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Año V Nro. 332 - Uruguay, 03 de abril del 2009   
 

 
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Dra. Hilda Molina

El peligro de consumir carne
de ganado vacuno en Cuba

por Dra. Hilda Molina

 
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(En Memoria de mi Amiga Raquel)

         Desde hace muchos años, los cubanos olvidamos el sabor y la textura de la real carne de ganado vacuno. Los inventos proteicos que nos venden como limosnas subsidiadas a través de la libreta de racionamiento, merecen profundos análisis por expertos en nutrición, pues son verdaderos monumentos a lo más espantoso del arte culinario. Pero no es esto lo que debe especialmente preocuparnos, sino el peligro que enfrentamos al adquirir carne bovina, tanto en el mercado negro, como con divisas en los comercios estatales. A pesar de las leyes que prohíben lo que aquí llaman, “sacrificio y venta de ganado mayor”, existen redes clandestinas dedicadas a la comercialización de estos productos. Mi madre y yo tuvimos varias veces la oportunidad de observar y de palpar ciertas carnes, que algunos conocidos nuestros se disponían a comprar, y sin ser especialistas en el tema, concluimos: 1) que podían proceder de cualquier animal, pero dudosamente de vacunos; y 2) que habían sido adulteradas, de la forma que explicaré posteriormente en este artículo.

         En Cuba sólo es posible la compra legal de carnes mediante divisas, y a precios inalcanzables aun para los que cuentan con ayudas económicas permanentes, remitidas por sus familiares desde el exterior. Y cuando urgidos por una necesidad extrema, nos decidimos a costear esas encarecidas mercancías, nos las entregan desvergonzada y peligrosamente adulteradas.

         Las más asequibles a la mayoría de la población, son las carnes molidas, que en este país nombramos “picadillo”, y que se expenden, a 9.05 CUC* el kg. del tipo denominado “de primera”, aunque obviamente casi nunca lo es; y a 6.20 CUC el kg. del “de segunda”, en el que abundan otros elementos anatómicos, y no los que internacionalmente califican como carnes. Esos productos son impregnados de sangre y agua, e inmediatamente congelados. Cuando los estafados consumidores los descongelan, comprueban que debido a ese malvado procedimiento destinado a incrementar artificialmente el peso, han recibido cantidades inferiores a las que correspondía, según lo pagado en divisas conseguidas con enormes sacrificios.

         Las carnes de filete, de primera y de segunda, cuyos respectivos precios están en un rango aproximado de 15.40 CUC, 11.25CUC-9.50CUC y 6.50 CUC el kg., son inyectadas con sangre y agua, y después congeladas. Como consecuencia de tan censurable y nociva práctica, también dirigida a aumentar el peso, las carnes se tornan oscuras, y con un peculiar y desagradable olor. Ignoro si en los mercados elitistas que venden además carnes sin congelar, y donde suelen comprar algunos sectores de los privilegiados dirigentes y funcionarios, los extranjeros y los nuevos ricos, se aplican estos mismos métodos tramposos, o si ya han sido diseñadas otras variantes de adulteración menos descaradas.

         La sangre es un medio de cultivo idóneo para los microorganismos patógenos. Al bañar e inyectar las carnes con sangre y agua de cualquier dudosa procedencia, esos inescrupulosos ciudadanos, en su mayoría nacidos después de 1959, y formados por el régimen en base a los principios del “hombre nuevo”, no solamente roban a sus coterráneos, sino que los exponen al peligrosísimo riesgo de contraer enfermedades graves, e incluso de morir.

         Y a propósito de esta lamentable realidad, deseo rendir un cariñoso homenaje de recordación a mi amiga Raquel, quien precisamente murió, víctima de acontecimientos relacionados con este tipo de acciones ilícitas e inhumanas. Mi adorada madre y mi amiga Raquel, mujeres virtuosas, generosas, de inmensos corazones, y de una fidelidad sin límites a su religión católica, fueron amigas durante muchos años. Aunque no así de jóvenes, ya en la ancianidad ambas mostraban algunas similitudes físicas: eran pequeñas, delgadas, frágiles, y modestamente elegantes. Quedó Raquel sola en Cuba, pues se negó rotundamente a emigrar, argumentando que a la Iglesia se le debía defender in situ. Mientras innumerables cubanos como yo, nacidos y educados en la Fe, abandonamos y negamos nuestras creencias, mi madre, mi amiga Raquel, y otros admirables, valientes y anónimos católicos, ayudaron a mantener abiertos los templos en los años de persecución religiosa; y lucharon incansablemente en pos de preservar y trasmitir las tradiciones y enseñanzas de la Iglesia. Cuando mucho antes de renunciar al régimen comunista, retorné a Dios de la mano de mi madre, mi amiga Raquel, que no era una farisea hipócrita, ni una persona implacable e intolerante, me recibió con el amor y la comprensión característicos de los verdaderos cristianos.

