|
La reelección presidencial no es el problema
por Manuel Alcántara
|
|
|
Los últimos días han supuesto una nueva vuelta de tuerca en el avance de la reelección presidencial en América Latina. Mel Zelaya, en Honduras, ha propuesto la celebración de un referéndum para habilitar una reforma constitucional que, entre otras cosas, le posibilitara ser reelecto. Por su parte, Álvaro Uribe ha ganado un espacio político significativo para reformar de nuevo la Constitución colombiana facilitándole el camino para su tercer mandato. El dominicano Leonel Fernández, en su tercer periodo presidencial, avanza a la par en pro de la reforma constitucional, al igual que en Nicaragua Daniel Ortega, quien se haya en su segunda presidencia. En unas declaraciones recientes Fernando Lugo no descarta abrir la discusión sobre la reelección en Paraguay. Las posiciones de izquierda o derecha son indistintas en este asunto.
Empieza a quedar lejano el panorama de hace tres lustros cuando la búsqueda de la reelección, iniciada y legitimada, no se olvide, por Fernando Henrique Cardoso, se limitaba a un solo período. Algo que en la década de 1990 aconteció en Brasil, Perú y Argentina, abortándose únicamente en Panamá, al ser la consulta popular un fiasco para las pretensiones de Ernesto Pérez Balladares. Ahora se busca más. El ideal se sitúa en la prolongación indefinida de mandatos siguiendo la senda abierta por Hugo Chávez y que se animan a continuar Evo Morales y Rafael Correa. Una forma de preponderancia presidencial clásica en la historia de la región, que se discutía ampliamente hace medio siglo, avanza sin aparentes restricciones.
Sin embargo, cuando se habla de democracia, la reelección presidencial no es estrictamente el problema. Al fin y al cabo la restricción del derecho a ser candidato, como bien lo saben los costarricenses por ser el argumento utilizado en su día por Oscar Arias, tiene una débil apoyatura jurídica. Por otra parte, eliminar la posibilidad de la reelección es facilitar presidentes que no se ven confrontados ante el juicio de las urnas acrecentándose, por consiguiente, la falta de responsabilidad política. También se acentúa cierta inflación de liderazgos partidistas en la medida en que los partidos necesitan generar líderes solventes y preparados de nivel nacional en lapsos relativamente cortos. En este sentido, cabe recordar la experiencia no muy lejana de Colombia o de Costa Rica donde ex presidentes de un solo ciclo yacían en una suerte de Nirvana intentado manejar en las bambalinas los hilos del poder. Se diría que prohibir la reelección es un recurso cimentado en un argumento de desconfianza preventiva, se basa en una visión que reivindica la necesidad de imponer elementos institucionales que limiten al poder. Quienes abogan por la limitación son conscientes de la perversión del poder y, a la vez, no confían en la madurez de los electores para evaluar el comportamiento de los políticos ratificándoles en el poder o negándoles su confianza. Ambas condiciones configuran una situación de pobre desempeño democrático.
El problema es otro. Radica en la naturaleza del profundo desprecio a las instituciones y a la idea del “todo vale”, a la pulsión del “querer es poder”. El escándalo radica en que un presidente elegido con unas reglas manipule su contenido durante su mandato para sustituirlas por otras que le beneficien directamente en el inmediato futuro.
La reelección puede ser admitida como posibilidad de articular la liza política, pero siempre que no tenga que ver con el incumbente. El problema se halla en torcer las instituciones en beneficio de quien ocupa el poder. La senda de la desinstitucionalización se abre desde arriba y los efectos impregnan a todo el sistema político con consecuencias nefastas.
» Arriba
|