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Año V Nro. 342 - Uruguay, 12 de junio del 2009
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Una seña de los tiempos: General Motors (GM), la empresa estadounidense, que por un siglo dominó el mercado automotriz mundial, se declaró en quiebra el 1 de junio. El hecho marca un hito histórico. El hasta hace poco mayor fabricante automotriz norteamericano (superado en 2008 por Toyota), se estrelló contra la tormenta perfecta y fue agobiado por la crisis económica que estalló en 2007. Por lo pronto, el gobierno de Estados Unidos y la empresa se desviven por minimizar las consecuencias. Dicen que la compañía hará las reformas necesarias para volver reforzada al mercado. Semejante optimismo es cuestionable. La tormenta perfecta GM se estrelló contra la tormenta perfecta: la baja de valores del mercado inmobiliario, producto del colapso del mercado subprime, redujo el crédito bancario. El precio del barril de petróleo llegó bordear los 150 dólares. Y, claro, los consumidores en estampida buscaron modelos de menor consumo de combustible. Algo que no era el fuerte de los vehículos GM. La compra de autos cayó en 2008 en 35 por ciento. Esto en pleno proceso de reestructuración industrial que, en el curso de cuatro años, costaron a la empresa 80 mil millones de dólares. Las cifras hablan por si solas: la compañía tiene activos por unos 82 mil millones de dólares mientras sus deudas alcanzan a los 172 mil millones de dólares. La única posibilidad de impedir su desaparición era recurrir al gobierno. No faltan estadounidenses que exigen que GM sea abandonada a su suerte. Señalan que si no es capaz de competir no hay razón por la cual los contribuyentes deban rescatarla. La caída de GM, mirada desde una perspectiva histórica, es un hecho trascendental que va mucho más allá de su impacto industrial. La compañía emplea casi a un cuarto millón de personas. Y hasta hace algunas décadas se solía decir: “Lo que es bueno para GM es bueno para Estados Unidos”. Más tarde la presuntuosa afirmación, de uno de sus presidentes, fue ampliada: “cuando estornuda GM Estados Unidos se engripa”. La pregunta hoy es: “Cuando GM está con pulmonía ¿qué le pasa a Estados Unidos?” La quiebra de GM es emblemática de un modelo de sociedad consumista en crisis. Los grandes vehículos como los Sport Utility Vehicles (SUV) junto a una variedad de 4 x4 son grandes tragadores bencina y emisores de CO2 y otros gases contaminantes. Casi todos los estadounidenses con edad para conducir disponen de su auto. De cada 1000 conductores potenciales 981 están motorizados. Es, por lejos, el porcentaje más alto del mundo. La lamentable planificación urbana, con extensos suburbios y pobre transporte público, hacen que el auto a menudo sea indispensable. Los malls (centros comerciales) y los discount outlets son, en la práctica, islas rodeadas de enormes estacionamiento. Es un estilo de vida y de consumo copiado por muchos países. Un modelo que hace agua porque no es sustentable de un punto de vista energético y medioambiental. La planificación urbana, como ocurre en Europa, vela por mantener a raya la expansión de las ciudades. Los planos reguladores son estrictos y no hay blanqueos periódicos. Obama Motors Estados Unidos emite una cuarta parte del CO2 a nivel mundial y la reducción pasa, entre otras cosas, por transformar a las automotrices en industrias eficientes y responsables ante el medioambiente. Es un viraje difícil y costoso pero hoy el presidente Barack Obama tiene, en forma excepcional, la posibilidad de hacerlo. En estos momentos, luego de las ayudas otorgadas, el gobierno federal contará con más de 60 por ciento del paquete accionario de GM. Algunos ya hablan con ironía de “Obama Motors”. Los norteamericanos, como el resto del mundo, deberán adaptarse en forma gradual a prescindir de los combustibles fósiles. Los precios del petróleo, ya se sabe, asemejan en los últimos tiempos a una montaña rusa. Pero no hay que equivocarse, como lo hizo GM, pues en el mediano plazo la tendencia será al alza. A ello habrá que sumar los costos que ya se perfilan para todas las fuentes emisoras de CO2. Las empresas exitosas serán aquellas capaces de entrar a los nuevos tiempos post petróleo. Una señal es el auge del ferrocarril eléctrico: Obama ya ha anunciado inversiones para la construcción de trenes rápidos. ¿El siglo del petróleo? En concreto ofrece 13 mil millones de dólares para los próximos cinco años. Se queda corto pues Francia está duplicando su red ferroviaria, de 2.000 a 4.000 kilómetros, para 2020. España se ha fijado el objetivo de que el 90 por ciento de los españoles no esté a más de 50 kilómetros de alguna estación por la cual circulan los trenes de alta velocidad. Los nueve países de la Unión Europea, que operan trenes que viajan a más de 300 kilómetros por hora, han considerado inversiones por 200 mil millones de euros para la próxima década. Así triplicarán sus redes de cinco a quince mil kilómetros. El propósito es reducir el uso de aviones y automóviles y así bajar las emisiones. Es posible que la quiebra de GM quede como uno de los hitos del ocaso de la preeminencia del automóvil. Podría ser un hecho emblemático del comienzo del fin del siglo del petróleo.
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