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Allá por el 50 nos encontramos con el padre Arnoldo Crispín Bernasconi que visitaba el pueblo mensualmente para realizar bautismos, casamientos y celebrar misa, constituyéndose de inmediato en el alma mater de lo que sería posteriormente la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción. Estuvo entre los primeros que trajeron el mensaje cristiano a esta frontera, intentando de alguna manera orientar el destino de sus habitantes hacia el camino de la religión. Para ello se reunió de un grupo de vecinas entre las que recordamos a las hermanas Gamón y la familia Iglesias quienes fueron impartiendo el
evangelio entre los pocos habitantes. No fue su culpa si no apostamos a la relevancia de los valores morales , a la honradez y a la rectitud. Fuimos su colaborador en las primeras misas y estamos seguros que miraba mas al corazón que a la mente de sus feligreses. Medio siglo es mucho tiempo para recordar sermones , pero sí, las charlas semanales donde gastaba toda su artillería para que pudiéramos comprender que no eran las testas doctorales las que nos salvarían del primitivo recurso de la guerra. Tarde entendimos que todavía seguimos en la Edad de Piedra , donde los hombres continúan arreglando sus diferencias mediante la ley del más fuerte. Como no vamos a recordar al padre Bernasconi cuándo vemos que la |
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rudimentaria maza del hombre de las cavernas ha cambiado solamente de forma. En los primeros años el padre Bernasconi impartía misa en altares improvisados en casas de familias o locales cedidos a esos efectos. Con él hicimos la primera comunión y confesamos nuestros primeros pecados infantiles. Todo se arreglaba con algunos rezos: Padre Nuestro y Ave María que conjuntamente con los mandamientos y la misa en latín que aprendíamos con más facilidad que el Himno Nacional, completábamos nuestro “bachillerato”, para ayudarlo en las misas dominicales. Un cura de novela, generoso, comprensivo y por sobre todas las cosas con un gran sentido de la fraternidad habiéndose convertido en un vecino más de la pequeña población fronteriza. Eran otros tiempos. Poco más de 1000 habitantes sin capilla ni movimientos comunitarios para ayudar al prójimo. La tradición de la Iglesia estaba ligada solamente a Jesús como un personaje del pasado destinado a trasmitir un sentimiento religioso que todavía no estaba amenazado por otros credos ni religiones. Los males individuales y colectivos no tenían la dimensión actual por falta de la globalización que sufrimos hoy. El terrorismo, (de ambos lados) la droga, las injusticias, la pobreza y la miseria todavía no estaban institucionalizadas. Por este motivo el trabajo del padre Bernasconi estaba dirigido a formar hombres y comunidades que aferrados a la fe pudieran provocar cambios sociales
sin necesidad de recurrir a otras propuestas religiosas. Todo giraba en torno a los sermones y la charla callejera con los vecinos, donde el padre Arnoldo iba impartiendo su evangelio sin la competencia que le hubiera significado enfrentar a otros movimientos religiosos. Corresponde señalar que todavía no estaban los Testigos de Jehová, los Mormones, corrientes espiritistas-filosóficas ni cultos de otras religiones. |
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El 14 de abril de 1946, el Párroco de Castillos Arnoldo Crispin Bernasconi, bendecía el lugar donde años más tarde se levantaría el monumento a Leonardo Olivera. Fue un Domingo de Ramos y después de la Misa campal se cumplió la parte oratoria.
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Su obra pastoral estaba centralizada entre Castillos y nuestra ciudad, con una señalada preocupación por una sociedad más participativa, justa y fraterna. Un hombre singular que venía desde Castillos, trayendo su mensaje de felicidad y una entrega de amor y sacrificio para compartir vivencias con los católicos de esta ciudad que se daban cita en distintos locales. Participaba en todas las manifestaciones populares del norte rochense y es así que en el año 1946 se traslada a Santa Teresa para oficiar una misa campal y bendecir el lugar donde se levantaría el monumento a Leonardo Olivera. El reconocimiento póstumo a una de las figuras más representativas de nuestra independencia estaba exigiendo un monumento que perpetuara su memoria en el propio escenario de sus hazañas y allí estuvo el padre Bernasconi junto a la Comisión Organizadora. Posteriormente se abocó a reunir fondos para la construcción de la parroquia local, con socios colaboradores a 0.20 centésimos.
En 1948 el comienzo de la misa se anunciaba por medio de una campanilla que el monaguillo hacía sonar recorriendo el pueblo media hora antes, indicándole a los católicos que el padre Bernasconi los estaba esperando. El pueblo despertaba y el ruido de la pequeña campanilla invadía todos los silencios, llamando a la misa de las 8. Todavía se recuerda con distintos sentimientos el sonar de esa campanilla, que recorría las pocas calles con puntualidad destruyendo sueños y señalando la hora de pagar pecados. Nos gustaría saber lo que pensaría el padre Bernasconi al enterarse que los católicos se están confesando por Internet y que también la iglesia ha tenido que pedir perdón por los pecados cometidos.
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