         Raquel pertenecía a una familia con recursos económicos, pero al quedar sola en la Patria, tuvo que depender parcialmente de la caridad de almas bondadosas, que la auxiliaban sin herir su dignidad. Ella, proverbialmente pulcra, llevaba siempre en su bolso, un frasquito de colonia, que según afirmaba textualmente, lo usaba “para contrarrestar los efluvios fétidos que emanaban por doquier, desde que los señores blasfemos y mal educados que nos gobernaban, se habían apoderado del país”. No obstante presentar dificultades para deambular, nunca descansaba. Se desplazaba ayudada por su inseparable bastón; y trasladándose mediante aventones, conocidos en Cuba como “botellas”, jamás faltó a las misas, ni a otros eventos religiosos desarrollados por el catolicismo. La recuerdo el día que Su Santidad Juan Pablo II ofició su histórica misa en la Plaza de la Revolución. En esos momentos se encontraba enferma, por lo que más que caminar, casi se arrastraba en medio de la multitud que colmaba el área. ¡Qué triste me sentí, al observarla humilde y gozosa, intentando acercarse al altar, mientras los que durante tantos años persiguieron a la propia Raquel, a su Fe, y a su Iglesia, ocupaban los sitios de honor en aquella maravillosa celebración! Paradójico, ¿verdad?

         Si mediante grandes sacrificios, Raquel lograba conseguir algo de divisas, invariablemente compraba en las tiendas del gobierno, bandejitas de picadillo, con las que planeaba alimentarse a lo largo de varias jornadas. Cuántas veces la consolamos mi madre y yo, al verla llorando, no tanto por el robo de que había sido objeto, sino por el asco que le provocaba la inmundicia constituida por sangre y agua, en que se había transformado su anhelado picadillo. Raquel presentía, y así lo expresaba continuamente, que esos productos esquilmados y alterados, podían enfermarla. Y llegó el día premonitoriamente temido. La ancianita manipulaba la consabida bandeja de carne molida, tratando de eliminar la sangre que inundaba el producto, y al mismo tiempo iba desinfectando con cloro, el lugar de su cocina donde efectuaba esta labor. Se produjo entonces la salpicadura de sus ojos, nunca pudo precisar, si con la sangre que fluía del recipiente, con el cloro, o con ambas sustancias. A pesar de que acudió de inmediato a un hospital, sufrió una grave infección ocular bilateral. La atención médica que recibió fue deficiente, y la subsiguiente evolución tórpida, hasta perder uno de sus ojos, e instalarse en el otro, un proceso infeccioso crónico, con frecuentes períodos de agudización. Después de esos trágicos hechos, Raquel nunca volvió a ser la misma. Las dolencias físicas, y la angustia inmensa que sentía al verse impedida de realizar su amado apostolado, se potenciaron, provocando el deterioro vertiginoso de su estado de salud, y finalmente su fallecimiento.

         Raquel, la amiga entrañable de mi madre, mi querida amiga, la católica ejemplar, murió como consecuencia de las atrocidades que en su desenfrenada búsqueda de dinero, cotidianamente cometen, individuos inescrupulosos de los mercados alternativos ilegales, y de los comercios estatales. Con este sencillo testimonio, rindo homenaje a ella, y a todos los cubanos honrados y decentes, que aquí en nuestra Patria, son vilmente estafados y burlados por sus propios compatriotas. Y reitero el llamado de alerta a las autoridades correspondientes, a las que ruego una vez más, que pongan fin urgentemente, a esos habituales, difundidos, y peligrosísimos delitos.

Nota: *CUC: Peso Cubano Convertible (Cambio oneroso impuesto por el gobierno: 100 USD= 80CUC).

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Fuente: Dra. Hilda Molina
 
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