EL EJERCICIO DE LA DEMOCRACIA
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Walter Celina
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Se ha dicho que “el hombre es un animal político” y, vaya si lo es cada uno de nosotros. ¡Somos animales políticos!
Desde que la sociedad está gobernada centralmente, conforme a determinados esquemas organizacionales y, en virtud que -con periodicidad- somos consultados para catapultar a los encargados de dirigir los destinos de un país, participamos y elegimos, intervenimos en la política.
Con mayor o con menor fortuna, nuestros candidatos llegan, quedan arañando una posición o, se pierden por el camino. En el acierto o en el error, actuamos para que unos lleguen y otros no.
Después, según nos vaya en la feria, declararemos nuestra satisfacción y, como más de una vez suele suceder, nuestras decepciones y amarguras.
Se ha dicho, también, que “la democracia nos da derecho al pataleo”, que sería algo así, como un “premio consuelo” para renovar una ilusión de país mejor, que tarda en llegar.
Seguramente, todo esto tiene una cuota importante de verdad, aunque no es toda la verdad.
¿Quién la tiene? Las certezas totales son peligrosas pero los pueblos -que son los destinatarios de la política de los partidos de gobierno y de la oposición política a los gobiernos- asumen la verdad en su hora, es decir, cuando se pronuncian.
Se admite, también, que los yerros gubernamentales deben pagarse, como los pecados que se repiten. Y, aquí, el gran jurado es el pueblo, que es el único que tiene derecho a equivocarse (cuando se equivoca, que no siempre es así).
En el referendo del domingo hubo un doble y preciso pronunciamiento: 1) contra la ley que autorizó desmonopolizar ANCAP y asociarla con extranjeros y 2) contra el gobierno y sus aliados políticos -circunstanciales o no-, que recibieron un categórico rechazo a su proyecto parlamentario.
A menos de un año de las elecciones nacionales, este “tour de force” posicionó bien a los nucleamientos de izquierda, agrupaciones sindicales y figuras de partidos tradicionales integradas por la derogación de la ley sobre ANCAP y colocó como furgón de cola -con una nota de desaprobación muy fuerte- al Presidente Batlle, que emerge solitario, y a los ex presidentes Sanguinetti y Lacalle, que perdieron la batalla en el orden porcentual del 35,42 que llevaron, contra una pueblada del 62,21.
Los consultores de opinión pública aprecian, paralelamente, la existencia de un nuevo fenómeno, no registrado antes en los anales electorales uruguayos. Tiene que ver con la masa de votos anulados y en blanco.
Si bien el voto en blanco jugaba objetivamente a una acumulación con el voto pro-gubernamental, ello no siempre traducía la voluntad psicológica de querer sumar con la opción que se jugaba a confirmar la ley.
El voto anulado fue el 4,26% de los sufragantes. Si se agrega al segmento de quienes no concurrieron a votar -orden del 10% del electorado habilitado-, conformarían una fuerza no despreciable. De tanto peso, vale decir, que si se tratara de una elección nacional, permitirían elegir un senador y varios diputados.
De esta expresión surge -no por primera vez- un estado de insatisfacción de la opinión ciudadana con la “clase política”, en especial con la que gobierna y, aún, con la que está en el lado opuesto.
Hay una aceleración de la conciencia crítica de la sociedad uruguaya que, como podrá advertirse, va más allá de un mero “derecho al pataleo”.
La institución del referendo, con raíces en la cultura griega, fue acogida por la corriente renovadora que encabezara José Batlle y Ordóñez, ingresando en las constituciones de la década del 30, constituyendo una expresión de la democracia directa. Por su efecto, la soberanía vuelve al pueblo, siendo el que avala leyes o procesos modificativos de la Carta Magna.
Por tal sistema nos hemos expresado como pueblo. La ciudadanía ha dado un mandato político y moral.
La iniciativa sancionada legislativamente sobre ANCAP cayó, abortó, no será “viable”, para repetir una expresión que registra el Código Civil de Tristán Narvaja. En consecuencia, no podrá ser y, cualquier legislación de futuro que se tente sobre la materia, deberá respetar la decisión.
No será cuestión de borrar con el codo lo que quedó establecido con un sello indeleble. Es la otra parte de la democracia, de la que deberemos ser custodios todos.
La democracia se perfecciona en el andar, admite la evolución, el cambio, la profundización. Su ejercicio por las masas tiende ennoblecer y depurar el viejo oficio de la política. La gran protagonista es la gente, como quedó demostrado -otra vez- este domingo.
Y bien, bajo el orden republicano, de una forma u otra, cada uno de nosotros ha hecho política.
Por el voto, es cierto. Y, aún, sin votar (anulándolo en la urna o quedando en casa). Mal que a unos les pueda pesar y a otros no, hubo un pronunciamiento soberano.
Además, fue ejemplar, honrando la institucionalidad del país. De ella debemos sentirnos, sin distingos, fieles guardianes.