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Año I - Nº 52 - Uruguay, 14 de noviembre del 2003

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VALENTINA

Continuando con la serie semanal y haciéndolo en forma cronológica, hoy les contaré la historia del poema "Valentina".

Pasaron casi cinco años desde "Noche de Verano" mi anterior poema, hasta este.
Un acontecimiento que lo califico de "milagroso", porque el dar vida a un nuevo ser, a un hijo, no amerita otro calificativo, fue lo que hizo que mis manos volvieran e escuchar a mi corazón y retomaran el camino de las letras.
Era abril, cuando la naturaleza comienza su larga siesta, que nos enteramos que nuestra ilusión se había materializado. Nueve meses de espera para que el fruto madurase y pudiera afrontar las tempestades de este mundo.
Gracias a la ciencia, la espera y la intriga se suavizan con la posibilidad que ofrecen las ecografías. Muy temprano, en su forma más simple, ya nos permite percibir los latidos de "este sueño".
Llegó el día de la ecografía que nos revelaría el sexo de nuestro bebé. Hasta ahora la gama de ilusiones y nombres se multiplicaba por dos y la ansiedad era cada vez mayor. Fue setiembre, al despertar de la naturaleza, cuando se abren los capullos, cuando vimos que nuestro capullo era color rosa.
Esa noche, fue distinta a todas, mi pecho agitado de emoción, canalizó su sentir a mis dedos y surgió este poema entre lágrimas de felicidad.

Valentina

Esperando estabas, que nuestros dubitativos
corazones por fin se decidieran a encarnar su amor.
Fue en el gozo del primer momento,
como en la confirmación del milagro,
cuando se mezcló el cristal líquido de nuestros ojos.
Bendita ciencia que anticipa, a tan impacientes escultores,
el ritmo de vida que escuchamos
aquella tarde de otoño.
La expectativa sobre tu sexo fue creciendo,
y los planes por dos se multiplicaban,
hasta que "nena" se escuchó de boca del profesional.
A coro repetimos: ¡Valentina!, que significa valiente,
y del asombro no podíamos salir,
al ver por aquella ventana el milagro en movimiento.
Seguro estoy, que la mejor savia te alimenta,
ya que si de amor se trata,
Ella no conoce límites.
Inimaginable son las fuerzas que me proporciona tu ser,
y aunque el río embravecido está,
no habrá tormenta que no podamos superar.
Ansiamos el calor del verano que a las frutas madura,
para que dejes el acogedor lecho materno,
y podamos acunarte en nuestros brazos.
A Dios pido la sabiduría para esculpir,
este diamante en bruto,
y la salud para poder verlo brillar.
Eternas podrían ser las líneas de este poema,
ya que eterno es el sentimiento que las motivan,
por eso solo sigue ... te amo hija mía.

Jorge Arbuet