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Doble Moral
por Darío Acevedo Carmona - (Perfil) - Medellín/Colombia -
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En el torneo de la infamia que disputan paramilitares y guerrilleros hay más de una curiosidad y uno que otro adefesio. Ambos grupos no sólo cometieron delitos horrendos, de lesa humanidad, también provocaron graves daños a la lazos de sociabilidad, a los valores que regulan la convivencia ciudadana y a las prácticas políticas, entre muchos otros males. Pero a la hora de valorar sus conductas se detectan algunas curiosidades. Por ejemplo, la inconsistencia, ya señalada por algunos analistas, en que incurren quienes defendiendo la existencia de un conflicto armado de naturaleza política, se asustaron ante la idea de reconocer estatus político a los desmovilizados paramilitares con el fin de asegurar su proceso de reinserción e hicieron hasta lo imposible para que fuesen tratados como criminales, pero consideran que a la guerrilla sí se le debe otorgar tratamiento político. Más curioso es el acercamiento reciente que algunos voceros de la consigna fariana de “intercambio humanitario” han tenido con algunos de los comandantes paramilitares extraditados para serviles de megáfono a las denuncias que aquí no quisieron hacer y que allá están recordando. Curiosas son también las alianzas evidentes que se están dando en muchas regiones del país entre los llamados “grupos emergentes”, bandas mafiosas y grupos guerrilleros en torno al negocio de la droga. Curioso que al comienzo de las negociaciones entre el gobierno y los paramilitares la Oposición dijera que era una negociación de “yo con yo” o entre iguales y que luego, una vez extraditados los jefes, alegaran que les habían jugando sucio.
Pero, supongamos que la política da para entender estas maromas. Para lo que no se encuentra explicación razonable desde el punto de vista ético es ante una serie de posiciones que revelan algo mucho más dañino que el interés político momentáneo o circunstancial. Me quiero referir a la manera como ciertos sectores de la Oposición (Polo y liberalismo) y de Ong humanitaristas reaccionaron frente al destape del escándalo de la parapolítica. Las investigaciones sobre nexos, acuerdos, alianzas y causas comunes untadas de violencia entre políticos y paramilitares se facilitaron por la puesta en vigencia de la Ley de Justicia y Paz. La confesión de los crímenes fue parte del compromiso. Nunca se le reconoció a este gobierno mérito al respecto. Todo lo contrario, en la campaña mediática internacional se le acusaba de estar propiciando la impunidad, se difundía la tendenciosa versión de que las verdades que estaban saliendo a flote estaban relacionadas con hechos ocurridos durante el mandato Uribe y no que la inmensa mayoría de los crímenes de estos grupo y sus andanzas con políticos había tenido lugar durante los años 90 y que la gran mayoría de políticos que hicieron pactos con los paramilitares los hicieron en calidad de miembros del partido liberal o del partido conservador. Un ejemplo patético: el pacto de Ralito fue firmado en el gobierno Pastrana.
Lo que siguió ante el destape de la parapolítica fueron demostraciones de asco, repudio, de alarma al ver que tan hondo en el abismo de la inmoralidad y la corrupción habían llegado congresistas, gobernantes y militares. El escándalo cubrió sobre todo a antiguos dirigentes liberales que fungieron de uribistas después del triunfo de éste en 2002, también había conservadores en menor medida y algunos independientes. Hasta aquí no hay problema, el repudio se lo merecen, igual el castigo penal que muchos están recibiendo por parte de la Suprema y de la Fiscalía. Donde aparece la incongruencia, reveladora de una doble moral, es cuando, después de esperas no justificadas, revienta el tema de la farcpolítica y entonces, ya no hay repudio, ni hay malos olores, ni asco, ni protestas contra la impunidad, ni alarmas sobre el daño producido a la sociedad, a la política, a las instituciones y a la convivencia ciudadana. Lo que sale a flote es la idea de que los señalados de tener nexos, pactos, acuerdos y otras causas comunes con las guerrillas, que son víctimas de persecución oficial, que se les persigue por ser y hacer la Oposición, las acusaciones son presentadas como cortinas de humo del gobierno para tapar escándalos.
La conclusión no puede ser más desalentadora, hay una doble moral en quienes tratan de vendernos la idea de que la parapolítica es algo despreciable y condenable pero las relaciones de políticos con las guerrillas son presentables y hasta admirables. Es doble moral porque desconoce que a la luz de las nociones de crímenes de lesa humanidad y de guerra, tanto los paramilitares como las guerrillas colombianas durante los últimos 25 años son responsables de las mayores situaciones de sangre, violencia y dolor sufridas por los colombianos. Entonces, cabe preguntar, ¿dónde nace o dónde encuentra inspiración filosófica y ética esa doble moral, según la cual tener nexos con “paras” huele mal no así con las guerrillas? No encuentro sino una respuesta, indicadora del cinismo e incoherencia ética al que han llegado quienes así piensan y actúan. Me refiero a la idea según la cual asesinar por motivos altruistas como lo hacen las guerrillas tiene atenuantes y no es igualable a los crímenes de los grupos paramilitares, pues estos carecen de motivaciones políticas y por tanto no son altruistas. Dicho razonamiento encuentra raíces más profundas aún en la ideología extremo-izquierdista que justifica el uso de las armas para conquistar el poder y que sostiene la idea de que la violencia revolucionaria es buena y respetable. Así podemos entender porqué los que hacen campañas en el exterior contra el gobierno colombiano, se quedan mudos o tuercen la situación cuando se inician investigaciones sobre nexos entre políticos de izquierda y de oposición con las guerrillas o cuando estas causan víctimas entre civiles y agentes del poder local.
© Darío Acevedo Carmona para Informe Uruguay
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