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La factura de Catamarca
por Carlos Malamud
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Catamarca es una pequeña provincia del noroeste argentino, con menos de 400.000 habitantes. El domingo 8 se celebraron unas elecciones provinciales que debían haber tenido escasa repercusión nacional. A partir del momento en que el ex presidente Néstor Kirchner se sintió obligado a desplazarse hasta allí para cerrar la campaña e intentar dar un vuelco en lo que parecía una más que segura derrota del peronismo ocurrió todo lo contrario.
Previamente serían necesarias un par de consideraciones sobre la política provincial. Catamarca está gobernada desde 1991 por el radicalismo y desde 2003 por Eduardo Brizuela del Moral, reelecto en 2007 en alianza con el kirchnerismo. Brizuela fue un claro exponente del radicalismo-K, los radicales disidentes que abandonaron el tronco centenario del partido para apoyar el proyecto transversal de Kirchner: una amplia coalición de centro izquierda. Este proyecto saltó definitivamente por los aires cuando el vicepresidente Julio César Cobos votó en el Senado contra del gobierno nacional en el prolongado conflicto que lo enfrentaba al campo argentino.
Brizuela del Moral siguió los pasos de Cobos y retiró su apoyo al matrimonio presidencial. Bajo los criterios del todo o nada, del blanco negro, con los que operan políticamente los Kirchner, la desafección del radicalismo K se convirtió en traición y Cobos de gran aliado en su mayor enemigo. Desde entonces se le retiró el pan y la sal y gracias a los continuos desplantes a los que fue sometido su figura se ha reforzado como una de las principales alternativas para 2011, fecha del relevo presidencial.
Catamarca es una suerte de imagen invertida de la política nacional. Mientras en Buenos Aires el gobierno central está presidido por una peronista, el vicepresidente es un radical K, a quien un día sí y otro también se le pide la renuncia y su alejamiento del poder, algo a lo que Cobos se resiste. En Catamarca se da la situación inversa. Brizuela, ex radical K, tiene una vicegobernadora peronista, Lucía Corpacci, de ciega obediencia kirchnerista, que también se resiste a abandonar su cargo.
Estas elecciones para renovar el parlamento provincial tenían una mínima influencia nacional. En el largo camino hacia las elecciones parlamentarias del próximo octubre, que pondrán a prueba la capacidad de movilización del kirchnerismo y su futuro político sólo eran una nota a pié de página, de escaso contenido simbólico. El único morbo estaba en el enfrentamiento entre el oficialista (en términos locales) Frente Cívico y Social y el opositor, peronista y kirchnerista Frente para la Victoria.
Esta contienda replicaba en Catamarca, a través de sus representantes provinciales, la disputa entre Kirchner y Cobos.El problema surgió cuando Kirchner confundió los molinos de viento con gigantes y olvidando las lecciones del Quijote arremetió contra sus enemigos irreconciliables. Como ocurrió con el ingenioso caballero, la tunda recibida también fue brutal. No sólo por la derrota electoral, de casi 10 puntos, sino también por los mecanismos políticos utilizados para ganar la elección: desembarco de ministros nacionales, comenzando por la hermana Alicia Kirchner, promesas de movilización de ingentes recursos del presupuesto estatal, utilización de métodos clientelares para movilizar al electorado. Sin embargo, éste no fue el peor error de Kirchner.
Junto a su implicación personal en la contienda, en su vano intento de nacionalizarla, reduciéndola a un combate con el vicepresidente, su mayor equivocación residió en su política de alianzas, al optar por dos personajes corruptos y claros símbolos del caudillismo provincial más desacreditado. Si bien Catamarca es una provincia pequeña en tamaño no lo es en la existencia de prohombres y familias políticas corruptas. Ante la débil implantación del kirchnerismo, el ex presidente optó por una candidatura peronista unificada, a la que llamó al sindicalista Luis Barrionuevo y al senador y ex gobernador Ramón Saadi, otrora muy relacionados con Carlos Menem. Aquí valdría la pena recordar el peso que el antimenemismo tuvo en el discurso político kirchnerista y que los años 90 fueron equiparados con todo lo malo, con aquello que debía evitarse a toda costa si no se quería conducir nuevamente a la Argentina por la senda del deterioro y el fracaso.
En una muestra de malabarismo político Kirchner abandonó todos sus principios, dejó atrás sus devaneos con la izquierda y apostó por lo seguro, la candidatura única del peronismo, aunque en su peor versión. Su idea de nacionalizar el comicio se volvió en su contra y ahora debe cargar, por más que se resista a reconocerlo, con el peso de la derrota. En los días previos a la elección ya se vio como sus aliados lo dejaban sólo y tendían a responsabilizarlo del más que seguro fracaso.
En condiciones normales la repercusión de la derrota sólo hubiera tenido escasa trascendencia, pese a la implicación personal de Kirchner. Ahora bien, con las elecciones nacionales del próximo octubre a la vista, donde se juega el futuro político y presidencial del matrimonio, su impacto es brutal. Cada vez está más claro que el ex presidente deberá presentarse como cabeza de lista por la provincia de Buenos Aires si quiere mantener vivas sus opciones. Pero también está claro que el partido peronista, tan cainita y tan dependiente del éxito electoral, se cuestione mantenerse encolumnado detrás de su liderazgo. Los movimientos del ex presidente Eduardo Duhalde, del ex gobernador Felipe Solá y del empresario y diputado nacional Francisco de Narváez conducen a construir una alternativa peronista y bonaerense al kirchnerismo. En Santa Fe, el ex gobernador Carlos Reutemann ya ha tomado distancia del poder presidencial, con la intención de constituirse en alternativa de cara a 2011. Y podríamos seguir con una larga lista.
De aquí a octubre se vivirán acontecimientos de creciente intensidad. Si los distintos frentes opositores, el del peronismo (centro derecha) y el radical y socialista (centro izquierda), logran articularse los nervios aumentarán. Y con ellos los errores políticos de quienes, como los Kirchner, perciben de una manera cada vez más dramática que el viento ya no sopla a su favor y que la cuenta regresiva que ponga fin a su dominio de ocho años ya puede haber comenzado.
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