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Año V Nro. 338 - Uruguay, 15 de mayo del 2009   
 
 
 
 
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Visión Marítima

 
Gabriela Pousa

La orfandad y el desinterés
social por la política

por Gabriela Pousa

 
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         “Finalmente no habrá elecciones legislativas”- imagino, de pronto, ese titular encabezando las portadas de los medios, y me pregunto si acaso a los argentinos reaccionaríamos ante ello.

         Confieso: no tengo un 100% de certeza a la hora de pensar una respuesta. Y es que observo una sociedad que se mueve por andariveles sustancialmente diferentes a los que utiliza la dirigencia, y no sólo la política.

         Los sindicalistas pelean por sus propios intereses, algunos empresarios pretenden disimular la obsecuencia hacia un poder que aunque parece agotado, no termina de definir su desenlace en este escenario de peculiaridades a granel. Hay quienes no dudan en elevar su voz crítica hacia un “modelo” que nos conduce al destierro del progreso. Saben que no hay forma de explicar que, un título bibliográfico, pergeñado 25 años atrás, esté ‘de moda’ en este ahora.

         Preclara se alzó la voz de Cristiano Rattazzi al sostener que: “mientras Brasil demanda autos, acá estamos lidiando para poder importar tornillos”. No hace falta aclarar más nada.

         “Vivir con lo nuestro” apenas puede tornarse real, si se entiende por ello la forma mendaz que tiene el gobierno de vivir del pueblo, de sus ganancias o de su encierro si asumimos que el asistencialismo es un sistema que convierte al ciudadano en rehén, despojándolo del más elemental de sus derechos: el ser.

         En este esquema, la clase media está preocupada por la cuota de los colegios o por las necesidades que presentan, día a día, los chicos al crecer: médicos, abrigo, salidas, ¡los peligros que entrañan las mismas!; el alcohol, la droga, la violencia…

         Si acaso superaron la adolescencia, cada vez más duradera, la mente estará puesta en la salida laboral, el techo que cobije la familia que han de constituir, el bienestar que puedan cosechar, o quizás las mínimas condiciones que les propicie cierta calidad de vida. En este contexto, los padres no dejan de ser padres aunque devengan abuelos, o los “chicos” les saquen una cabeza de altura, y no “dependan” más de ellos dada la mayoría de edad que delata el documento.

         Asimismo, las clases marginadas, sumidas en la ignorancia que da el ser esclavos de la dádiva para poder hacer frente a las necesidades básicas o ni siquiera, centran su preocupación en la changa del día, o en la comida que deben buscar en el comedor escolar o en la parroquía más cercana. En este contexto, 100 pesos que puedan conseguir por asistir a una marcha es visto como un “regalo del cielo”. Son ya asistidos perpetuos.

         No es justo señalarlos con el dedo cuando a esa desidia se la analiza desde una vivienda digna, con la heladera llena e Internet pago al día. Lo cierto es que, los sectores marginales están abocados, ya no a salir de su pobreza, sino a buscar una y mil maneras de “zafar” de sus consecuencias: la maldición del paco, la delincuencia que merodea las villas, las pestes foráneas o caseras, las persecuciones de punteros políticos buscando usarlos como marionetas, etc., etc.

         Más “arriba”, las preocupaciones, aunque acarreen también problemas porque, mal o bien, la salud se afecta; atienden los vaivenes de los mercados, las cuotas de las prepagas, las actividades en los countries de ese “otro” conurbano donde, sin duda, el oficialismo no saca ni un voto. Se ocupan de las inversiones -no en actividades productivas por la simple razón de que carecemos de seguridad jurídica- sino de los espacios donde situarlas para que no puedan ser alcanzados por la rapiña de un Estado manoseado.

         Tampoco escapan a sus intereses los avances de la ciencia y la tecnología. Ahora bien, condenar el cuidado de lo que legalmente se ha ganado o heredado, no puede recibir condena aunque es dable aceptar que la realidad queda disminuida y, consecuentemente, desvirtuada como tal. Se pasa a vivir en un microclima.

         El vademécum de esos individuos, llamado por Pascal Bruckner entre otros, los “nuevos nómades planetarios” incluye el celular al alcance de la mano, la notebook para vivir conectados, e infiere la creencia de que el mundo está a su alcance porque la miniaturización de la tecnología lo reduce todo al tamaño de un botón que consigue maravillas con sólo apretarlo.

         “El triunfo de lo micro, les confiere tamaño de titanes”, y habilitan muchas veces delirios de grandeza insospechados. Hasta las puertas del supermercado se abren ante nosotros como si nuestra conciencia gobernara sobre ellas.

         Sin embargo, la tecnología supera, y ante sus deficiencias contamos con un recurso inexpugnable: la sustitución. Todo parece entonces reciclable. Lo posible se vuelve deseable, lo desable necesario. Y en esa posesión se concentra la mente y las fuerzas de quienes ocupan lo que se diera en llamar las “clases altas” o “pudientes”.

