Ejecutivo) y debe coordinar y respetar los centros legislativos, judiciales, etc, de acuerdo a las normas de las Constituciones. La necesaria garantía de respeto de los derechos individuales, y la creciente complejidad de la administración estatal, así lo requieren. Por tanto, centrar la atención exclusivamente en la personalidad del candidato a Presidente, si bien es importantísimo, no es excluyente. Y cuando el ciudadano vota, debe pensar simultáneamente si con sólo elegir a un presidente de su gusto, satisfará sus necesidades, o si es necesario algo más, mucho más.
El criterio mencionado lleva, además, a que, con exclusión de las personas que directa y tenazmente están adheridas a un sector determinado, el resto, que suele ser tan numeroso o mayor, vote al mal menor. Yo pienso que si mi voto no fue al ganador, lo habré “desperdiciado”. ¿Por qué? ¿Debo, tengo la obligación, de votar al candidato que parece tener más posibilidades, aunque en mi opinión no sea el mejor o sea directamente malo? ¿Acaso mi voto, aunque no ayudó a elegir presidente, no colaboró con la elección de un senador o un diputado? Si toda la gente hubiese mantenido férreamente ese “criterio”, el Frente Amplio jamás habría accedido al gobierno, porque cuando nació era minoritario y carecía de posibilidades de triunfo. Si logró abrirse paso y llegar finalmente a concitar el apoyo de la mayoría, fue porque ésta, con razón o sin ella, entendió que era necesario y conveniente para el país y para sí misma. Si hubiese aplicado siempre la teoría del “voto útil”, desde el 85 en adelante se habría circunscripto a elegir entre blancos y colorados. Porque la tesis del voto útil o del mal menor lleva directamente a votar en contra de nuestras convicciones. Y es éste, justamente, el voto inútil.
Vamos a poner un ejemplo que es real, que constituye un episodio efectivamente ocurrido hace muy poco tiempo, y del que es protagonista un ciudadano que no es un joven inmaduro, sino un veterano que ha militado toda su vida en política. Dicho ciudadano es uno de los llamados “radicales de izquierda”, y hasta ahora, pertenecía al sector de la “Corriente de Izquierda” que lidera el Sr. Sarthou, y que se ha unido o está en vías de hacerlo con el 26 de Marzo, grupo que se ha desvinculado del Frente Amplio, por considerar que éste ha traicionado los principios y los programas de la izquierda y que se ha hecho cómplice de la oligarquía. Nada menos. Preguntado este ciudadano, por un amigo, si entonces eso lo llevaría a NO votar el año que viene al FA, respondió que no, que lo seguiría votando, porque para él sería “el mal menor” y que mucho peor sería que ganaran los blancos (sic). Su interlocutor le objetó entonces que de esta manera su voto iría al sector que en su opinión ha traicionado los principios y propósitos de la izquierda, que son los suyos y lo han sido siempre, y que lo que le correspondía, en su opinión, era votar precisamente la opción electoral que integrarán el 26M, la CI y otros sectores de la izquierda radical, y no a sus traidores. (Debe aclararse que el referido interlocutor NO es en absoluto de esa línea y probablemente votará al P. Colorado). Sin embargo, el viejo militante de izquierda, toda la vida en minoría, ha sido ahora infectado por el virus del “voto útil” y a pesar de todo, abandonará sus viejas y profundas convicciones y votará a quienes considera traidores de su causa.
La adhesión al “criterio” del voto útil, o del mal menor, pues, conduce a que el ciudadano no vote por sí, sino por lo que los demás le dictan. Va donde va Vicente, según decía el viejo y socarrón refrán. No vota a esta o aquella minoría porque otros, la mayoría, no la votan. Encierran a ellas en un círculo literalmente vicioso: no tienen votos porque la mayoría no las apoya, y la mayoría no las apoya porque no tienen votos. Ignora el principio fundamental, que por otra parte comparte todos los días de su vida en lo cotidiano, de que la mayoría confiere las funciones de gobernar pero no concede necesariamente razón. La mayoría manda pero no es dueña de la razón. Precisamente para proteger a los ciudadanos que conforman la minoría, y para defender los principios de la sana lógica, es que todo sistema (democrático) de gobierno contiene las facultades y los controles, los pesos y los contrapesos, los derechos y las garantías. El voto a quién el ciudadano NO considera el mejor, sino el que probablemente lleve más, es precisamente el voto inútil por antonomasia. Yo soy capaz de pelear, de levantarme en armas, o de sacrificar a mi familia y a mi vida privada, para defender la libertad de sufragio. Pero cuando la tengo, no la ejerzo, sino que me dejo influir directamente por una presunta mayoría......
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