¿Crisis del capitalismo?
por Axel Kaiser
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Políticos e intelectuales progresistas insisten en que la crisis actual tiene su origen en la codicia, la desregulación y en fuerzas autodestructivas inherentes al capitalismo. Estas ideas no resisten análisis a la luz de la evidencia disponible. Según un informe elaborado recientemente por Luc Laeven y Fabian Valencia, ambos economistas del FMI, de 1970 a 2007 ha habido 124 crisis financieras en el mundo, todas con consecuencias devastadoras para los países en que ocurrieron. Sin embargo, en ninguna de las 123 crisis anteriores se había generado tal nivel de ideologización anticapitalista. En efecto, nadie habló del “fin del capitalismo” ni del “neoliberalismo salvaje” o de “la codicia” en las crisis argentinas (1980,1989, 1995, 2001) ni en las de Brasil (1990, 1994) ni en la de Japón (1997), ni en la de Rusia (1998) o las de Finlandia y Noruega (1991) por mencionar algunas. La diferencia de la crisis actual no es una de naturaleza sino de envergadura. Esta vez le tocó a la economía más importante del planeta, eso es todo. Y a diferencia de lo que se diga por los nostálgicos del Estado, la causa de esta catástrofe financiera fue esencialmente una combinación entre políticas públicas y macroeconómicas lamentables. No fue ni la codicia - culparla de la actual crisis es tan falaz como culpar a la fuerza de gravedad del avión que cayó sobre el río Hudson – ni la desregulación. Baste tener presente que desde los tiempos de Reagan a los de Bush hijo, la regulación en Estados Unidos, sistema financiero incluido, aumentó de 55.500 folios a 75.500 folios, que el presupuesto para el mismo efecto se duplicó alcanzando los 3 mil millones de dólares anuales en 2007 y que mientras se incubaba el cataclismo más de 30.000 funcionarios públicos trabajaban a tiempo completo fiscalizando el sistema financiero.
La verdad en materia de regulaciones es bastante menos conveniente para el discurso progresista que la supuesta desregulación neoliberal. Esta comienza en 1977 bajo la presidencia del demócrata Jimmy Carter. Ese año, en nombre de la “no discriminación crediticia”, se aprobó la llamada Community Reinvestment Act (CRA). Su objetivo fue presionar a los bancos para que otorgaran créditos hipotecarios a personas de escasos recursos, especialmente a minorías étnicas asentadas en las comunidades en que éstos operaban. La CRA fue modificada en 1995 estableciendo una serie de sanciones para aquellos bancos que tuvieran bajo puntaje en su cumplimiento, entre las cuales se encontraban prohibiciones de fusión y dificultades en la apertura de nuevas sucursales.
En 1992, siguiendo idéntica retórica igualitarista, el congreso norteamericano dispuso que las semi estatales Fannie Mae y Freddie Mac, las dos hipotecarias más grandes del país, ingresaran al mercado sub prime. Poco tiempo después, en 1996, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) exigió a Fannie y Freddie que al menos un 12% del total de sus hipotecas correspondieran a “préstamos especiales” -“special affordable loans”- que beneficiaran a personas cuyo ingreso era inferior a un 60% del promedio del ingreso de sus comunidades. Esa exigencia fue aumentada a un 20% en 2000 y luego a un 22% en 2005. Así fue como entre ambas instituciones llegaron a cubrir casi el 50% del mercado hipotecario de alto riesgo en Estados Unidos. Esta descomunal expansión crediticia contó con el aval implícito del Tesoro norteamericano, permitiendo a ambas instituciones captar billones de dólares del sistema financiero.
Pero la responsabilidad de políticos y burócratas no termina ahí. El gobierno de Bush, que partió con un superávit de 115 mil millones dólares, aumentó el gasto público dramáticamente legando un déficit de 1,8 billones de dólares a la administración Obama. Ese derroche fiscal se combinó con la fatal decisión de la Reserva Federal de bajar las tasas de interés de 6,5% a 1% en cuatro años inundando el mercado con la liquidez que hizo posible la burbuja inmobiliaria. Por eso Ángela Merkel, la voz más sensata de los líderes occidentales en estos tiempos, no dudó en afirmar en una entrevista dada a fines de marzo de este año al Financial Times, que los principales responsables de la crisis habían sido el gobierno norteamericano y la FED al haber inyectado dinero barato en el sistema financiero para impulsar “artificialmente la economía”.
¿Puede entonces decirse realmente que esta es una crisis causada por fuerzas propias del capitalismo? Si dejamos de lado los prejuicios ideológicos y nos basamos en la evidencia, la respuesta es claramente negativa. Tal como concluyeron Laeven y Valencia respecto a gran parte de las crisis analizadas, en este caso fueron burócratas por medio de políticas públicas y macroeconómicas irresponsables, una vez más, los principales responsables del desastre.
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Fuente: Democracia y Mercado |
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