Sobre Gelman
por José Leopoldo Decamilli
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En su edición del 9 de marzo La Prensa de Managua acoge un artículo laudatorio del poeta argentino Juan Gelman escrito por Sergio Ramirez. Creo que es necesario matizar algo de lo que él allí expresa.
La perfección y complejidad de la naturaleza humana es tal que cuenta con un frondoso ramillete de actos para conseguir la realización de los bienes de diferente especie que requiere su desarrollo. Con ciertos actos buscamos perfeccionar la naturaleza humana misma, en su vertiente específica, y también disponemos un orden social para el cultivo en común de los bienes requeridos en nuestra vida temporal. Otro denso enjambre de actos humanos, en cambio, se orienta primariamente a conseguir la perfección de las realidades materiales que nos rodean. La esfera de actos que se propone directamente la perfección de lo humano, individual o social, está regida por la moral; la que tiende a conseguir la perfección de las cosas de nuestro entorno es el fantástico caleidoscopio del arte.
El juicio de nuestros actos, positivo o negativo, tiene lugar en función de la afortunada o infeliz consecución del bien que pretendemos realizar. De tal modo que una persona puede merecer efusivas loas por sus creaciones artísticas y ofrecer por otra parte un comportamiento personal o político sumamente precario y reprensible.
Ahora podemos volver a Gelman. Carezco de autoridad para juzgar sobre sus méritos literarios. Al parecer son muchos, ya que su obra poética fue galardonada repetidas veces. Sergio Ramirez también le encomia. Pero además pondera sus cualidades humanas de tesón y orgullosa rebeldía.
A estas últimas quiero referirme para entrar en un terreno de consideraciones muy alejadas a los de la contemplación y fruición estéticas. Me pregunto, ¿al servicio de qué ideas y de qué instituciones puso Gelman esas virtudes de rebeldía indoblegable que Ramirez le atribuye? Al inquirir esto estamos penetrando en el mundo de la valoración moral y política, y, aquí -lamento tener que decirlo- el juicio sobre Gelman debe ser claramente reprobatorio.
En efecto, Gelmán cooperó, en primera línea, en las actividades de las organizaciones guerrilleras -inspiradas y mantenidas por Fidel Castro en la década de los 60- que se proponían aniquilar la democracia y el Estado de Derecho e imponer un estado totalitario marxista-leninista en toda Hispanoamérica, empleando como arma de lucha política la violencia, el terror y la muerte.
Siento en el alma, sinceramente, que Gelman haya tenido que pasar por el suplicio atroz del horroroso asesinato de su hijo, injustificable desde todo punto de vista. Pero, por favor, no echemos en el saco del olvido que muchos de estos jóvenes “revolucionarios”, unos como instigadores y otros como autores directos, fueron también culpables de espantosos crímenes y torturas que enlutaron a cientos de otras familias.
En el mar de aguas lóbregas de la infamia flotan no solamente las esperanzas astilladas por la furia de la violencia de algunos de los que defendían el orden constituido, de jure o de facto, sino también las formas inánimes de los asesinados por el feroz fanatismo de los terroristas. Los muertos de uno u otro bando ofrecen una asombrosa identidad.
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Fuente: La Historia Paralela |
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