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Año V Nro. 332 - Uruguay, 03 de abril del 2009   
 

 
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Hasta cuándo abusarán de tanta paciencia
por José Carlos García Fajardo

 
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         Hace muchos años que admiro al gran periodista y humanista Béchir Ben Yahmed. Ponderado, bien informado, amplio de miras y capaz de comprender lo que a simple vista parece imposible. Encima, escribe como los ángeles. Me voy a permitir compartir una reflexión suya sobre un posible “cisma” en el Israel beligerante y soberbio de Lieberman, Netanyahu, Sharon, Olmert y una buena parte del judaísmo de la diáspora que se debate en búsqueda de una identidad atormentada.

         Los casi seis millones de judíos de Israel, en relación con casi otros tantos de la diáspora americana, parece que no sintonizan como antes, cuando vivieron motivados y hostigados por los cazadores de nazis y la memoria del Holocausto. Hay muchas mentes serenas que piensan que ya está bien de tanta culpa proyectada en otros pueblos y gentes que, como sostenía la muy discutida Golda Meier, no reconocen a más pueblos que al de Israel. “¿De qué pueblo palestino hablan? ¡No hay más pueblo que el de Israel!”

         Puesto que esta situación puede salir a la palestra, superado el miedo a ser considerados “traidores”, debemos ocuparnos de ella porque influirá en la situación en Oriente Medio y en no pocas sociedades europeas y americanas.

         Coaccionados en sus más íntimas vivencias y memoria colectivizada, los judíos que permanecieron en Estados Unidos, en Sudáfrica y en Europa, ayudaron de manera incondicional a sionistas de buena fe o exaltados que acudían a la construcción del Gran Israel. Eretz Israel, más allá de un “hogar para un pueblo” como pidieron a Lord Balfour en 1917.

         Apoyados en este soporte, que creyeron inagotable, los dirigentes del Estado de Israel apostaron por ocupar y colonizar territorios palestinos, sirios o jordanos; expulsión de cientos de miles de civiles inocentes cuyo único delito era vivir desde hacía siglos en un “territorio” que sólo desde una ideología excluyente se pretendía “el único pueblo elegido”. ¿Por quién, si un buen número de esos judíos eran agnósticos o ateos y conservaban las tradiciones como fenómeno cultural?

         En Estados Unidos crearon un lobby cada vez más audaz y agresivo, The American Israel Public Affairs Committee (Aipac) que fue cayendo en manos extremistas. Nacido para la defensa de los derechos e intereses del Estado de Israel, se convirtió en instrumento de  derechistas, conservadores y ultra ortodoxos que dictaban su cosmovisión por encima de la razón y del derecho.

         Durante los dos mandatos del nefasto presidente Bush, la Casa Blanca cedió a las presiones de esos extremistas israelíes  sembrando de carbones encendidos el espacio de convivencia que negaban a palestinos árabes y cristianos y también a ciudadanos israelíes, sensatos y equilibrados, que veían más allá de un delirio suicida.

         Por eso, desde 2008, no pocos judíos de la diáspora norteamericana expresaron un creciente malestar. El  monopolio de la Aipac por los extremistas de Israel está dando paso a otras organizaciones que, como “J. Street”, se pronuncian como lobby que defiende tesis liberales y más cercanas a la realidad: evacuación de los Territorios ocupados y del Golán, creación de un auténtico Estado Palestino, derribar el Muro de la ignominia, equitativo acceso a las aguas, apertura a puertos y a otros países, reparación debida a los palestinos expropiados y expulsados de sus tierras.

         Cumplimiento, en suma, de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU tantas veces despreciadas y que a cualquier otro Estado de Derecho le hubiera valido fuertes sanciones.

         Los judíos que habitan Israel y los que viven en Estados Unidos son similares en número, pero los de Israel no podrían subsistir sin la desproporcionada ayuda de los americanos que hasta ahora han podido forzar a los gobiernos de Washington. Pero las últimas elecciones, tanto en uno como en otro país, se han mostrado elocuentes, como informaba el diario progresista israelí Haaretz.

         Al votar la mayoría de judíos norteamericanos a un presidente afro-americano, progresista y abierto al diálogo y a una política de marcada dimensión social, se han mostrado coherentes con una tradición capaz de superar un pasado racista y excluyente. No sucedió lo mismo en Israel, donde un 80% del electorado se inclinó por opciones fanáticas, racistas y excluyentes.

         Tengamos presentes estos datos porque muchos judíos de la diáspora europea y sudamericana no sintonizan con dirigentes como Lieberman y Netanyahu. Muchos optan por el diálogo, la comprensión y la justicia. Es lo que deseamos todos los amigos del gran pueblo judío partidarios de un Estado de Israel tan justo y viable como uno de Palestina.

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© José Carlos García Fajardo y CSS
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