Hacia ninguna parte
por Graciela Vera
Un viaje que se inicia muchas veces, que se repite tantas como sea posible y que, en la mayoría de los casos, no lleva a ninguna parte.
Y por ir a ninguna parte miles de hombres y mujeres dejan todo. Los ahorros de toda una vida de sacrificio e incluso esa misma vida.
En lo que va del verano del hemisferio norte, cuatro mil emigrantes han sido detenidos en las costas de Cádiz, Almería y Granada. Diez mil en lo que va del año, un 30% más que en el 2002 con un incremento, también importante, en el número de muertes conocidas.
¿Cuántas embarcaciones salen de la costa de Marruecos y nunca llegan a ningún destino?, ¿Cuántas historias de desesperación quedaron sepultadas en el fondo de un mar extraordinariamente bello ante los ojos apacibles y tranquilos, y terriblemente trágico a los rostros que lo escudriñan esperando una oportunidad para embarcar.
Un viaje por el que se puede llegar a pagar mil doscientos euros, o más. La demanda no deja lugar a los regateos. La oferta tiene sólo dos opciones: costa andaluza o Islas Canarias; Mar Mediterráneo u Océano Atlántico; podríamos decir: azul o verde pero no estamos ante un juego. La primera tiene más aceptación; tres de cada cuatro embarcaciones enfilan la proa hacia tierra andaluza, quizás porque ésta se abre, ante los ojos del que llega, como la puerta misma de Europa.
La bonanza de este verano que está llegando a su fin incentivó los viajes furtivos. ¿Cuántos emigrantes lograron eludir la férrea vigilancia costera?... ¿diez… cinco… dos por cada uno de los que, descubiertos fueron sometidos a un casi inmediato proceso de repatriación?
Lo cierto es que, la Isla de las Palomas, que sería el paso previo para el obligado retorno, está colapsada. Siempre se le consideró un centro de internamiento de condiciones duras, pero en estos momentos la situación se torna dramática. No hay camas ni baños suficientes. La avalancha de ‘pateras’ en los dos últimos meses ha superado todas las previsiones. La Cruz Roja ha sido desbordada, incapaz de atender las necesidades de los emigrantes, les falta ropa, les faltan alimentos, les faltan medicinas, les falta personal que pueda sustituir, al menos por algunas horas, al actual que se declara literalmente agotado.
Hasta ahora nos habíamos acostumbrado a cruzarnos con esos seres que caminan apretando una carpeta que lleva papeles que no saben a quién entregar, que se apiñan delante de oficinas que ya no tramitan lo que ellos piden, que desilusionados van sumándose a los campamentos improvisados que se empiezan a ver… aquí… allá… en toda Andalucía y a los que los voluntarios de diversas organizaciones intentan llevar un mínimo de orden en el caos.
Nos hemos hecho a la idea de la muerte cuando el mar solo entrega cuerpos inertes; vimos impotentes como un incendio mataba a un grupo de emigrantes encarcelados; nos sobrecogemos cuando un acto de racismo sacude alguna provincia; nos sorprendimos cuando hace pocos días en Algeciras una emigrante intentó suicidarse, mientras se tramitaba su expediente de expulsión, ¿es éste el viaje por el que pagaron con el sacrificio propio y de su familia? Un viaje que los ha llevado a ninguna parte…
El verano se acaba. El invierno no distingue entre quienes tienen abrigo y aquellos que se han quedado a la puerta de los centros de acogida. Del otro lado las pateras siguen partiendo.
Una embarcación de siete metros que apenas asoma sobre las olas y en la que, entre el agua del fondo, que a medida que avanza va mezclándose más y más con el gasoil de los bidones de repuesto y las heces de sus ocupantes, se hacinan cuarenta, cincuenta o más seres humanos… hombres mujeres y niños a los que no les importa nada más que llegar… ateridos, en estado de hipotermia, con quemaduras, con sed, en shock… sólo llegar y poder burlar la vigilancia que les cierra el paso.
¿Cuántos son los que nunca llegaron? Se cree que desde 1997 cuatro mil emigrantes han muerto a poca distancia de “la puerta de Europa”. Un viaje que no los llevó a ninguna parte.
Almería, septiembre 7 2003
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