LEZICA - MALVIN
por Fernando Manzoni - Italia
El humo de las hojas de plátano que se quemaban en el costado de la vereda invadía la esquina de Lezica y Guanani, el colegio Pío con sus paredes amarillas observaba atentamente la zona, mientras el otoño se hacía sentir en la tardecita montevideana.
Cuando el 2 dió vuelta, nos acercamos al cordón, apreté fuerte los 15 pesos en la mano izquierda y esperé que el ómnibus parara completamente para subir.
Algún viejito distraído corrió a subir por la puerta de adelante, mientras la mayoría nos amontonamos en la amplia puerta posterior, estiré el cuello para ver si había asientos vacíos y subí al corredor, pagando el boleto.
Tuve suerte, encontré un asiento contra la ventanilla, a la derecha, para poder disfrutar del paisaje, me gusta mirar la gente, contar los árboles, ver los niños correr por las veredas, las bicicletas enloquecidas que suben y bajan cordones queriéndole ganar al ómnibus que parece estar al juego.
La viejita que había equivocado puerta, me pidió permiso y se sentó a mi lado, le intercambié una sonrisa y volví a mirar hacia afuera, mientras el ómnibus se desplazaba por Lezica a ritmo lento y seguro.
Los eucaliptus de Lezica son un monumento nacional, altos, gruesos, peligrosos en invierno cuando los temporales los arrancan de raíz, las raíces rompen las veredas y las baldosas se hinchan formando colinas interminables, pasamos por el Liceo 9, cuantos recuerdos, el portón sigue igual, las paredes más |
|
despintadas, los alumnos salen haciendo un gran estruendo, suben y presentan sus boleteras al guarda que les corta los boletos uno a uno, no llevan ni uniforme ni corbata como en los años que yo iba al liceo, pero te dás cuenta que son estudiantes, traen alegría al ómnibus, con sus risas, sus chistes, sus vozarrones que inundan todo.
Garzón nos espera super iluminado, paramos en el Olimpia, la heladería está cerrada esperando el invierno, la plaza Vidiella mal iluminada hace de jardín al Chopicon que emana un olor de pizza que es una invitación a bajarte, cierro los ojos por un momento y me imagino una pizza a caballo, una cerveza, un grupo de amigos, los abro nuevamente y estamos ya transitando por Garzón a toda velocidad, pasamos por Casavalle, Santos y llegamos a Propios, como un espejismo en el desierto, se nos aparecen las casitas de Mesa 3, anaranjadas, con techos grises, las luces de los jardines y de los pocos negocios que aún quedan nos saludan al pasar, una gurisa me mira y se sonríe, me trae recuerdos de adolescencia, de novias y compañeras, de momentos lindos y decepciones, una lágrima me escapa, la seco con la palma de la mano, la abuela sentada al lado mío me mira y se sonríe.
Ariel y Garzón es toda vida, la galería a la izquierda, el Bar a la derecha, autos que vienen y van, agarramos Ariel y nos metemos en el corazón de Sayago, las veredas amarillas y bien cuidadas, increíblemente, las barreras están bajas, un tren de carga que lleva leña nos frena por unos cuantos minutos, los cartelones del Club Sayago invitan a la gente a ver el partido Sayago-Olivol Mundial, me imagino ese rincón en verano, con las murgas, el olor a chorizos, la gente haciendo cola para ver Contrafarsa, la campana anuncia que las barreras se están levantando, seguimos viaje.
Llegamos a Avenida Sayago, bajan algunas personas con caras de dolor, seguramente irán a Moro a algún velorio, doblamos hacia la izquierda, el bar Adipe tiene 4 o 5 mesas ocupadas, el colegio a la derecha pintado de amarillo, llegamos a Propios (José Batlle y Ordoñez para los jóvenes), las luces amarillas le dan una vida que no tiene, siempre fue una calle con poca vida en las veredas, muchos autos pero poca vida, seguimos rumbo a nuestro destino, pasamos por los fondos del Hiper Devoto, en otros tiempos el ómnibus se paraba para que subieran o bajaran los obreros de la Philips o de la General Motors, hoy los pocos que suben o bajan, vienen o van al supermercado.
