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Sobre la UNASUR y la OEA
por Marcelo Ostria Trigo (Perfil)
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La Unión de Naciones Sudamericanas, UNASUR, conformada por Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Suriname, Uruguay y Venezuela, comenzó su accionar aun antes de que su tratado de constitución entre formalmente en vigor. Con inusual celeridad, los presidentes de los países miembros se reunieron, convocados por la Presidenta Pro-témpore, Michelle Bachelet, para considerar la crisis política interna de Bolivia. En pocas horas aprobó una declaración de respaldo a Evo Morales y a su gobierno –no a la democracia vulnerada por el oficialismo boliviano-, y la entusiasta presidenta designó emisarios parcializados, como un extremista argentino, para “investigar” los graves enfrentamientos en el departamento de Pando, Bolivia.
Esta intervención de la UNASUR crea interrogantes sobre su verdadero papel en el continente. Es que ha sobrepasado su objetivo central de construir “un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías”.
En el nuevo organismo internacional predominan gobiernos de izquierda, en toda su variedad. Hay radicales, como los que militan en el “socialismo del siglo XXI” inventado para la “revolución bolivariana” del mesiánico Chávez; los del rústico populismo racista de Evo Morales; el gobierno conyugal de los Kirchner, siempre en busca de los salvadores petrodólares de Chávez; el torvo y provocador Correa y el “tercermundista” paraguayo. Otros muestran una izquierda moderada: el gobierno del presidente Lula, empeñado en consolidar el liderazgo regional y “fortalecer su interlocución con los Estados Unidos”; el gobierno de la ya deteriorada “concertación” de Chile, cuya mandataria se refugia ahora como presidenta Pro-témpore de la UNASUR y el cauteloso gobierno uruguayo de izquierda de Tabaré Vásquez, con problemas en el seno del MERCOSUR y que sufre el acoso desleal y agresivo del “kircherismo” argentino. Por el otro lado, sólo quedan en la región los gobiernos democráticos del Perú y de Colombia. Como organización sudamericana quedan fuera los países de América Central y del Caribe y México, Estados Unidos y Canadá.
En un esclarecedor artículo, el columnista argentino, Emilio J. Cárdenas, dice: “UNASUR es un nuevo esquema de integración regional, nacido en mayo de este año (2008), destinado fundamentalmente a tratar de “achicar” el ámbito del diálogo exterior en nuestra región...”. “Esto a riesgo de dotar (como ha sucedido) a Venezuela con una “caja de resonancia” que hasta ahora no tenía, desde que su patológico líder, Hugo Chávez, corría siempre el riesgo cierto de tener que enfrentarse, de pronto, con un muy merecido ‘¿por qué no te callas?’”. “UNASUR –añade- debe ser vista entonces como lo que es: el púlpito grande desde el cual se predicará y defenderá -incansablemente y con todos los recursos financieros de la región- la ideología hoy prevaleciente en la izquierda latinoamericana, con sus “matices” ciertamente, pero también con sus muchos ‘denominadores comunes’”.
Se sospecha que en la UNASUR hay otra intención oculta: la división institucional, dejando aislada a la Organización de los Estados Americanos (OEA), pese a que su creación, pese a errores y carencias, fue uno de los méritos continentales, destacando su objetivo de “promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención”. Hubo otro logro igualmente trascendental: la aprobación de la Carta Democrática Interamericana que, con acierto establece: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”. Lamentablemente ésta permanece en el olvido por obra de los populistas de la izquierda hemisférica.
No se objetan las organizaciones subregionales. De hecho las hay, como la Comunidad Andina de Naciones y el MERCOSUR. Si la UNASUR cumpliera con sus objetivos, sin usurpar los que le corresponde a la OEA, bienvenida; pero debe alarmar si tiene el propósito de anular otros esfuerzos institucionales para la solución de las crisis que ponen en peligro la democracia.
Lo insólito el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, se unió a la acción de la UNASUR que pretende dejar de lado a una buena parte de los miembros de la OEA. No vacila en participar en esta conspiración institucional en desmedro del organismo que lo eligió como su secretario general. La conducta inconsecuente de este Insulza muestra una sumisión abyecta a Chávez que lo llenó de insultos, pero que materialmente puede ayudarle después, en su eventual candidatura presidencial.
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