Ingenuidad en Exceso
Tampoco son ángeles
por Eduardo García Gaspar
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El clisé aceptado es considerar que los empresarios, todos, son personas interesadas en su propio bienestar y nada más. Todo lo que los mueve es tener beneficios propios. El problema de pensar esto no es que sea una mentira total, sino creer que el resto de los humanos no son así.
Significaría que los no-empresarios están llenos de actitudes altruistas, que pasan su vida pensando hacer el bien y carecen de egoísmo. ¿Son los empresarios los únicos egoístas que existen? Desde luego que no. Pero creerlo es común.
Tome a los gobernantes y pregúntese si ellos no son egoístas también. El egoísmo no es un rasgo único del empresario. Es de todos los humanos. Se encuentra en trabajadores, ejecutivos, niños, gobernantes, accionistas, amas de casa, profesores, científicos, todos. Darse cuenta de esto es un gran adelanto.
Pensemos en el empresario: él intenta tener la utilidad máxima posible dentro del medio ambiente que le rodea. ¿Es el empresario el único en el mundo que tiene esa intención de maximizar su beneficio? La verdad es que todos tenemos esa intención, todos. Y esto incluye a los gobernantes.
Ellos no son la excepción a ese rasgo humano de búsqueda de beneficios propios. Si el empresario busca más utilidades, y los trabajadores más ingresos, los gobernantes buscan más poder. No es difícil de entender. Si los empresarios dicen que comprando sus productos usted vivirá mejor, eso mismo dicen los gobernantes: con ellos en el poder usted tendrá mayor bienestar.
Es la escuela del Public Choice: los gobernantes también tienen intereses personales y usarán, como el resto de nosotros, los medios a su alcance para mejorar su posición personal. Los políticos no son la excepción, son la confirmación de la regla.
Si los empresarios buscan elevar sus ventas, los gobernantes buscan elevar sus ingresos y subir en el escalafón de la burocracia. Los ingresos de los empresarios y los trabajadores vienen de lo que ellos son capaces de vender persuadiendo a los consumidores. Los gobernantes tienen ingresos que vienen de los impuestos que son cobrados por la fuerza.
Avanzar, para un político, es tener más poder, cada vez más y parte del lograrlo es tener un presupuesto mayor, cada vez más grande. No es algo que no se sepa, pero sí es algo que poco se reconoce, lo que ocasiona que el ciudadano se comporte ingenuamente frente al gobierno: desconfía del empresario porque se le ha dicho que es un egoísta y tiende a confiar ciegamente en el gobernante porque se le ha convencido de que es un servidor público.
Es un problema de ingenuidad que se resuelve con sencillez. Basta pensar en una realidad: el político es humano, como cualquiera de nosotros, y está sujeto a las mismas debilidades, pasiones e intereses.
No hay razón alguna que justifique que pueda confiarse más en un gobernante que en cualquiera de nosotros. Es más, hay muchas razones por las que debe confiarse menos en un político que en otro ser humano: suele tener más poder y dinero que nosotros (sí, incluyendo a Gates, Slim, Buffet y el resto).
El problema no es en sí mismo el interés propio que las personas tienen. El problema es cómo volverlo una fuerza positiva y evitar sus consecuencias negativas. Existen leyes, existen reglas morales, que tratan de hacer eso. Pero también existen formas muy prácticas de lograrlo.
Sabemos, por ejemplo, que la mejor manera de sublimar el interés del empresario es colocarlo en una situación de competencia con otros empresarios: esto le hace entender que la mejor manera de ganar es servir más y mejor a los consumidores. El punto ahora es cómo lograr lo mismo con el político.
También sabemos cómo: controlando su poder para evitar que abuse de él. Por eso existe la división de poderes, el federalismo y las elecciones periódicas. Pero nos falta algo, el controlar sus gastos y el tamaño de su gobierno. En esto hemos fallado porque muchos han sido lo suficientemente ingenuos como para creer que los gobernantes son la excepción a la regla del interés propio.
El caso es aplicable ahora. Quienes apoyan el gran gasto gubernamental en EEUU para estimular a la economía, por necesidad absoluta, suponen que esos gobernantes son seres cien por ciento altruistas y desinteresados totalmente en ellos mismos. Es como creer en Santa Claus.
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