Cuando el ómnibus llega a Coronel Raíz, la oscuridad es absoluta, tomamos la parte más ancha de Propios, con el cantero en el medio, nos paramos en el Cotolengo, triste, abandonado a si mismo, "que feo es ese lugar" comenta la señora que está sentada al lado mío, "horrible" le respondo y veo que la viejita se hace la señal de la cruz.
Continua nuestro viaje, un grupo de jóvenes antes de subir le pregunta al guarda si pasa por el Estadio, "si" contesta, y se suben a las apuradas, el conductor se acuerda que hoy juega Peñarol y prende la radio, es temprano pero están hablando del partido y de la tabla de posiciones, me pierdo por un instante, me acuerdo del Peñarol del 82, "Fernandez, Olivera, Gutierrez, Diogo, Bosio, Morales, Venancio, Saralegui, Morena, Jair y Walkir Silva", una sonrisa me aflora en los labios, la señora me mira asombrada.
Propios y San Martín, a lo lejos se ve la iglesia del Cerrito, el semáforo me da el tiempo para mirar y recorrer todo en dos minutos, los plátanos de San Martín, el bar Rover, la casa de la abuela Catalina con el cartel de SE VENDE colgado al portón, cuantos recuerdos, cuantos momentos de mi vida pasados ahí, me acuerdo del abuelo Ambrosio cortando el pasacalle de los Colorados con la pinza y el pobre ciclista que pasaba justamente en ese momento y que terminó enrollado con el cable, rió en voz alta, la señora que está sentada al lado mío se levanta y se busca otro asiento, un joven con un gorrito amarillo y negro se sienta sin pedir permiso, me siento joven por un momento.
El monumento a los milicos en General Flores es un insulto a la capital, parece un supositorio en el medio de la calle, baldosas siempre perfectas, barridas y cuidadas, pasto cortado, flores regadas, está ahí para hacernos recordar quien sabe que cosas, depende los puntos de vista, me acuerdo de las torturas, de los muertos, desaparecidos, de los cuarteles y las chanchitas, los camellos y las racias, "hijos de puta" susurro, el muchacho me mira extrañado y busca la mirada cómplice de sus compañeros.
En Centenario el ómnibus dobla para ir al estadio, dejamos atrás el mercado de la verdura, y nos dirigimos a toda velocidad hacia el parque de los Aliados, movimiento, autos que van apurados, noche de Clásico, banderas multicolores, gorritos, maníes, humo de chorizos, luces y caballos con policías, se vacía medio ómnibus, el joven se levanta y me dice: "tiene razón , los milicos son unos hijos de puta".
Volvemos a nuestra ruta, 8 de octubre, pasamos por el Casmu, me acuerdo de mi vieja y su operación a la vesícula, ese día me tenía que ir o ir a Buenos Aires a buscar el certificado de casamiento de mi abuelo, pasé a saludarla antes de la operación y le dije que me iba a acordar de ella, cuando volví me recibió con una sonrisa, y me dijo: "estoy viva aún", se me pone la piel de gallina, continuamos por 8 de octubre, negocios iluminados, saldos y ofertas, zapatos y electrodomesticos, ambulantes que recogen sus meraderias y bares que cierran sus cortinas metalicas.
La noche montevideana invade todo, empieza el partido, no juegan ni Morena ni Venancio, no relata Víctor Hugo, todo es tan distinto, tan cambiando, soy de aquí y no lo soy más, pertenezco a esta tierra y no la siento en el profundo, me siento raro, perdido, extrañado, mal digo nuevamente a no se quien por todo lo que ha pasado, pienso a mis hijos, a su italiano, a sus montañas, a la nieve de invierno, a la navidad con bufanda, me levanto, chisto y bajo corriendo, me siento en el cordón de la vereda de una calle oscura y desierta, lloro desconsoladamente, mi viaje termina aquí.
Fernando.
|