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No preguntes lo que tu país te puede dar, sino lo que tú puedes darle a él.
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Año V Nro. 393 - Uruguay, 04 de junio del 2010 |
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Existen temas de los que se habla mucho pero poco se conoce. Entre estos podemos encontrar el fenómeno del feminismo que, según la RAE española, es un “movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Si esta definición encerrara la quintaesencia del feminismo, lograda la igualdad jurídica (tanto de hecho como de derecho) el feminismo como movimiento de lucha contra la discriminación de género no tendría razón de seguir existiendo.
Grupos feministas siguen brotando y están más vigorosos que nunca, sin embargo, para sorpresa de muchos, no es en las naciones donde la mujer todavía no tiene derechos cívicos o no está debidamente protegida por una legislación que penalice su maltrato donde radican los mismos, sino en las grandes urbes de los países industrializados, especialmente en EE.UU. Por lo tanto, o el logro de la igualdad jurídica no es aquello que define el feminismo o estos grupos llamados feministas realmente no lo son. Hay una tercera opción que escapa a esta polaridad y es que el concepto haya evolucionado (o involucionado) de tal forma que hoy en día carezca de un elemento ontológico rector; lo que convertiría al feminismo en una serie de ideologías inconexas. Si esta última posición fuese la correcta, entonces sería más exacto hablar de “feminismos” que de “feminismo”. En la génesis histórica del feminismo podemos identificar tres oleadas, las cuales reclasificaremos según criterios que serán indicados posteriormente. La primera oleada apareció a fines del siglo XIX y se caracterizó principalmente por la lucha de las sufragistas para alcanzar derechos civiles; la segunda en los 60’ es la negación de la femineidad y la tercera en los 90’que no posee una sola idea que abarque a todos los movimientos. Algunos pensadores hablan de una tercera oleada post-feminista pero para no extendernos demasiado la obviaremos en el presente artículo. Como afirmamos anteriormente clasificaremos estas oleadas en dos fases según sus fines. La primera tiene un fin que versa sobre la equidad de género, empero, admite que existan diferencias en un plano psicológico y biológico. La segunda es igualitarista ya que sostiene que la feminidad es enteramente una construcción cultural. Es dable señalar que esta segunda ola ha sido nutrida por “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir, ergo, entroniza la máxima existencialista según la cual “la existencia precedía a la esencia”. Además, mientras duró esta fase se empezaron a escuchar las primeras voces al favor del aborto (condenado por célebres feministas de la primera oleada como Susan B. Antony). Por último, la tercera ola, al no tener una idea central representativa, el hecho de pertenecer a una u otra categoría depende más bien de los grupos que la conforman concebidos individualmente. No obstante, en hipotético caso que se vuelva integralmente igualitarista, el feminismo se terminaría convirtiendo en un fárrago donde sus defensoras estarían más dispuestas a luchar por una vida frívola que a denunciar la violencia contra su sexo. Igualdad vs. Igualitarismo El mayor problema donde radica la concepción igualitarista del feminismo es que termina cayendo en el androcentrismo, es decir, en una visión del mundo centrada en el punto de vista masculino. Despojarse de la feminidad termina siendo una condición sine qua non para que una mujer pueda triunfar en aspectos de la vida donde siempre triunfaron hombres. En este sentido, el Dr. Manuel Frómeta Lores sostiene que el igualitarismo es la “traslación mecánica de un modo de ser de un género a otro en el caso de la mujer”, mientras que “la igualdad es equidad, que cada cual se desarrolle dentro de su género”. Por ende, hablar de “feminismo igualitarista” es un oxímoron, una construcción sintáctica que contiene dos palabras con un significado opuesto. Superando la demagogia progresista
Desde la visión de la derecha ideológica, las mujeres adherimos sin recelo a la visión igualitaria en cuanto a las oportunidades que se deben brindar en todos los ámbitos pero condenamos sin restricciones todo atisbo de igualitarismo. Así, nos resultan despreciables las propuestas de las demagogas progresistas de turno que abogan por las denominadas “leyes de equidad”, medidas que no hacen más que denigrar la capacidad competitiva de las mujeres. Cuando las cuotas de participación obedecen a caprichos estadísticos y no a logros objetivos, entonces el igualitarismo se convierte en el arma de la desmesura. Nuestro lugar de privilegio en los ámbitos de decisión debe ser ganado con el mérito. En la actualidad, muchas mujeres ocupan lugares de privilegio en la escena política en sus respectivos países, sin haber abandonado su rol identitario como ser el rol de esposas, amas de casa y madres. Tanto la lituana Dalia Grybauskaitėcomo la alemana Angela Merkel oVaira Vīķe-Freiberga, ex presidenta de Letonia son algunos de los epítomes de este tipo de mujer de derechas que, sin renunciar a su condición femenina, lograron triunfar en un mundo que hasta hace poco era exclusivo de los hombres. Ellas le dan el toque femenino a la derecha europea, nos resta a nosotras la difícil tarea de dárselo a la derecha rioplatense.
Compartir este artículo en Facebook © Paula Rodríguez Almaraz para Informe Uruguay
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