         Suponen así que, si quieren otro gobierno, lo tendrán sin necesidad de involucrarse. Retrasmiten e-mails con opiniones que coinciden con sus lineamientos personales pero de allí a comprometerse hay pasos abismales.

         Es posible hallar entre estos últimos, grupos interesados en cambiar el caos actual con otras autoridades que permitan adoptar modelos económicos más propensos al desarrollo que al intervencionismo de los mercados.

         En ese microclima se especula con la caída de los Kirchner tras los comicios, el advenimiento de algo menos “terrorífico”, y ciertamente, tienen argumentos para sostener esos deseos. Le ponen nombre y apellido a sus “salvadores” pero ni se inmutan en averiguar qué están haciendo aquellos o sin son verdaderamente buenos.

         Ahora bien, enceguecerse en la creencia de que éstos desvelos pasen a ser los escenarios de corto o mediano plazo es peligroso porque, como estamos exponiendo, hay otra Argentina que -aunque harta también de la porfía de la actual dirigencia- tiene diferentes tiempos y reacciones desconocidas.

         Viven en las antípodas. Unos son perseguidores de utopías, otros son perseguidos por la realidad misma.

         Este esbozo de preocupaciones disímiles entre argentinos, explica los cuarenta y pico puntos de rating de Marcelo Tinelli por ejemplo. Nos divide, nos cercena. Nos obliga a ser actores con diferentes roles en el juego que propone el poder político.

         En esta etapa proselitista donde todo es negociado y especulación en el armado de listas, los pobres son elenco secundario afanoso de movilizaciones que le permitan “ganarse” el sandwich del mediodía, y los demás no están ni en el ideal cívico que preconizaba el joven Hegel al hablar del soldado que trabaja, o del trabajador que hace la guerra. Esos paradigmas hoy sólo atraen a Néstor y a Cristina.

         El entretenimiento y la cultura del ocio vence, y seduce a los sectores más adinerados y capacitados. De ese modo hacen caso omiso a los discursos bélicos del oficialismo, a lo sumo se horrorizan en sus distintas agonías. Se cansan de la política, están hartos de las amenazas. Para todo cuentan con su propia filosofía, proponen soluciones a los problemas perentorios en mesas de café o en piponas comidas pero siempre lejos del compromiso intrínseco que requiere esa deseada “nueva política“.

         Ante ellos, los planificadores de la insurrección terminan convirtiéndose en una suerte de animadores, figuritas de distracción. En ese marco se erigen los D’Elía, los Moyano, los Barrionuevo y otros tantos que, mediante actos bárbaros arman un show de una simple elección legislativa.

         Néstor Kirchner es el cómico oficial, y el resto bufones funcionales a su comedia en tanto no presenten conductas muy distintas.

         Por el contrario, los marginales usufructúan el caos que se les anuncia y marchan tras esa prédica por la tajada diaria. Pese a ello, y aunque en distintos planos, tampoco se adentran en la cosa política para modificar el escenario. No pueden hacerlo.

         De alguna manera, ambos sectores tan distintos en apariencia, tienen un denominador común: escapan al compromiso ciudadano y desdeñan el quehacer político concreto, el esfuerzo. Se entregan a lo que hay a pesar…, y sueñan con un país distinto para sus hijos.

         Viven y sufren de diferente forma la política pero quedan fuera de los planes de ésta. Así es como, la misma sigue nutriéndose de caras repetidas, de males conocidos, de reiteradas metodologías, y aunque el tiempo pase estamos siempre en la misma disyuntiva: votar al menos malo de la película.

         El pueblo argentino está huérfano. La “oposición” no termina de convertirse en alternativa. “Rosquean”, se pelean por los lugares de las listas, no definen, aguardan que lo haga el contrincante para ver qué provecho sacar y si pueden opacar a los protagonistas que las luces de neón remarcan en la marquesina del teatro situado en la otra vereda.

         No encuentran o no saben cómo buscar gente limpia. Apelan a la victimización. Esperan el último segundo para que sea menor el tiempo destinado a la campaña sucia.

         En definitiva, no hallan espectadores interesados realmente en sus libretos y guiones. Estos ya no tienen un ápice de creatividad, repiten las consignas incumplidas. Hartaron.

         De allí que si mañana se leyera en las portadas de los diarios que, “finalmente no habrá elecciones legislativas”, pocos mostrarían sorpresa, reacciones concretas, y los más -quizás con tristeza excesiva-, sentirán que están sacándose un peso de encima.

         Si acaso no lo confiesan es porque es “políticamente incorrecto” sostenerlo, máxime de esta manera, sin anestesia.

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Fuente: Perspectivas Políticas

 
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